Confesiones de un condenado
Despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y de los cambios que le sucedieron, nadie cre¨ªa que las "transiciones" de la Europa del Este pudieran durar tanto tiempo sin convertirse en verdaderas "transformaciones". Quiz¨¢ habr¨ªa que distinguir mejor los dos t¨¦rminos: la transici¨®n indica un camino incierto por recorrer, mientras que la transformaci¨®n presenta resultados conseguidos. Ya en los primeros a?os de mi emigraci¨®n encontr¨¦ el t¨¦rmino democradura para definir el estatuto de aquellos pa¨ªses que se estaban liberando con dificultad del yugo sovi¨¦tico. La palabra se emplea a menudo en algunos de estos pa¨ªses.
Es f¨¢cil proclamar la democracia e introducirla en los documentos program¨¢ticos o constitucionales. Esto desde luego no basta para eliminar el legado de formas diferentes de presi¨®n o condicionamiento de los reg¨ªmenes totalitarios. Casi en todas partes se ha creado un h¨ªbrido que tiene a la vez caracter¨ªsticas de la dictadura y la democracia. Son aspectos variados que se contradicen en la forma y en el contenido, donde verdad y justicia no se pueden conjugar: el fen¨®meno da origen a todo tipo de crisis diferentes, y tambi¨¦n de conflictos.
Lo hemos o¨ªdo y observado desde el principio de las reprobables guerras de los Balcanes. En un grupo bastante reducido, poco proclive a las mitolog¨ªas nacionalistas, tratamos de evitar la tragedia que se anunciaba. Algunos de nosotros cre¨ªamos que Yugoslavia (todav¨ªa sin el prefijo "ex") estaba bastante m¨¢s avanzada que los pa¨ªses del Este sometidos a la Rusia estalinista. El Estado multinacional yugoslavo se parec¨ªa en algunos aspectos a la Comunidad Europea y ten¨ªa algunas probabilidades de ser acogido en ella antes que los dem¨¢s. Recuerdo el momento en que Jacques Delors se reuni¨® con los representantes de los nuevos gobiernos nacionales, y prometi¨® una ayuda sustancial de la Comisi¨®n Europea para propiciar la reforma de Ante Markovic. Aquella promesa no fue aceptada ni por Milosevic ni por Tudjman. Los nacionalismos tomaron la delantera y se impusieron. Y nosotros, los disidentes, fuimos expulsados, por consider¨¢rsenos "traidores" de nuestras correspondientes nacionalidades.
El trabajo cr¨ªtico se impidi¨® entonces o se volvi¨® peligroso. Despu¨¦s de escribir alg¨²n texto sobre los nuevos "se?ores de la guerra", que publiqu¨¦ primero en Francia, se realizaron algunos disparos sobre mi buz¨®n, a los que sucedi¨® una inscripci¨®n amenazadora: "Cerdo yugoslavo". Por poco que sea, ser yugoslavo era en aquel entonces la peor acusaci¨®n. A un escritor que quisiera conservar un m¨ªnimo de libertad no le quedaba otro remedio que tomar el camino del destierro, de ese "destierro liberador" del que hablaba Kundera. He definido mi posici¨®n de forma algo distinta: estar "entre asilo y exilio". Probablemente tuve m¨¢s suerte que la mayor¨ªa de mis colegas, pues fui acogido primero en Francia, en la Sorbona y el Coll¨ºge de France, y luego en la Universidad de Roma donde ense?o desde hace ya 11 a?os. Mi padre, emigrado desde Rusia, me transmiti¨® entre otras cosas el uso del idioma franc¨¦s, que se hablaba en su familia desde el tiempo de los zares; y eso me proporcion¨® un instrumento para escribir y ense?ar, ¨²til en la emigraci¨®n.
Sin embargo, no he dejado de observar lo que ocurr¨ªa en la ex Yugoslavia. Fui a Sarajevo durante el asedio de aquella ciudad, y a Mostar, mi ciudad natal, justo despu¨¦s de la destrucci¨®n del Puente Viejo. Pude dar testimonio de ello ante un p¨²blico internacional, y suscit¨¦ una feroz desaprobaci¨®n por parte de los responsables de aquellos cr¨ªmenes. No citar¨¦ aqu¨ª las palabras ultrajantes que acompa?aron a aquella reacci¨®n.
Volvamos a la democradura relacion¨¢ndola con la condena a cinco meses de prisi¨®n que me infligieron recientemente. ?sta tuvo su origen en la narraci¨®n de un viaje a Bosnia-Herzegovina, publicado en Zagreb y titulado Nuestros talibanes. En ¨¦l se hablaba de los intelectuales que hab¨ªan sembrado la discordia e incitado al odio. Propuse la fundaci¨®n de un tribunal de honor que se pronunciara sobre aquella forma de colaboraci¨®n con el crimen. No ocult¨¦ el nombre de los culpables. Uno de ellos, poco conocido y todav¨ªa menos estimado, me demand¨® en Zagreb, debido al empleo del t¨¦rmino "talibanes". El tribunal emiti¨® la sentencia. No quise apelar para no legitimar un proceso semejante. Ya hab¨ªa luchado en primera persona, bajo los reg¨ªmenes anteriores, contra los "delitos de opini¨®n" por los que fueron perseguidos Sajarov, Havel, Brodsky, Solzhenitsyn, Michnik y tantos otros escritores, publicistas y pol¨ªticos.
Como quiera que sea, aquel proceso, que dur¨® tres a?os y medio (!), ha tenido en resumidas cuentas consecuencias positivas. En la capital croata se ha percibido una vaga protesta: han tomado parte en ella la asociaci¨®n de periodistas, los "Reporteros Sin Fronteras" y el PEN Club croata, una de las dos asociaciones de escritores. Incluso el primer ministro ha expresado discretamente su contrariedad. Una democracia naciente, todav¨ªa titubeante, ha presentado batalla a una democradura insensible y arrogante: ya veremos en qu¨¦ acaba.
El fen¨®meno puede tener quiz¨¢ tambi¨¦n un sentido que va m¨¢s all¨¢ del acontecimiento puntual. Recientemente hemos asistido, casi al mismo tiempo, a un caso semejante en otro pa¨ªs que se dispone a entrar en la Uni¨®n Europea: en Turqu¨ªa, mi colega Orhan Pamuk ha sido citado a un juicio y luego r¨¢pidamente liberado gracias a una intervenci¨®n gubernamental. La prensa internacional nos ha defendido; en otra ¨¦poca, eso habr¨ªa puesto nervioso al poder y lo habr¨ªa endurecido. En Francia, tambi¨¦n nuestros editores se han afanado por buscar un apoyo oficial de este pa¨ªs a nuestro favor; en otra ¨¦poca, tambi¨¦n esto habr¨ªa tenido el efecto contrario. En el momento m¨¢s cr¨ªtico, el Instituto Franc¨¦s de Zagreb present¨® mi libro El Mediterr¨¢neo y Europa y nadie se opuso. Tambi¨¦n esto habr¨ªa sido antes inimaginable, tanto en las "democracias socialistas" del Este como en la "Yugoslavia autogestionada". Estos d¨ªas he cruzado la frontera, en el momento en que la condena hab¨ªa sido declarada "ejecutiva", y nadie me ha molestado. A los amigos extranjeros que se preocupaban y ya me ve¨ªan en la c¨¢rcel, les he podido contestar: "Tranquilizaos, aqu¨ª todav¨ªa no hay democracia". Tambi¨¦n la democradura puede servir para algo.
Predrag Matvejevic es escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Autor de Breviario mediterr¨¢neo, su ¨²ltimo libro publicado es El Mediterr¨¢neo y Europa (Pre-Textos). Traducci¨®n de News Clips.
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