H¨¢ptico
SEG?N VICTOR I. Stoichita, en Simulacros. El efecto Pigmali¨®n: de Ovidio a Hitchcock (Siruela), "la f¨®rmula ?no tocar! era (y es a¨²n) la consecuencia de privilegiar en la obra de arte la imagen sobre el objeto; la consecuencia, en fin, de subrayar su parte de irrealidad". Se refiere naturalmente a la prohibici¨®n en los museos de tocar las obras de arte en ellos exhibidas. Es una afirmaci¨®n, por reductora, discutible, pero, de todas formas, que no afecta al argumento de su interesante y erudito ensayo, que no s¨®lo est¨¢ dedicado a estudiar la m¨ªtica figura del escultor Pigmali¨®n -el que, enamorado morbosamente de una Venus que acababa de realizar, puso tanto ardor para que ¨¦sta cobrase vida que los dioses le concedieron la sobrenatural gracia de su aut¨¦ntica animaci¨®n-, sino tambi¨¦n al an¨¢lisis de c¨®mo la evoluci¨®n hist¨®rica de esta antigua leyenda nos demuestra el cambio de lo h¨¢ptico, que es lo que concierne al tacto, hacia lo ¨®ptico; es decir: el paso art¨ªstico del palpar al ver, con lo que esto ¨²ltimo significa de una vivencia de la obra de arte como simulacro.
Ciertamente, detr¨¢s del mito de Pigmali¨®n se entrelazan no pocos misterios de enorme calado antropol¨®gico, como los de la creaci¨®n de y por el hombre, la potencia seminal del amor, la estrecha relaci¨®n de ¨¦ste con la muerte y, en fin, la propia consistencia de lo que llamamos realidad, si su naturaleza es s¨®lo f¨ªsica o, m¨¢s bien, espectral, misterios frente a los cuales no tenemos otra v¨ªa de acceso que nuestra experiencia hist¨®rica. Desde esta perspectiva, Stoichita hace un esmerado repaso selectivo de lo que se ha escrito y representado en el arte occidental sobre Pigmali¨®n y algunas de sus adherencias m¨¢s afines, llegando a la conclusi¨®n de que la dramatizaci¨®n m¨¢s perfecta y concluyente del antiguo mito se alcanz¨® en el cine, el arte de la animaci¨®n de la imagen, y, m¨¢s en concreto, con la pel¨ªcula V¨¦rtigo, de Alfred Hitchcock.
Al margen de los interesantes razonamientos con que Stoichita enhebra hist¨®ricamente su argumentaci¨®n, lo que aqu¨ª quiero subrayar es, en efecto, ese paso o transformaci¨®n del arte, no s¨®lo de lo h¨¢ptico a lo ¨®ptico, con la culminaci¨®n de este ¨²ltimo en la animaci¨®n cinematogr¨¢fica, sino lo que todo ello implica ahora mismo de conversi¨®n de lo real en algo meramente virtual. Aunque ya la pintura holandesa de la segunda mitad del siglo XVII, con su realismo ¨®ptico, "vitrific¨®" la imagen, resulta dif¨ªcil despojar lo pict¨®rico de sus valores t¨¢ctiles, lo cual es quiz¨¢ la raz¨®n de la creciente dificultad para sobrevivir de la pintura en el arte contempor¨¢neo. Pero reducir la realidad a lo espectral revela el humano anhelo de conseguir la divinidad, ser como esp¨ªritus puros y, por tanto, inmortales. Pero si Dios no existe, o s¨®lo como met¨¢fora de la capacidad humana de autogenerarse, tampoco se entiende el sentido de replicarlo. En el fondo, el aut¨¦ntico Pigmali¨®n contempor¨¢neo es Frankenstein, un vulnerable monstruo que se humaniza mediante una caricia infantil.
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