Espa?a y los estudios ¨¢rabes e isl¨¢micos
El debate sobre la homologaci¨®n de los t¨ªtulos de ense?anza universitaria en Europa, conocido como la reforma de Bolonia, plantea m¨¢s que nunca los l¨ªmites de la Universidad espa?ola para reformarse a s¨ª misma, prepar¨¢ndose para abordar su verdadero reto: convertirse en un instrumento ¨²til de conocimiento y transformaci¨®n de las nuevas realidades. La propia comunidad universitaria, como las autoridades educativas y hasta las pol¨ªticas, se encuentran involucradas en este proceso. Ni las primeras deben anteponer sus privilegios corporativos, muchas veces ligados a intereses trasnochados, ni las segundas deben dejarse instrumentalizar por ¨¦stos ni por exclusivos criterios de racionalizaci¨®n transnacional, ni las terceras deben dejar de ejercer un papel rector que no es incompatible con el ejercicio de la autonom¨ªa universitaria.
Se niega la identidad de estos estudios, que han contado con una larga tradici¨®n bien ligada a nuestra historia
Esta titulaci¨®n puede aportar instrumentos de conocimiento para entendernos con una quinta parte del planeta
En el campo de los estudios ¨¢rabes e isl¨¢micos, como en muchos otros, este debate se ha llevado a cabo por cerradas agencias y subcomisiones, de las que con frecuencia quedaba al margen la comunidad universitaria interesada, dudando entre disolver dichos estudios en filolog¨ªas modernas o antiguas o perderse en los meandros de unos antediluvianos estudios orientales, para acabar aterrizando en un abstracto grado de Lenguas y civilizaciones. Mientras la Filolog¨ªa Cl¨¢sica guarda su identidad en el nuevo mapa de las titulaciones universitarias, se niega la de estos estudios ¨¢rabes e isl¨¢micos que han contado con una larga tradici¨®n bien ligada a nuestra historia y a nuestro papel en el mundo.
Para conocer esta larga trayectoria hay que remontarse a tiempos de Carlos III quien, en un largo per¨ªodo de paz con nuestros vecinos del sur, decidiera con Campomanes y otros ilustrados importar arabistas, como el liban¨¦s Casiri, para descubrir los tesoros manuscritos de El Escorial. Su objetivo fue rehabilitar esa casi media naranja de nuestra historia que fue Al Andalus, tarea que asumieron con celo los Conde, Gayangos y Codera en el siglo XIX. Figuras poco conocidas y valoradas, como muestra su pr¨¢ctica ausencia de excelentes frisos de la historia intelectual de nuestras dos Espa?as, escritos recientemente por ?lvarez Junco o Santos Juli¨¢. La pol¨¦mica entre la Espa?a sagrada y ¨²nica y la plural empez¨® ya con ellos, mucho antes de que la retomaran S¨¢nchez Albornoz y Castro o de que se pusiera de moda en nuestros d¨ªas enfrentar Al Andalus con Espa?a.
La rehabilitaci¨®n de la que habr¨ªa de llamarse la Espa?a musulmana, incorporada de pleno derecho a la Historia nuestra, lleg¨® a ser un hecho de la mano de figuras como Juli¨¢n Ribera, Miguel As¨ªn Palacios o Emilio Garc¨ªa G¨®mez, gracias tambi¨¦n a los trabajos arqueol¨®gicos de Leopoldo Torres Balb¨¢s que tanto ayudar¨ªan a convertir nuestros monumentos ¨¢rabes en reclamo mundial. Pero no se logr¨® sacar al arabismo de su caja de marfil andalus¨ª. La colonizaci¨®n de Marruecos no sirvi¨® para replantear nuevos objetivos a los estudios ¨¢rabes e isl¨¢micos en nuestro pa¨ªs, pese a los intentos de Ribera en 1904, de la Junta para la ense?anza en Marruecos en 1913 y de las Escuelas de Estudios ?rabes durante la Rep¨²blica. El arabismo oficial qued¨® al margen del conocimiento y estudio de una realidad inmediata, hacia la que prestaban cada vez m¨¢s atenci¨®n nuestras oficinas mixtas de informaci¨®n, preocupadas ya en los a?os veinte y treinta por el naciente nacionalismo ¨¢rabe y panislamismo que amenazaba minar el orden colonial. Nada de ello trascendi¨® a nuestras universidades y figuras como Clemente Cerdeira que jugaron un papel de mediadores e int¨¦rpretes en la escena marroqu¨ª, nunca tendr¨ªan el reconocimiento que la academia otorgar¨ªa en Francia a Jacques Berque o Vincent Monteil.
La pol¨ªtica de tradicional amistad con el mundo ¨¢rabe que Franco convirti¨® en uno de los ejes ret¨®ricos de la acci¨®n exterior, no necesit¨® de un arabismo que la sustentara. Los arabistas de la Universidad espa?ola de los a?os cuarenta y cincuenta siguieron "con sus venerables costumbres", como dijera a?os atr¨¢s Ribera, "conjugando y declinando", al margen de aquella proyecci¨®n extranjera, que tan s¨®lo logr¨® enrolar a Garc¨ªa G¨®mez como embajador en Iraq y Turqu¨ªa. Dej¨®, eso s¨ª, alguna instituci¨®n como el Instituto Hispano-?rabe de Cultura y unos centros culturales repartidos por los pa¨ªses ¨¢rabes, ventanas de comunicaci¨®n con el hispanismo de esos pa¨ªses, que m¨¢s tarde heredar¨ªa el Instituto Cervantes sin saber convertirlos en instituciones de doble direcci¨®n, a trav¨¦s de las cuales la cultura de todos esos pa¨ªses retornase hacia el nuestro.
Aquellos centros sirvieron para que una nueva generaci¨®n de arabistas se acercara directamente a la realidad del mundo ¨¢rabe y a los traumatismos que marcaron a estos pa¨ªses en los a?os sesenta, lo que habr¨ªa de dar sus frutos fuera de la Universidad, en instituciones paralelas o revistas marginales pero aglutinadoras como Almenara, abiertas al conocimiento de la cultura ¨¢rabe viva. S¨®lo se institucionalizar¨¢ ese nuevo arabismo abierto a la realidad ¨¢rabe contempor¨¢nea a mediados de los setenta, primero en un departamento de nuevo cu?o en la Universidad Aut¨®noma de Madrid y m¨¢s tarde en otros centros.
El desinter¨¦s pr¨¢cticamente total por el mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico de las dem¨¢s disciplinas -con alguna excepci¨®n notable, como la del malogrado Roberto Mesa- dej¨® "en manos" de los arabistas el recomponer esta ¨¢rea de estudios, no ya en terrenos l¨®gicos como la filolog¨ªa o la literatura, sino tambi¨¦n en los de la historia, sociolog¨ªa, geograf¨ªa o politolog¨ªa. As¨ª fue hasta mediados de los noventa en que las "tormentas del desierto" y la pujanza de las migraciones magreb¨ªes introdujeron la preocupaci¨®n en la sociedad por el conocimiento de estos mundos y surgiera todo un plantel de estudiosos en toda la gama de especialidades, reduciendo lagunas que siguen siendo todav¨ªa enormes.
Las obsesiones por el llamado radicalismo isl¨¢mico desde el 11 de septiembre no han hecho sino aumentar el inter¨¦s por estos estudios hasta convertirlo en una prioridad. El oficio de arabista se ha hecho m¨¢s complejo y las demandas sociales de su oficio m¨¢s intensas. Si el arabista siempre fue un trujam¨¢n de culturas, necesitado de conocer a fondo la lengua y la cultura de la que hace de int¨¦rprete, hoy es impensable, en una sociedad como la nuestra, reducirlo a un mero fil¨®logo. De ah¨ª que el debate de Bolonia deba servir de ocasi¨®n para reforzar la idea de la entidad propia de los estudios ¨¢rabes e isl¨¢micos. Que no haya que invocar, una vez m¨¢s, a las famosas casetes del CNI descubiertas sin traducir tras el 11 M para justificar la importancia de una especialidad como esta, a la que nuestras autoridades educativas no le han dado carta de naturaleza. Mientras el mundo habla de la necesidad de un di¨¢logo o alianza de culturas, en Espa?a estamos a punto de hacer desaparecer del mapa de las titulaciones a la que nos puede aportar los instrumentos de conocimiento para entendernos con una quinta parte del planeta.
Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa es catedr¨¢tico de Historia del Islam contempor¨¢neo en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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