La ingravidez de ERC
Los dirigentes de ERC consideran que pueden adoptar cualesquiera posiciones pol¨ªticas, sin que se sigan de ellas consecuencia alguna en el campo gravitatorio del poder. Parecen as¨ª instalados en la actitud caprichosa, propia de la infancia consentida, a la que se le disimulan las faltas. En definitiva, es como si estuvieran imbuidos de una muy particular insoportable levedad del ser, por decirlo con el t¨ªtulo de aquella novela de Milan Kundera que le consagr¨® entre los lectores espa?oles. Entonces debat¨ª sin ¨¦xito con su excepcional traductor, Fernando Valenzuela, sobre la adecuaci¨®n del sustantivo levedad para figurar en la portada, sin que mis recomendaciones a favor del empleo de otros sustantivos, como liviandad o ingravidez, llegaran a prosperar.
La decisi¨®n de ERC de votar "no" al Estatuto en el refer¨¦ndum previsto el 18 de junio ha ido acompa?ada del reto a los socialistas, compa?eros de gobierno en la Generalitat, para que dejen el tripartito si les incomoda ese proceder. Aceptemos que la l¨®gica aristot¨¦lica y principio de contradicci¨®n han pasado a ser instrumentos demasiado toscos bajo las sutilezas del Gobierno de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, pero tambi¨¦n que el intento permanente de reducir los opuestos a complementarios puede estar alcanzando su l¨ªmite. La l¨ªnea quebrada de Josep Llu¨ªs Carod Rovira puede resumirse en un ¨¢lbum de estampas de grande reciedumbre y desconcierto, que se inicia cuando el encuentro sorpresa con ETA en Perpi?¨¢n. La pen¨²ltima ha sido la actitud sostenida en la remodelaci¨®n de la Generalitat imponiendo a Pascual Maragall el nombramiento de Vendrell, imputado judicialmente en calidad de jefe de los extorsionadores, como nuevo conseller de Gobernaci¨®n.
Es como si todo obedeciera a un sistema de comportamiento que tradujera la aplicaci¨®n rigurosa del proverbio "al que no quiere caldo, dos tazas". Y mientras tanto los aliados del PSC, en Bel¨¦n con los pastores y su enlace en La Moncloa, el ministro Jos¨¦ Montilla, tragando. En cualquier caso, se han dado merecimientos sobrados para que ERC saliera del Gobierno tripartito. Pero sucede que esa salida hubiera sido el fin de la legislatura catalana con el desencadenamiento inmediato de la convocatoria de unas elecciones auton¨®micas en las que el propio Maragall sabe que dejar¨ªa de ser candidato y en las que el PSC se ver¨ªa obligado a competir en condiciones inmejorables para cosechar la derrota. As¨ª que Convergencia i Uni¨® (CiU), fortalecida por la imagen de responsabilidad que tanto contrasta con la insolvencia y la par¨¢lisis de sus contendientes, tendr¨ªa las m¨¢ximas probabilidades de cerrar el actual periodo de carencia y regresar¨ªa al ejercicio del poder, sin haber pagado prenda alguna por el 3% de comisiones ilegales en la obra p¨²blica mentado en vano durante aquel inolvidable pleno del Parlament.
Por eso una cosa es que Maragall haya acusado a ERC de llevar a Catalu?a a la "frustraci¨®n" y a la "renuncia" con su patrocinio del "no" en el refer¨¦ndum, y otra distinta que el PSC acabe por inclinarse, haga de la necesidad virtud y prefiera dejarlo todo para el oto?o, a la vuelta del refer¨¦ndum y de las bien ganadas vacaciones. O sea, que, despu¨¦s de las debilidades pol¨ªticas previsibles que depare el escrutinio nocturno de las urnas, se nos prometen otros cinco meses con m¨¢s de lo mismo, a base de desencuentros entre los socios de gobierno y de nuevas fintas de los de Esquerra a prop¨®sito del proceso del fin de la violencia etarra o de cualquier otro asunto propio o ajeno.
C¨®mo cambiar¨ªa el panorama si el PP optara por abandonar la Kangoo, dejara de seguir las consignas de la radio episcopal, declarara que la mochila ha quedado depositada en la piscina que todos sabemos de Mallorca y se decidiera a convertirse de verdad en alternativa cre¨ªble de Gobierno. Porque, como sostiene Bernard Williams en Verdad y veracidad, existen dos v¨ªas de progreso. Una que parte de la creencia comprometida, respaldada por la evidencia, y otra que camina por el deseo l¨²cido, articulado por razones. Pero Mariano Rajoy reh¨²sa cualquiera de ellas y sigue prefiriendo el imposible al unir su destino a los de Acebes y Zaplana.
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