Sombr¨ªas complicidades
Los autores exigen responsabilidad a todos los profesionales implicados en cada tr¨¢mite urban¨ªstico para evitar desmanes
A la memoria de Juan Pecourt Garc¨ªa
Las responsabilidades que se esconden tras el proceso de construcci¨®n de muchas ciudades forman una urdimbre compleja, con un sinf¨ªn de acusaciones, culpas, disculpas, excusas y preguntas cuya respuesta casi es mejor no saber. En un estrato social tan artificioso como heterog¨¦neo, en el que confluyen las m¨¢s bajas ambiciones y la soberbia de los que se sienten impunes, el urbanismo se utiliza como pretexto para vulnerar los principios m¨¢s b¨¢sicos de la estructura democr¨¢tica. La ciudad y su territorio bailar¨¢n al son del disparate exhibiendo la fea imagen del caos, de la indisciplina y del estropicio.
Con Marbella a la cabeza, la Comunidad Valenciana ocupando un merecid¨ªsimo segundo puesto y una inexcusable menci¨®n de honor a Murcia, la costa mediterr¨¢nea vive a?os de angustia sin precedentes al haberse convertido en testigo de cargo de la borrachera inmobiliaria m¨¢s repugnante y colosal de la historia del urbanismo espa?ol. Instituida la inercia del dinero f¨¢cil, se ha ido uniendo a la cruzada cada vez m¨¢s gente interesada por el negocio de la construcci¨®n que vive un periodo marcado exclusivamente por la codicia.
Las consecuencias de la depredaci¨®n que se est¨¢ llevando a cabo son brutales, tremendas. Una importante extensi¨®n de la franja mediterr¨¢nea est¨¢ perdi¨¦ndolo todo: las playas, las monta?as, los ¨¢rboles, la historia, los cultivos, el agua, el aire. S¨®lo queda un t¨®rrido sol brillando sobre los infernales para¨ªsos de cemento. Y los campos de golf, tan ajenos a su contexto, y tan falsos, que cuesta creer que no son alfombras de c¨¦sped de pl¨¢stico. Espejismos a punto de derretirse en medio del p¨¢ramo.
Muchos profesionales de formaci¨®n universitaria: arquitectos, abogados, ge¨®grafos, bi¨®logos, economistas o ingenieros, trabajan asalariados para las grandes empresas dedicadas a la promoci¨®n y construcci¨®n de viviendas. Es necesario saber que la cadena de responsabilidades es extensa. Ni las p¨¢ginas de este peri¨®dico deber¨ªan contener publicidad de urbanizaciones monstruosas como Marina D'Or, ni la clase pol¨ªtica deber¨ªa promover juergas urban¨ªsticas siniestras, como Terra M¨ªtica, ni los bi¨®logos deber¨ªan consentir la ocupaci¨®n de las huertas. Por supuesto, ni los arquitectos, ni los ingenieros, deber¨ªan proyectar, dibujar, tramitar, gestionar, dirigir, supervisar o informar favorablemente los proyectos que se est¨¢n realizando. El aprendizaje en profundidad que debe ofrecer la universidad sobre una disciplina tan compleja como la urban¨ªstica deber¨ªa garantizar los compromisos ¨¦ticos de los profesionales. Pero no siempre es cierto. Todo un campe¨®n de la fealdad y del mal gusto, capaz de atesorar cad¨¢veres de animales extraordinarios, y del que no podemos esperar respeto alguno por el medio ambiente, ni por el paisaje, ni por nada, resulta ser todo un ingeniero de minas, es decir: un grupo A en la administraci¨®n. El cuadro de Mir¨® colgando de las paredes de su v¨¢ter ha herido m¨¢s susceptibilidades que toda la actividad urban¨ªstica a la que nos estamos refiriendo. Se ha estrenado, al menos, un rechazo social hacia la obscenidad y la groser¨ªa que supone esa forma de exhibici¨®n de la riqueza. Algo es algo.
Si todo esto resulta alarmante para cualquier ciudadano, lo es mucho m¨¢s para los que han sido directamente avasallados o desplazados por operaciones urban¨ªsticas absolutamente injustificadas. Pero los que profesionalmente estamos vinculados con la ense?anza del urbanismo nos sentimos cruelmente desafiados. Mirar la evoluci¨®n de las ciudades desde la perspectiva del profesor universitario puede transformar el sue?o en pesadilla.
Cada a?o salen de nuestras aulas miles de licenciados en profesiones vinculadas con el urbanismo que ir¨¢n ocupando puestos de responsabilidad en grandes empresas, en la administraci¨®n p¨²blica y en despachos privados. Es inquietante pensar en ellos, en nuestros compa?eros y en nosotros mismos. Cada barbaridad que se construye precisa varias firmas de profesionales que lo avalan. Alguien ha tenido que prever su existencia desde el planeamiento, alguien ha informado favorablemente el derribo de un inmueble valioso, alguien ha interpretado mal una ordenanza para hacer posible la tala de un ¨¢rbol extraordinario, alguien ha redactado el proyecto, alguien ha informado la licencia, alguien ha visado el proyecto en el colegio profesional correspondiente, alguien ha dirigido la obra, alguien ha dado fe, alguien ha inscrito una locura en el registro de la propiedad, y todos ellos han sido formados en la universidad.
La aquiescencia de los colegios profesionales y el silencio de casi todos, termina por hacer posible lo que nunca deber¨ªa serlo. La alusi¨®n a que con una postura en defensa de la ciudad pueden jugarse el puesto de trabajo, es tan mezquina como frecuente. Tras esa excusa se esconden multitud de discapacidades profesionales y de complicidades, tan miserables o m¨¢s que las decisiones pol¨ªticas a las que avalan. Los salarios no salen del bolsillo de los pol¨ªticos y, por tanto, los profesionales adscritos a la administraci¨®n han de defender el bien p¨²blico, en toda la extraordinaria dimensi¨®n de la palabra, frente a cualquier inter¨¦s privado, incluido su puesto de trabajo.
Hace unos d¨ªas se anunci¨® en la prensa el proceso de modificaci¨®n de la Ley del Suelo encaminada a "impedir recalificaciones masivas, mejorar la ciudad, proteger el paisaje y garantizar el derecho a la vivienda de los ciudadanos". Despu¨¦s de ver a los pol¨ªticos inaugurar triunfantes el ¨²ltimo aullido de Calatrava, descubrir algunos signos de perplejidad, es esperanzador. Pero tambi¨¦n hace unos d¨ªas se present¨® ante los ¨®rganos de la Universidad Polit¨¦cnica de Valencia un "Master universitario en dise?o, construcci¨®n, mantenimiento y gesti¨®n de campos de golf". Ante algo as¨ª, nadie sabe si corresponde hablar de perplejidad o de desesperaci¨®n.
Si en la universidad no somos capaces de transmitir todos los conocimientos necesarios para construir la ciudad como merece, luchemos por una formaci¨®n s¨®lida sobre los principios de la dignidad profesional cuyo cumplimiento colectivo ahorrar¨ªa muchos disgustos.
Carmen Blasco, Francisco J. Mart¨ªnez y Matilde Alonso son arquitectos y profesores de Urbanismo en la Universidad Polit¨¦cnica de Valencia.
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