El dominio de los yanyauid
Dos millones de desplazados durante el conflicto armado en la regi¨®n sudanesa de Darfur siguen sometidos por los yanyauid, milicianos ¨¢rabes que arrasaron sus aldeas. Un espa?ol se ha convertido en la mano que da de comer a miles de ellos en el basti¨®n de Kabkab¨ªa.
El gobernador de Kabkab¨ªa, Abderram¨¢n Sidi Ibrahim, recostado en la cama de su oficina como una maja de Goya, le dio un peque?o sorbo a su t¨¦ y dej¨® flotando sobre el vaso una sonrisa triste, una sonrisa que dec¨ªa: lo llevas claro, muchacho. Kabkab¨ªa es el principal municipio de la comarca del mismo nombre, conocida en Sud¨¢n por ser el feudo de los milicianos ¨¢rabes. A s¨®lo una hora en coche del despacho del gobernador, en el pueblo de Master¨ªa, se encuentra el cuartel y la casa de quien est¨¢ considerado el coordinador sobre el terreno de la muerte de 200.000 personas y la expulsi¨®n de sus tierras de dos millones de personas en la regi¨®n sudanesa de Darfur entre 2003 y 2004. Dos millones de seres que a¨²n no se atreven a regresar a sus pueblos por temor a los yanyauid. ?sa es la palabra, yanyauid, con la que las v¨ªctimas de aquella masacre denominan a los jinetes de etnia ¨¢rabes que, apoyados por la aviaci¨®n del Gobierno, arrasaron sus aldeas. El objetivo de aquellas milicias era aplastar la rebeli¨®n de las tribus africanas fur, zagauas y masalit, que se hab¨ªan unido bajo las siglas del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Sudan¨¦s (SLA, en sus siglas inglesas). Pero los ataques se cebaron en la poblaci¨®n civil. Hoy d¨ªa, el SLA controla algunas zonas de Darfur, y el Gobierno y sus aliados, los yanyauid, dominan otras. Hay conversaciones de paz en Nigeria entre el Gobierno y los rebeldes y un alto el fuego firmado a finales de 2004. Pero los yanyauid siguen matando a gente y violando a mujeres, seg¨²n denuncia la ONU y varias ONG. El coordinador de las milicias ¨¢rabes es Musa Hilal, amigo, seg¨²n diversas fuentes, del gobernador Abderram¨¢n Sidi Ibrahim. Y el ¨¢rea de mayor influencia de los yanyauid es ¨¦sa precisamente, Kabkab¨ªa, la vasta extensi¨®n de terreno que rodea el camastro donde se recuesta Abderram¨¢n Sidi Ibrahim, un ¨¢rea tan asociada a los yanyauid como la provincia afgana de Kandahar a los talibanes.
Los yayauid siguen matando a gente y violando a mujeres, seg¨²n denuncia la ONU y varias ONG instaladas en Sud¨¢n
Con el agua llegan la malaria y el c¨®lera. A veces, los camiones de comida no pueden vadear los valles
El gobernador me acababa de invitar a su almuerzo, junto a su s¨¦quito de siete hombres. Una se?ora sostuvo una jarra de agua con la que nos fuimos lavando las manos. La misma mujer trajo al rato una bandeja con no menos de diez platos. Al rato lleg¨® el momento de la verdad. O de la verdad a medias.
-No tenemos nada que ver con el sheik Musa Hilal -dijo el gobernador-. Pruebe a entrar en contacto con ¨¦l a trav¨¦s del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja. Pero antes tendr¨¢ que ir a ver al capit¨¢n Omar, el responsable de la Seguridad Nacional en Kabkab¨ªa.
Ahora su sonrisa ya era m¨¢s divertida, quiz¨¢ porque ve¨ªa con nitidez el toreo fino que se avecinaba.
Cada vez se oyen m¨¢s voces en el mundo a favor de la intervenci¨®n de la ONU en Darfur. S¨®lo vigilan las condiciones del alto el fuego 7.000 soldados de la Uni¨®n Africana. Y lo hacen en calidad de observadores. En m¨¢s de una ocasi¨®n, el Ej¨¦rcito sudan¨¦s ha matado a civiles delante de los militares de la Uni¨®n Africana, sin que ¨¦stos hagan nada. La intervenci¨®n de la ONU, aparte de incorporar m¨¢s soldados a Darfur, puede acarrear la intervenci¨®n del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Y esto supondr¨ªa que Hilal se viera obligado a responder preguntas como ¨¦stas: ?a cu¨¢nta gente cree que mataron sus hombres con la ayuda de aviones y helic¨®pteros del Gobierno?, ?cu¨¢l era el objetivo de atacar y quemar poblaciones civiles?, ?cu¨¢ntas violaciones cree que cometieron sus hombres?, ?recibi¨® en alg¨²n momento la llamada del presidente de Sud¨¢n solicit¨¢ndole que le ayudase a aplastar la rebeli¨®n en Darfur?, ?con qu¨¦ dinero paga usted a sus hombres?
-En esta zona, los m¨®viles no funcionan y nosotros no tenemos el n¨²mero del tel¨¦fono sat¨¦lite del sheik Musa Hilal -apostillaba el ayudante del gobernador, Alteib Alkebashi.
Reconocer su relaci¨®n con Hilal ser¨ªa tanto como reconocer la del Gobierno con las milicias ¨¢rabes. Y aunque todo el mundo sabe que son uno y lo mismo, ellos se esfuerzan en mantener las formas, sobre todo ante los visitantes. El gobernador solt¨® otra de sus sonrisas burlescas, con los pies cruzados, extendidos hacia un lado del colch¨®n.
-Ahora vaya a ver al capit¨¢n Omar el Sheik, del Servicio Nacional de Seguridad. Y en funci¨®n de lo que le diga, act¨²e en consecuencia.
S¨®lo unas horas despu¨¦s llam¨¦ al Comit¨¦ de la Cruz Roja, y su m¨¢ximo responsable en Kabkab¨ªa me dijo:
-Nuestra organizaci¨®n no puede colaborar con los medios de comunicaci¨®n. Pero si quiere el tel¨¦fono sat¨¦lite de Hilal, la persona id¨®nea para facilit¨¢rselo es el gobernador de Kabkab¨ªa.
En cuanto al capit¨¢n Omar, digamos que tard¨® unos cinco minutos en encontrar un resquicio burocr¨¢tico, pero al final lo encontr¨®:
-Su visado est¨¢ en regla. Pero su permiso de viaje s¨®lo le permite viajar a las tres capitales de Darfur. Para desplazarse a cualquier otro sitio necesita un permiso especial.
-?Pero la Seguridad Nacional de Al Fashir me autoriz¨® a desplazarme aqu¨ª!
-Lo siento, pero usted se encuentra en Kabkab¨ªa de forma ilegal. Tiene que volverse ahora mismo a Al Fashir.
-Pero el helic¨®ptero no vuelve hasta dentro de tres d¨ªas. Y la carretera no es segura.
-Entonces permanezca en la casa donde se aloje y no haga ning¨²n trabajo de periodista.
Tanto celo por el cumplimiento de la ley no se refleja en la impunidad con la que se permiten cr¨ªmenes y violaciones de mujeres denunciados por la ONU.
-Y piense que le estoy haciendo un favor dej¨¢ndole dormir donde la ONU -a?adi¨® el capit¨¢n.
Me esperaban tres d¨ªas recluidos en la casa del Programa de Alimentaci¨®n Mundial (WFP, en sus siglas en ingl¨¦s), la organizaci¨®n dependiente de la ONU que m¨¢s hambre quita en el mundo. Pero el capit¨¢n Omar no se pudo imaginar hasta qu¨¦ punto estaba haciendo un favor al periodista. Porque al mando de aquella sede se encuentra Diego Fern¨¢ndez, de 35 a?os y natural de Santa Cruz de Tenerife. Diego es la ¨²ltima pieza de una gran cadena que da la vuelta al mundo, una cadena de cereales, az¨²car, aceite, camiones, aviones y oficinas para la que trabajan 12.000 personas, de la cuales 2.200 lo hacen en Sud¨¢n. El encargado de unir todo ese mecanismo con la boca de las v¨ªctimas en la provincia de Kabkab¨ªa es Diego Fern¨¢ndez Gabald¨®n. Y lleva un a?o en Darfur. Un a?o recibiendo cada mes unos 150 camiones de entre 10 y 20 toneladas para repartirlos despu¨¦s entre 119.245 personas. Un a?o como si viviera en un faro. Para llegar a Kabkab¨ªa se necesita volar a Jartum, la capital del pa¨ªs. Despu¨¦s, tomar un avi¨®n hacia Al Fashir, uno de los tres principales municipios de Darfur. Y despu¨¦s, arriesgar la vida y los ri?ones durante cuatro horas por una carretera que nadie aconseja tomar, o bien montarse durante cuarenta minutos en un helic¨®ptero que llega a Kabkab¨ªa tres veces por semana. Ni m¨®viles, ni calles asfaltadas, ni agua corriente, ni electricidad. Y correo electr¨®nico, con dificultad. "Pero lo bonito de este trabajo", dice Diego, "es que ves el efecto de tanta ayuda, lo ves muy bien. Y la gente te lo agradece".
Diego se levanta a las siete de la ma?ana y trabaja hasta las cinco y media de la tarde. Se va a correr a la pista del helipuerto que hay junto a su casa-oficina. "Es el ¨²nico sitio donde no tengo a cincuenta ni?os detr¨¢s grit¨¢ndome jaguaia, jaguaia (blanco, blanco)". Cena solo casi todos los d¨ªas, en el patio de la casa. Despu¨¦s se mete en el b¨²nker, que es donde est¨¢ el televisor con antena sat¨¦lite, con decenas de botellas y v¨ªveres, por si se ponen mal las cosas, y a dormir. Como el viernes es fiesta en los pa¨ªses musulmanes, el jueves es el d¨ªa de juerga. El d¨ªa en que los trabajadores extranjeros de las organizaciones humanitarias se re¨²nen en alguna casa, con alcohol de contrabando, toda la m¨²sica almacenada en sus ordenadores, y a disfrutar. "En sitios como ¨¦ste es donde te das cuenta de lo mucho que te pareces a un alem¨¢n y todo lo que te separa de un africano musulm¨¢n", comentaba un espa?ol de la Cruz Roja en Darfur.
En la casa donde monten la fiesta, ah¨ª se quedar¨¢n a dormir. Nadie puede saltarse el toque de queda. Los blancos no sufren los mismos problemas que los desplazados, pero tambi¨¦n les afecta el ambiente de incertidumbre. Hace unos meses hubo un tiroteo por la noche en casa de uno de los empleados sudaneses de la oficina. En marzo detuvieron a uno de los conductores del Programa de Alimentaci¨®n Mundial. Pas¨® la noche en prisi¨®n. En abril pararon a un convoy de Unicef a punta de Kal¨¢shnikov en la carretera. La cosa se qued¨® en un simple robo de dinero y c¨¢maras fotogr¨¢ficas. En cualquier caso, problemas insignificantes comparados con los que padecen las tribus africanas de Darfur.
"Ahora se vive una situaci¨®n de violencia de baja intensidad, de muerte lenta. Ya no hay grandes titulares de pueblos que se queman y violaciones masivas. Pero la gente, confinada, tiene miedo de moverse, de volver a sus pueblos de origen", cuenta Diego. "No pueden salir a cultivar, ni a por le?a, ni a nada. Est¨¢n pr¨¢cticamente encerrados en sus pueblos. Eso es menos llamativo que lo que ocurr¨ªa al principio del conflicto, pero igualmente da?ino".
En el pueblo de Saraf Omra, los l¨ªderes locales contaron a Diego que los desplazados siguen dependiendo enteramente de la ayuda alimentaria y que cada vez que salen a por le?a sufren el acoso de las milicias. "Nos dijeron que est¨¢n pagando a los yanyauid unas tasas de entre 5.000 y 6.000 dinares [entre 20 y 25 d¨®lares] para proteger las bombas de irrigaci¨®n. La gente que tiene carros tirados por burros, cuando salen fuera del pueblo para traer la le?a pagan 1.500 dinares [seis d¨®lares] como impuesto absolutamente ilegal".
En esa misma reuni¨®n con unos 30 l¨ªderes tribales de familias desplazadas, celebrada bajo un ¨¢rbol en la principal plaza del pueblo, despu¨¦s de pens¨¢rselo durante mucho tiempo, Diego plante¨®:
-?Qui¨¦nes son exactamente los yanyauid? Porque yo oigo esa misma palabra para describir a todo el mundo que causa problemas y que tiene apariencia ¨¢rabe.
Diego sab¨ªa que para las tribus fur, zagauas y masalit, las tres que se rebelaron militarmente en 2003 contra el Gobierno, los yanyauid son los milicianos ¨¢rabes que arrasaron sus aldeas apoyados por helic¨®pteros y aviones del Gobierno. Sin embargo, las tribus ¨¢rabes de Darfur aseguran que yanyauid siempre fueron los bandoleros, delincuentes comunes de la zona. Pero Diego quer¨ªa averiguar, en el feudo de las milicias ¨¢rabes, qu¨¦ entend¨ªan esos l¨ªderes tribales, v¨ªctimas de la guerra, por yanyauid.
"La primera respuesta acalorada de uno de ellos fue la misma que la cadena brit¨¢nica BBC proporciona sobre los yanyauid. Me dijo exactamente: 'Son las milicias ¨¢rabes financiadas por el Gobierno que violan a nuestras mujeres'. Despu¨¦s se estableci¨® un debate acalorado. Hab¨ªa gente que parec¨ªa no incluir a todos en la misma categor¨ªa. Y decid¨ª cambiar de tema, por temor a posibles represalias contra los que se hab¨ªan pronunciado tan abiertamente".
En aquella reuni¨®n qued¨® claro que hay una serie de pueblos en la provincia de Kabkab¨ªa en los que los africanos han de pagar unas tasas de protecci¨®n a los yanyauid para que no les ataquen. "Y les proh¨ªben abandonar los pueblos", precisa Diego.
Kabkab¨ªa no es el sitio que cualquiera elegir¨ªa como viaje de boda. Ni los yanyauid parecen esmerarse mucho como operadores tur¨ªsticos. Pero en los tres meses que dura la estaci¨®n de lluvia en el desierto sudan¨¦s de Darfur, el espect¨¢culo puede ser grandioso. Desde el cielo se ve c¨®mo todo Darfur parece envuelto por unos lazos de arenas grandes como autopistas. Son los guadis, o valles. Durante la estaci¨®n de lluvia se llenan de agua y las fotos que se hacen los trabajadores humanitarios parecen sacadas de un oasis como de dibujos animados. Una fin¨ªsima capa de hierba cubre la arena, los camellos engordan, y los cereales, los mangos, las naranjas y las verduras vuelven a brotar. Todo sucede en julio, agosto y septiembre. Pero muchos pueblos quedan aislados por el agua y no pueden abastecerse con la comida que reparten las ONG. Adem¨¢s, con el agua llegan la malaria y el c¨®lera. A veces no hay manera de que los camiones de comida vadeen los valles. Al agua le preceden las tormentas de arena, que no s¨®lo meten el desierto en la sopa, sino entre las s¨¢banas, las toallas, las teclas de los ordenadores, los ojos y las orejas. Pero una cosa buena s¨ª que tiene Kabkab¨ªa. "Recuerdo un cartel en el aeropuerto de Bangkok que dec¨ªa: 'Bienvenido a la tierra de las sonrisas'. Y yo creo que ese cartel hab¨ªa que ponerlo aqu¨ª. Todo el mundo es muy afable, excepto algunos. Hay ciertos grupos en el pueblo, que yo no s¨¦ si son yanyauid, aunque son de etnia ¨¢rabes, que te saludan, pero no tan amablemente como el resto de la poblaci¨®n".
El caso es que ah¨ª mismo, en el feudo de los yanyauid, viven cientos de desplazados. Gente que huy¨® de sus hogares y se acerc¨® al calor de las organizaciones internacionales. Gente como Asha Musa Osman, una mujer de 30 a?os, de la tribu fur, que vio c¨®mo los yanyauid asesinaban a su marido a las cuatro de la madrugada. Tard¨® cuatro d¨ªas en llegar a Kabkab¨ªa con sus tres hijos, caminando s¨®lo por la noche. "Ahora es dif¨ªcil encontrar trabajo aqu¨ª, hay demasiada gente buscando trabajo. Y no puedo dejar a mis ni?os con nadie para buscar trabajo", comenta.
A su amiga Fatna Mohamed Abdela tambi¨¦n le mataron al marido. Fatna, como muchos miembros de tribus africanas, no conoce su propia edad. Cree que tiene treinta y algo. Ten¨ªa seis hijos y se le muri¨® uno en Kabkab¨ªa. "A mi marido lo mataron hace tres a?os. A las seis de la ma?ana llegaron ¨¢rabes montados en camellos y caballos. Cuatro de mis seis ni?os salieron corriendo en otra direcci¨®n. Fui preguntando por las aldeas. Pasaron seis d¨ªas hasta que los encontr¨¦. Tardamos cuatro d¨ªas andando en llegar a Kabkab¨ªa. Aqu¨ª a veces encuentra trabajos espor¨¢dicos como peona en la construcci¨®n de casas. Si no sale nada, siempre queda el recurso de ir a por le?a al campo. "Procuro ir muy temprano, antes de que los yanyauid se levanten, para que no me acosen".
"En Darfur", comenta un trabajador humanitario, "las mujeres cargan con todos los trabajos, desde los de la casa hasta los m¨¢s pesados, como son acarrear agua y le?a o trabajar en la construcci¨®n. Como hay muchos casos de poligamia, a menudo las esposas compiten por coger m¨¢s le?a para demostrar al marido que valen m¨¢s que la otra. Y muchos de ellos se pasan el d¨ªa sentados tomando t¨¦".
A Fatna Mohamed le pagan en la construcci¨®n 100 dinares por d¨ªa (unos 40 c¨¦ntimos de euro). Todas ellas se expresan en la lengua de los fur; ninguna sabe hablar ¨¢rabe, la lengua oficial del pa¨ªs y la de los yanyauid. Y todas aseguran que s¨®lo volver¨¢n a sus pueblos cuando los jauias les garanticen que no correr¨¢n peligro. A Diego, que trabaj¨® en la oficina comercial de la Embajada espa?ola en Irak antes y despu¨¦s de la guerra, le sorprende que la gente critique con tanta libertad a los yanyauid. "En Irak, Sadam Husein era un nombre impronunciable".
Abdel Shafir Sham Aldin, el l¨ªder tribal de los desplazados en Kabkab¨ªa, de 63 a?os, con dos mujeres y nueve ni?os, se queja de que hay demasiados problemas en la zona. "A cada momento se sufren ataques, de noche, por gente desconocida. Y salir fuera de Kabkab¨ªa siempre es un riesgo. Las mujeres pueden ser golpeadas y violadas por los soldados del Gobierno o por los yanyauid". ?No tiene miedo de hablar as¨ª de los yanyauid? "Ya he sido detenido dos veces por los de Seguridad Nacional [las huestes del capit¨¢n Omar]. Pero no les temo a los yanyauid. S¨®lo le temo a Dios".
A pesar de todos los intentos de gente como el gobernador de Kabkab¨ªa para mantener las distancias formales con los yanyauid, las v¨ªctimas saben muy bien d¨®nde apuntar. En una aldea remot¨ªsima, a cuatro horas de la localidad de Kutum, pueblo ya de por s¨ª remoto al que se suele acceder por helic¨®ptero, un d¨ªa Diego Fern¨¢ndez vio dos casas quemadas. "Era un sitio donde uno tiene la sensaci¨®n de que eres el primer blanco que ven". Diego pidi¨® a los traductores que le preguntaran a la due?a, una anciana de casi ochenta a?os, qui¨¦n le hab¨ªa quemado la casa. Y tan lejos como estaba de los tel¨¦fonos, la tele, la electricidad, los aeropuertos, la BBC y The New York Times, la anciana no dud¨® un segundo en responder.
-Ha sido Omar Bashir.
Omar Bashir es el presidente del Gobierno de Sud¨¢n desde que arrebat¨® el poder al anterior en un golpe de Estado en 1989. Los yanyauid, sus peones.
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