Mi vida sin escolta
Jueces, profesores, pol¨ªticos, profesionales, cerca de mil ciudadanos vascos han de vivir con la sombra perenne de un guardaespaldas. Ante el anuncio de alto el fuego de ETA, muchos se debaten entre la tristeza por los a?os perdidos y la esperanza de superar su vida en libertad vigilada.
Hace mucho tiempo que est¨¢n ah¨ª. Manuel Montero recuerda haberlos visto en el funeral de su madre, y hace 20 a?os, cuando Ana Urchuegu¨ªa tuvo a su segundo hijo, cuatro de ellos montaron guardia en la puerta del paritorio. Ram¨®n G¨®mez y Vanesa V¨¦lez se fueron queriendo al socaire de sus miradas, y el d¨ªa que se casaron, all¨ª estaban ellos, siguiendo con sus veh¨ªculos al cortejo nupcial. Ahora que ETA ha mandado parar sus pistolas, Manuel, Ana, Ram¨®n y Vanesa esperan que, junto al miedo, desaparezcan sus escoltas, y ellos puedan convertirse, al fin, en ciudadanos normales de un pa¨ªs normal. Tambi¨¦n lo aguarda con ilusi¨®n Carlos Totorika, quien en sus horas bajas se ha llegado a ver matem¨¢ticamente muerto.
Se supone que est¨¢n ante un paisaje emocionante, pero muchos siguen viendo niebla
Quiz¨¢ porque presienten el final del t¨²nel, casi todos cuentan su peripecia con una sonrisa
La familia est¨¢ siempre presente. Se nota que los amenazados se sienten en deuda con ellos
"Yo tengo que reconocer", dice el alcalde socialista de Ermua, "que he pensado en la muerte todos los d¨ªas durante much¨ªsimos a?os. Y eso marca. Yo vengo del mundo de los n¨²meros y he llegado a hacer c¨¢lculos estad¨ªsticos sobre la posibilidad que ten¨ªa de salir vivo. Pensaba: si cada a?o asesinan a 40 o 50 personas, en dos a?os el n¨²mero sube hasta los 90 o 100. En 10 a?os? 500. ?A m¨ª me toca, fijo!".
Los 10 protagonistas de esta historia tienen pues en com¨²n haber llegado vivos y con la dignidad intacta al 22 de marzo de 2006. Aquel d¨ªa que va camino de convertirse en hist¨®rico, tres encapuchados anunciaron por televisi¨®n el alto el fuego permanente de ETA, y a todos ellos les embarg¨® entonces algo muy parecido a "la tristeza del superviviente". Pesar y rabia por los que se fueron quedando en el camino. Alivio ante la expectativa de un futuro en libertad. Maite Pagazaurtundua, la autora de la expresi¨®n, re¨²ne en su propia vida lo uno y lo otro. La actual presidenta de la Fundaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo perdi¨® a su hermano Joseba -uno de los ¨²ltimos asesinados por ETA- y a muchos amigos, pero el alto el fuego le permitir¨¢, por primera vez en su vida, pasear a su hija de cinco a?os por San Sebasti¨¢n sin la compa?¨ªa de sus guardaespaldas.
Para imaginarse el futuro, Garbi?e Biurrun ha subido al camino de Izaskun, desde donde se ve su pueblo, Tolosa, y los montes que lo circundan. Ella, al igual que todos los jueces en el Pa¨ªs Vasco, empez¨® a llevar escolta a finales de 2001. El 7 de noviembre de aquel a?o, ETA mat¨® en Bilbao a su compa?ero Jos¨¦ Mar¨ªa Lid¨®n, si bien Garbi?e recuerda que el miedo ya la visitaba desde mucho antes. "Hubo un momento en que me di cuenta de que mi entorno ya era de muertos. Y de que el perfil del asesinado era parecido al m¨ªo. Hab¨ªa posibilidades reales de que me mataran. Yo sol¨ªa subir andando hasta la ermita de Izaskun, hasta que me entr¨® el miedo. Un miedo atroz, un miedo absoluto, un miedo horroroso, un miedo real. Sent¨ªa que de verdad me pod¨ªan pegar dos tiros".
Es una reacci¨®n com¨²n en todos los entrevistados. A la pregunta de qu¨¦ har¨¢n cuando por fin les retiren a los escoltas, intentan buscar en la memoria lo que hac¨ªan cuando ellos aparecieron, y en la frontera de ese momento crucial en sus vidas siempre est¨¢ el miedo. "A Lid¨®n", recuerda el tambi¨¦n juez Edmundo Rodr¨ªguez Ach¨²tegui, "lo mataron en noviembre de 2001, y en el siguiente traslado se fueron del Pa¨ªs Vasco media docena de jueces. Hasta entonces, casi todos tom¨¢bamos medidas, cambi¨¢bamos de rutas, de horarios, pero no sent¨ªamos la necesidad de llevar protecci¨®n. Todo cambi¨® cuando se llevaron por delante al amigo Lid¨®n. La gente percibi¨® que ya no era un magistrado de la Audiencia Nacional o el fiscal jefe de Andaluc¨ªa, sino que pod¨ªa ser cualquiera".Garbi?e Biurrun recuerda con espanto los momentos anteriores a que le pusieran escolta. "Lo de sentir miedo y no poder tener protecci¨®n personal es una situaci¨®n extra?a. Yo recuerdo que me dieron cursillos de autoprotecci¨®n, un v¨ªdeo ya famoso entre los amenazados. Un v¨ªdeo que a¨²n te da m¨¢s miedo: 'No abra la casa, y cuidado por d¨®nde sale, y cuidado por d¨®nde entra, y en ciudad no lleve atado el cintur¨®n de seguridad', y t¨² dices: 'Ya, como que yo me voy a tirar del coche?'. Y cuando est¨¢s sola piensas: 'Si se supone que yo tengo que hacer todo eso y no voy a hacerlo, pues es que soy cada vez m¨¢s vulnerable'. Dej¨¦ de ir al gimnasio, dej¨¦ de hacer muchas cosas, dej¨¦ de hacerlas?".
El miedo como un estribillo. La libertad con min¨²sculas que ellos dejaron de practicar hace ya mucho tiempo -llevar a los hijos al parque, tomar una cerveza a la hora y en el bar de siempre, pasear en solitario- est¨¢ todav¨ªa oculta bajo muchas capas de miedo. Han ido a buscarla ahora, en las v¨ªsperas de la paz, y lo han hecho como quien regresa a una casa mucho tiempo cerrada. Las s¨¢banas que lo cubren todo est¨¢n hechas de miedo, y el polvo que se ha ido acumulando sobre ellas representa el cansancio, la tristeza de una vida mutilada, de unos a?os perdidos. "Mi vida social se ha reducido en un 90%", explica Carlos Totorika. "Si yo calculara por n¨²meros de potes, cubatas o cenas mi vida social, no hago ni el 10% de lo que hac¨ªa hace casi 10 a?os, desde el 97, que fue cuando me pusieron escolta. Estar¨¦ ganando salud, pero se me estar¨¢ soltando un tornillo de la parte de arriba".
La ¨²nica raz¨®n es que existen dos vidas. Una es en libertad. La otra, sencillamente, no es vida. "Yo llevo 20 a?os con escolta", dice la socialista Ana Urchuegu¨ªa, alcaldesa de Lasarte (Guip¨²zcoa), "me la pusieron a partir del asesinato de Enrique Casas, en 1984. Y yo lo que he perdido en mi vida es alegr¨ªa. Me he convertido en una persona triste. No he podido ni pasear con mis hijos. Maite [Pagazaurtundua] dec¨ªa el otro d¨ªa que por fin podr¨ªa ir con sus ni?as al parque. Yo ese tren lo he perdido. Mi hija tiene 24 a?os, y mi hijo, 20. Mi hija me ha visto toda una vida escoltada, y mi hijo, qu¨¦ te voy a contar. Yo di a luz con cuatro guardias civiles en la puerta? Nadie me iba a visitar. ?Qu¨¦ ocurr¨ªa? Me lo explic¨® una amiga: 'Fuimos a verte, pero hab¨ªa cuatro guardias en la puerta y?'. Y todo eso es un sufrimiento que has vivido y que vas guardando. En todos estos a?os no he ido a casa de mi familia ni de mis amigos, porque me hac¨ªan seguimiento. Me he ido aislando. Mi casa se ha convertido en mi propia c¨¢rcel, donde de vez en cuando me vienen a visitar. No puedo ir al cine, ni siquiera voy a comprar ropa interior, me la traen aqu¨ª [al despacho] y me la pruebo en casa. No puedo ir al mercado dos d¨ªas seguidos ni abrir mi propio correo. Yo", dice bajando la voz, "no logro imaginarme una nueva vida. No me veo en la calle sola despu¨¦s de tanto tiempo. Tengo la sensaci¨®n de que tendr¨ªa que aprender a andar de nuevo".
Maite Pagazaurtundua la est¨¢ escuchando, asintiendo en silencio. Ella sabe que la alcaldesa de Lasarte no exagera. Tambi¨¦n ella se escap¨® de los escoltas para dar a luz y tambi¨¦n en una ocasi¨®n la polic¨ªa le dijo que el frutero de su barrio, aquel muchacho que vend¨ªa unas manzanas estupendas pero que a ella nunca le dio buena espina, hab¨ªa sido detenido por pasar informaci¨®n de sus movimientos a un comando de ETA. "Y todo eso", agrega Ana Urchuegu¨ªa, "te va aislando. Vas dejando de hacer cosas con tal de sobrevivir. De todos estos a?os, yo nunca olvidar¨¦ dos cosas. Una es el asesinato de mis compa?eros. A Froil¨¢n Elespe me lo mataron en 2001 despu¨¦s de 16 a?os vi¨¦ndolo entrar por esa puerta. Lo otro que no olvidar¨¦ es leer c¨®mo me quer¨ªan asesinar. El comando Buruntza sab¨ªa todos mis movimientos. Todos. 'Ana Urchuegu¨ªa Asensio. Divorciada. Dos hijos. Se le puede poner un paquete en la rotonda de entrada, dentro de una furgoneta que se vende. Pasa por ah¨ª'. Es muy duro ver eso escrito en un papel. Es como leer tu propio asesinato".
Se supone que Ana, como las m¨¢s de 1.000 personas que han estado llevando escolta en el Pa¨ªs Vasco en los ¨²ltimos a?os, se encuentra en estos momentos ante un paisaje emocionante, sin duda la mejor perspectiva que ha tenido en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas. Sin embargo, al asomarse a esa ventana, muchos de ellos siguen viendo niebla, oscuridad todav¨ªa, y el cristal se convierte en un espejo que les devuelve su rostro cansado y, detr¨¢s de ¨¦l, todo su pasado. "Es terrible", admite la alcaldesa de Lasarte, "la mejor ¨¦poca de mi vida ha estado condicionada por el terrorismo. Yo siempre pens¨¦ que me tendr¨ªa que ir cuando todo terminara. Que a m¨ª nunca me van a perdonar haber estado contra ellos".
Ram¨®n G¨®mez y Vanesa V¨¦lez llevan cinco a?os casados, pero se enamoraron hace diez, pr¨¢cticamente el tiempo que ¨¦l -ahora concejal del PP en San Sebasti¨¢n y antes en Eibar- lleva con escolta. Vanesa, concejal del mismo partido en Lasarte y antes en Andoain, tambi¨¦n va acompa?ada por dos guardaespaldas. Sin embargo, la manera que tienen ellos de afrontar el tiempo que ha de venir difiere sustancialmente de la de Ana Urchuegu¨ªa. Cuando el escoltado analiza la situaci¨®n, hay un aspecto que pesa m¨¢s que la ideolog¨ªa o que la posici¨®n de sus partidos con respecto al alto el fuego, y tiene que ver con los gramos de futuro o de pasado personal que cada uno coloque en su balanza. Si de algo habla con pena la alcaldesa de Lasarte, es de no haber disfrutado de sus hijos. Y por eso mismo, pero volvi¨¦ndolo del rev¨¦s, a Ram¨®n y a Vanesa se les ve con una ilusi¨®n a prueba de malos ratos: "Vamos a tener una ni?a en junio. Llevamos cinco a?os casados, pero hasta ahora ni nos lo hab¨ªamos podido plantear. Hubiera sido m¨¢s f¨¢cil si s¨®lo uno de los dos llevara escolta, pero con los dos as¨ª, ?qu¨¦ ¨ªbamos a hacer si al ni?o le apetec¨ªa salir o si hab¨ªa que ir corriendo a la farmacia? ?Llamar a los escoltas y esperar a que vinieran?".
No hay dramatismo en sus palabras. Quiz¨¢ porque presienten el final de un largo t¨²nel, casi todos los entrevistados cuentan sus peripecias de estos a?os con una sonrisa en los labios. Su lucha, adem¨¢s de heroica en muchos momentos, est¨¢ salpicada de escenas rid¨ªculas. "Yo llevo 10 a?os con escolta", explica Ram¨®n G¨®mez, "desde que cumpl¨ª los 20 hasta los 30 que tengo ahora. Y hay situaciones, como salir de noche con los amigos o ir a comer unas alubias, que son dif¨ªciles de imaginar para quien no las haya vivido. Te dicen los amigos: 'Vamos a ir a un caser¨ªo'. Y t¨² piensas: '?C¨®mo voy a llegar yo a un caser¨ªo de Guip¨²zcoa con cuatro t¨ªos, las antenas desplegadas de los dos coches de escolta, el m¨ªo blindado porque ETA puso una bomba en mi casa??'. Acabas perdiendo contacto con la gente. Yo, adem¨¢s, desde hace cuatro o cinco a?os tengo restricci¨®n de horario con los escoltas, y si quiero salir a tomar una copa, tengo que pedirles permiso como cuando ten¨ªa 13 a?os. Por eso, cuando esto acabe, lo primero que har¨¦ es comprarme una moto. Yo fui en moto desde los 14 hasta los 20 a?os, y era feliz por San Sebasti¨¢n, pero la tuve que vender y comprarme un coche de segunda mano. ?No iba a llevar al escolta en la moto!".
La relaci¨®n con los escoltas es uno de los aspectos recurrentes en la conversaci¨®n de un amenazado. Tambi¨¦n ahora que est¨¢n en el zagu¨¢n de perderlos de vista. "Una compa?era m¨ªa", recuerda el juez Edmundo Rodr¨ªguez Ach¨²tegui, "dice que tenemos un esclavo a nuestra disposici¨®n, y no le falta raz¨®n. Si t¨² te levantas a las siete, ¨¦l ya est¨¢. Si te tomas un vino a la una, ¨¦l est¨¢ a la una; si a las tres comes, ¨¦l est¨¢ a la hora de comer. Si alguna noche te vas de cena y te l¨ªas, ¨¦l te lleva a casa. Y a la ma?ana siguiente, temprano, ¨¦l vuelve a estar ah¨ª? Hay casos en que se han hecho amistades y es conocido que alguna juez se ha casado con su escolta. Se intentan mantener las distancias, porque cada uno hace su trabajo, pero despu¨¦s de seis meses de convivencia terminan conoci¨¦ndote muy bien". Manuel Montero, catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea y ex rector de la Universidad del Pa¨ªs Vasco, pone el dedo en otra llaga: "La presencia de los escoltas te recuerda el peligro, incluso si est¨¢s fuera de Euskadi. Eres tan consciente de que est¨¢s solo, que los tienes presentes aunque no est¨¦n contigo. Es una especie de recuerdo permanente".
La presencia de los guardaespaldas distorsiona la relaci¨®n del amenazado y su entorno en un doble sentido. De dentro hacia fuera, porque la capacidad de movimientos queda reducida, condicionada. Y tambi¨¦n de fuera hacia dentro. Aunque el escoltado llegue alguna vez a olvidarse de su condici¨®n, las miradas que recibe le informan de lo contrario. Carlos Totorika lo tiene muy estudiado: "La gente siempre mira si vas acompa?ado. Si alg¨²n d¨ªa -cosa rara- vas solo, te lo hacen notar: '?Qu¨¦ pasa, hoy no vas con escolta?'. Te ven como una especie de bicho con tres caras. Y claro que produce un alejamiento humano. A la gente sencilla le resulta muy inc¨®modo hablar con el alcalde si va con dos polic¨ªas al lado. Yo, muchas veces, en vez de un responsable institucional me siento un preso".
Y no hay preso que no se sienta solo. El profesor Montero se lleg¨® a inventar una palabra para definir la sensaci¨®n de los que, como ¨¦l, viv¨ªan continuamente escoltados, aislados, solos. "Yo me siento un precad¨¢ver", dijo en 2003, "siento una soledad absoluta. Un escoltado no puede pasear mucho, pero a veces tienes que hacerlo, y entonces te encuentras con gente, un amigo, un conocido, y siempre hacen as¨ª con la mirada para ver d¨®nde est¨¢n los escoltas, y la forma en que te miran no es normal. Entonces piensas: '?ste me est¨¢ viendo como un precad¨¢ver'. Son personas con las que igual te tomar¨ªas un caf¨¦, pero que intentan estar el menor tiempo posible contigo. Eso te produce una sensaci¨®n de soledad enorme. Vives una vida rara. La de un precad¨¢ver paseando por la ciudad".
La juez Biurrun tambi¨¦n sabe de esas miradas: "La mayor¨ªa me miraba con penita. Como esa se?ora que me acabo de encontrar y me ha dicho: 'Te iba a llamar para felicitarte [por el alto el fuego]'. Antes era lo contrario, me dec¨ªan: 'Garbi?e, ?a¨²n as¨ª?'. Ahora me miran con curiosidad porque quiz¨¢ nos hayamos convertido en un term¨®metro. Cuando me vean dos d¨ªas sola pensar¨¢n que las cosas van muy bien?". Ram¨®n G¨®mez y Vanesa V¨¦lez dicen que su experiencia con las miradas es bien distinta. "Dos veces", cuenta ¨¦l, "nos han pintado el portal con mi nombre dentro de una diana. Y entonces bajas y ves que los vecinos te miran mal porque les han pintado el portal por tu culpa. Uno o dos te dan mucho ¨¢nimo, pero el resto te mira con mala cara". "Incluso una vecina de donde viv¨ªamos antes", tercia Vanesa, "nos lleg¨® a decir que nos fu¨¦ramos, que nosotros y nuestros amigos, refiri¨¦ndose a los escoltas, les est¨¢bamos llevando el peligro".
Durante los a?os que llevan escoltados s¨®lo han encontrado una f¨®rmula para defenderse -a s¨ª mismos y sobre todo a sus familias- de esas miradas nocivas, de esa sensaci¨®n continua de peligro que lleva impl¨ªcito el ir escoltado. "Yo", dice el alcalde Carlos Totorika, "me autoexilio en mi casa durante la semana y me voy fuera s¨¢bados y domingos". "Desde el a?o 97", constata la juez Garbi?e Biurrun, "no he pasado ni un fin de semana en mi pueblo, ni mi marido ni mis hijos". Y Totorika remacha: "Se van a cumplir 10 a?os que no me ba?o en una playa de Euskadi". El profesor Montero lleg¨® a marcharse un a?o a M¨¦xico, despu¨¦s de una temporada muy dura en la que unos quisieron terminar con su vida y otros con su prestigio. Su nombre apareci¨® m¨¢s de 80 veces dentro de una diana y hubo una ocasi¨®n en que sus guardaespaldas tuvieron que repeler una agresi¨®n y terminaron en el hospital. Al tiempo que en la radio del coche unos tertulianos lo pon¨ªan a caldo por su presunta tibieza con el nacionalismo democr¨¢tico. Hace unos meses, a la vuelta de su autoexilio reparador, Montero se encontr¨® con que sus hijas se hab¨ªan hecho lo suficientemente mayores como para tener que explicarles varios porqu¨¦s, empezando por el principal: la necesidad de llevar escolta.
"Me result¨® muy duro", confiesa Montero, "al irme a M¨¦xico eran muy peque?as, pero al volver sent¨ª que les deb¨ªa una explicaci¨®n. Y me result¨® humillante. Contra lo que se piensa, nuestra situaci¨®n no es nada heroica. Tener que agacharte a mirar el coche, que te lleven y te traigan? Se lo expliqu¨¦ tal cual. Pas¨¦ un mal rato. Les dije la funci¨®n que tiene esta gente y por qu¨¦. Me imagino que lo sospechaban, pero explic¨¢rselo fue humillante. As¨ª de claro".
La familia, y en especial los hijos, est¨¢n presentes en todas las conversaciones. Se nota que los amenazados se sienten en deuda con ellos. Los hijos de Garbi?e Biurrun tienen 13 y 16 a?os. Si se tiene en cuenta que su madre lleva 10 sorteando el peligro -seis con escolta-, no hace falta decir m¨¢s. La juez se siente orgullosa de haber aguantado junto a ellos los a?os dif¨ªciles. "Por una parte", reflexiona, "dices: 'Nos vamos para que los cr¨ªos no vivan esto', pero por otro lado piensas: 'No, lo tienen que vivir, es muy importante que lo vean'. Ahora puedo decir que mis hijos est¨¢n absolutamente vacunados, que con lo que han visto y o¨ªdo van a ser capaces de discutir todo lo que tengan que discutir sin tener jam¨¢s la tentaci¨®n de usar, ni de tolerar, la violencia. Hemos vivido juntos una vida muy complicada, y eso tambi¨¦n curte. Hay cosas por encima del miedo, por encima del riesgo, que hay que hacer. Yo me siento una mujer medio valiente despu¨¦s de lo que he vivido. Y, si me los hubiera llevado, les hubiera robado esa posibilidad de hacerse fuertes ellos tambi¨¦n".
Garbi?e Biurrun, su marido y sus hijos ya han pasado un fin de semana en Tolosa, el primero despu¨¦s de muchos a?os. Y Maite Pagazaurtundua, aunque sigue con escoltas, dice que se ha aventurado por calles de San Sebasti¨¢n a las que antes ni se le ocurr¨ªa ir ni se lo hubieran permitido sus escoltas. "He sentido una pena especial", dice la presidenta de las v¨ªctimas, "siento que yo de momento me he salvado, pero que otros se han quedado en el camino. Al d¨ªa siguiente del alto el fuego not¨¦ una cosa curiosa. Todo el peso que estaba llevando sobre las espaldas -el peso del miedo, de la preocupaci¨®n, de la inquietud- no lo notaba. Viv¨ªa con ese peso y se naturalizaba conmigo misma. Pero el fin de semana despu¨¦s de la tregua, cuando sal¨ª a la calle con mis hijas, not¨¦ que estaba m¨¢s ligera de hombros. Adem¨¢s, y por casualidad, pas¨¦ por una de las calles de ambiente nacionalista. Sent¨ª que me observaban como si fuera una vaca o la mujer barbuda. Not¨¦ que les parec¨ªa rara mi presencia all¨ª. Durante los seis a?os que llevo con escolta policial no hab¨ªa reflexionado sobre las fronteras invisibles trazadas en San Sebasti¨¢n y que nos llevan separando mucho tiempo a unos y a otros".
Carlos Totorika, sin embargo, puede hacer una tesis sobre esas fronteras construidas a base de peligro, pero tambi¨¦n de miradas hostiles. "Me hace mucha ilusi¨®n poder volver andar en bicicleta y darme un ba?o en mis entornos de siempre, en Markina, en Ondarroa, en Getaria o en Zarautz. Quiero ir y encontrarme libre. No volver a ver esas miradas que te est¨¢n golpeando. Yo creo que esto debe ser como la transici¨®n. En esos a?os, los dem¨®cratas nos mov¨ªamos libremente, y quienes hab¨ªan sido franquistas ni manifestaban orgullo por su pasado ni te miraban con aires de superioridad". El alcalde de Ermua ve la libertad en una postal de playa todav¨ªa lejana para ¨¦l: "Estar tomando el sol y que el de la toalla de al lado sea uno de HB y que a ¨¦l le parezca normal tener a un socialista al lado en vez de que su mirada despida odio o que est¨¦ pegando un telefonazo a su cuadrilla para que me den una paliza. As¨ª identifico yo la libertad".
La prudencia y la cautela siguen presidiendo los movimientos de todos ellos, pero dice Ignacio Latierro, el responsable de la librer¨ªa Lagun, que tiene unas "ganas locas" de que los amenazados puedan vivir por fin sin el cors¨¦ de los escoltas. "Por m¨ª", explica, "y sobre todo por los amigos de los pueblos, para los que ha sido mucho m¨¢s duro. Hay muchas ganas de recuperar la libertad de horarios y de costumbres, y de olvidar esta vida planificada que te limita tanto. Dec¨ªa el otro d¨ªa Estanis Amuch¨¢stegui [concejal socialista de Andoain, uno de los pueblos de Guip¨²zcoa donde la presi¨®n terrorista ha sido m¨¢s cruel] que lo que ¨¦l a?ora de verdad es abrir la ventana los domingos y, si hace bueno, irse al monte, y si llueve, volverse a meter en la cama. Eso, a d¨ªa de hoy, es imposible porque tienes que programar hasta tu ocio con los escoltas, y eso, que aparentemente es tan nimio, se convierte en un factor fundamental en tu vida".
Esas "ganas locas" de Latierro se confunden con la nostalgia por la antigua librer¨ªa Lagun, abierta durante d¨¦cadas en la Parte Vieja de San Sebasti¨¢n y que tuvo que ser trasladada despu¨¦s de un sinf¨ªn de ataques del entorno radical. Lagun ya no podr¨¢ volver al coraz¨®n de la ciudad -el local era alquilado y ahora es una tienda de vinos-, pero ser¨¢ una buena se?al que los libros dejen de estar escoltados y que Ignacio Gil, alcalde popular de Labastida y vitivinicultor de profesi¨®n, pueda subirse al tractor sin que los guardaespaldas tengan que seguirle a trancas y barrancas. "Nadie sabe lo que es eso", dice Gil, "para m¨ª la libertad es ir donde quiera, como quiera y cuando quiera".
A ese d¨ªa, Manuel Montero ya le ha puesto nombre incluso: el D¨ªa de la Libertad. El ex rector est¨¢ sentado en una de las cafeter¨ªas de la Universidad del Pa¨ªs Vasco, repleta de estudiantes y profesores. Montero, que no perdi¨® su sonrisa ni en los d¨ªas m¨¢s dif¨ªciles, mira a los alumnos y piensa: "Toda est¨¢ gente, todos los vascos con menos de 40 a?os, se han tenido que plantear en un momento de su vida si matar tiene justificaci¨®n o no. La inmensa mayor¨ªa dio la contestaci¨®n evidente, pero lo grave, lo terrible, es que se lo hayan tenido que plantear". Dice Manuel Montero que est¨¢ contento porque, con un poco de suerte, sus hijas ya no tendr¨¢n que hacerse esa pregunta maldita.
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