Hecatombe de ¨¢rboles y reses
De los seculares ritos que en honor de San Isidro celebra el pueblo de Madrid, el m¨¢s enraizado y persistente es el de la feria taurina, que prolonga sus ceremonias sangrientas durante buena parte del mes de mayo. Hecatombe se llamaba el holocausto de cien bueyes en honor de H¨¦cate, diosa griega de la magia y de la hechicer¨ªa, y megahecatombe es la que cada a?o le dedican a su buc¨®lico patr¨®n los fieles taur¨®filos, o tauricidas, seg¨²n se mire, entrando en flagrante contradicci¨®n con el pac¨ªfico talante del santo agricultor, al que se supone amante de los animales y en particular de los bueyes, que contribu¨ªan a facilitarle las tareas del campo a ¨¦l y a los ¨¢ngeles que seg¨²n la piadosa leyenda sol¨ªan sustituirle en el arado, a la hora de la siesta, cuando el santo var¨®n enviaba sus m¨¢s inspiradas plegarias al cielo inclemente del est¨ªo implorando una tregua.
Patr¨®n de numerosas localidades agr¨ªcolas en Espa?a, a San Isidro le imploran este a?o los ecologistas cristianos para que proteja a los ¨¢rboles madrile?os amenazados por las cuadrillas de implacables le?adores al servicio del municipio y de la Comunidad, pero me temo que el beat¨ªfico labrador no est¨¦ por la labor de mediaci¨®n, precisamente a causa de su oficio; aunque una larga retah¨ªla de t¨®picos urbanos se empe?e en demostrar lo contrario, los agricultores no suelen ser amantes de los ¨¢rboles, sino m¨¢s bien sus enemigos ac¨¦rrimos, porque los ¨¢rboles interrumpen con sus troncos y ra¨ªces la continuidad de los surcos y merman la productividad de los campos de cultivo. Siglos, milenios antes de que los ecologistas empezaran a incordiar, los campesinos castellanos, por ejemplo, talaron y desbrozaron a conciencia las inmensas llanuras cerealistas del centro peninsular sin encomendarse a Dios ni al Diablo, la Naturaleza no era para ellos madre sabia y protectora, sino madrastra cruel que con sus desmedidos caprichos les quitaba el pan de la boca, poniendo ¨¢rboles en los senderos de las espigas y desatando a placer sequ¨ªas o inundaciones, heladas tard¨ªas y pedriscos traidores. La relaci¨®n amor-odio de los campesinos con su medio es intensa y at¨¢vica, los labradores odian el campo y aman sus cosechas, o las misteriosas subvenciones que les llueven del emp¨ªreo comunitario europeo para que dejen de cultivar y cosechar, en pro del equilibrio y del cambalache de los precios agr¨ªcolas a escala continental y global.
San Isidro es un santo desplazado, exc¨¦ntrico en el centro de todos los centros peninsulares, el santo que apadrin¨® con su nombre a los campesinos madrile?os que acud¨ªan a la capital en sus fiestas, es un "isidro" m¨¢s, un paleto que prefiere su ermita y su pradera al coso de Las Ventas donde machetean toros en su nombre, si hemos de creer a los expertos cada vez con menos arte, por ambas partes, las bestias y sus matadores. No son los toros, ni deporte, ni espect¨¢culo, ning¨²n aficionado al deporte o al espect¨¢culo sufrir¨ªa tanto y a tales precios lo que sufren los "taurinos", muy pocos soportar¨ªan tantas y tan frecuentes decepciones, las derrotas continuas de sus equipos o los fracasos reiterados de sus ¨ªdolos favoritos. La "fiesta" es un atavismo que nos habla de cultos ancestrales degradados y, desde luego, precristianos. A San Isidro no le deben gustar los toros, as¨ª lo interpreta la afici¨®n cuando el santo interrumpe con feroces aguaceros sus santificados festejos. San Isidro no fue un agricultor rezador y holgaz¨¢n como refieren las cr¨®nicas maliciosas, sino un "zahor¨ª" descubridor de corrientes y manantiales secretos, como explicita uno de sus milagros, un trabajador especializado al que su patr¨®n liberar¨ªa de alguna de las tareas m¨¢s pesadas para rentabilizar su don. San Isidro, taumaturgo, sigui¨® obrando milagros despu¨¦s de muerto a trav¨¦s de su momia: a Felipe III se la metieron en la cama con motivo de una grave enfermedad y sobrevivi¨® a la enfermedad y a la experiencia necr¨®fila. El pasado lunes, el alcalde de Madrid pas¨® con sus adl¨¢teres por la pradera del Santo para besar con devoci¨®n y pleites¨ªa los tres huesecillos de su mano dentro del relicario y dejarse besar y estrechar por sus feligresas y feligreses. No se sabe qu¨¦ le pidi¨® a Isidro, quiz¨¢s m¨¢s comprensi¨®n para talar los ¨¢rboles que interrumpen los surcos implacables de sus pomposas obras.
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