En torno a la representaci¨®n pol¨ªtica
El pasado lunes EL PA?S publicaba en su ¨²ltima pagina la noticia de las concentraciones que se hab¨ªan celebrado en diversas ciudades espa?olas contra la especulaci¨®n inmobiliaria y por una vivienda digna. La noticia destacaba el hecho de que los miles de personas que se hab¨ªan movilizado, lo hab¨ªan hecho sin direcci¨®n pol¨ªtica expl¨ªcita. No se sab¨ªa de partido pol¨ªtico alguno que convocara esas concentraciones. Los manifestantes hab¨ªan sido activados a trav¨¦s de las redes de los nuevos movimientos sociales, usando correos electr¨®nicos, mensajes SMS y listas de distribuci¨®n de Internet "de origen desconocido". Y aparentemente no hab¨ªa pol¨ªticos ni representantes electos presentes en las plazas escenario de la protesta. Es significativo que el cronista cita las referencias a los recientes acontecimientos de Francia, casos en los que tambi¨¦n se subray¨® el car¨¢cter aparentemente extrapartidista de los disturbios de la banlieue a finales del a?o pasado o de las movilizaciones contra el contrato de primer empleo m¨¢s recientemente.
Desde hace tiempo asistimos a una cierta contradicci¨®n entre el declive de los partidos pol¨ªticos como privilegiados protagonistas de la representaci¨®n pol¨ªtica (sea articulando la representaci¨®n v¨ªa elecciones, sea seleccionando y alistando militantes y simpatizantes para ocupar las instituciones) y las reticencias de los nuevos activistas pol¨ªticos para ocupar los potenciales vac¨ªos institucionales que ese declive partidista parece provocar. Por otra parte, desde la d¨¦cada de 1980 venimos asistiendo a un fen¨®meno en paralelo que se suma a todo ello. Mientras que la democracia (entendida como expresi¨®n hegem¨®nica de reglas de juego pol¨ªtico) se ha ido extendiendo por todo el mundo, se ha ido produciendo al mismo tiempo un repliegue significativo en libertades y derechos que parec¨ªan definitivamente consolidados. Necesitamos replantearnos a qu¨¦ nos referimos cuando hablamos de representaci¨®n democr¨¢tica, sobre todo cuando en Europa asistimos a una fascinaci¨®n por los temas de la mercadotecnia o la comunicaci¨®n pol¨ªtica, siguiendo la estela de la experiencia estadounidense y su avanzadilla en Europa en forma de new labour.
En pol¨ªtica, cuando nos referimos a representaci¨®n, podemos tratar con esa expresi¨®n de acercarnos a la idea de hacer presente, como tambi¨¦n a la idea de simbolizar. Representar a personas o colectivos puede llevarse a cabo tratando de asegurar o conseguir su presencia, sus voces, necesidades y demandas en la arena pol¨ªtica. Pero, asimismo, podemos referirnos a una visi¨®n m¨¢s limitada de la representaci¨®n por la cual los ausentes est¨¢n simb¨®licamente representados por quienes postulan su condici¨®n de portavoces. En el primer caso, los representantes deben tratar de mantener muy activos los canales de contacto con la ciudadan¨ªa o al menos con sus n¨²cleos de electores, contrastando su mandato con el desempe?o de su labor, generando retorno de lo realizado, superando pues la idea de que los ciudadanos son meros electores que entregan a plazos su voluntad y capacidad de decisi¨®n pol¨ªtica. Como dec¨ªa Tomas Paine, el estado habitual de las gentes es m¨¢s bien pasivo en lo referente a los temas p¨²blicos y s¨®lo en contadas ocasiones de crisis o conflicto se movilizan. Y segu¨ªa afirmando que precisamente una de las principales labores de los representantes pol¨ªticos deber¨ªa ser mantener activa esa fuerza de transformaci¨®n. Todo lo contrario de lo que afirmaba Edmund Burke, muy receloso de las conexiones entre representantes y representados, a fin de evitar, como dec¨ªa, que el recto proceder de los electos pudiera quedar influenciado por los volubles y mudables caprichos populares.
Los partidos pol¨ªticos han ido quedando encerrados en los juguetes institucionales. Pocos ponen en duda hoy d¨ªa que la gran mayor¨ªa de los partidos son estructuras muy verticales y poco deliberativas. Son organizaciones que no salen de su repertorio convencional excepto para modernizar tecnol¨®gicamente sus instrumentos de conexi¨®n unilateral. No parece que sus formas de acci¨®n sean muy creativas si exceptuamos los nuevos avances en mercadotecnia. Y tampoco destacan excesivamente por sus sensibilidad hacia temas emergentes. Evidentemente, hay excepciones y matices nada desde?ables. Pero, a mi entender, ¨¦sa es la situaci¨®n predominante. Lo cual no se contradice con que cada vez m¨¢s oigamos hablar de partenariado, de red o de empoderamiento, como expresi¨®n del nuevo lenguaje que conviene utilizar aunque ello no modifique nada sustancial. En el fondo estamos siempre con la impresi¨®n de que el mensaje que nos llega es: "Dejad hacer a quienes m¨¢s saben lo que os conviene".
El pasado lunes, Manuel Castells aludi¨® a ello en una jornada parlamentaria sobre medios de comunicaci¨®n audiovisual. De manera enf¨¢tica se refiri¨® a una posible "revoluci¨®n ciudadana" o "revoluci¨®n de las mentes" si no se produce un cambio sustantivo en la forma de hacer pol¨ªtica. La asimetr¨ªa de posiciones y de recursos caracter¨ªstica de los sistemas pol¨ªticos representativos a lo largo de los ¨²ltimos siglos consagraba y justificaba la distancia entre representantes y representados, entre ¨¦lites econ¨®micas e intelectuales y ciudadan¨ªa dependiente. Los procesos de democratizaci¨®n fueron el resultado de luchas populares y de debates ideol¨®gicos que fueron ampliando derechos y abriendo el sistema de representaci¨®n a nuevos sectores y protagonistas. La fase actual se nos presenta aparentemente como el final de un ciclo. Ya tenemos democracia. Ya tenemos sufragio universal. Ya votan las mujeres. Todos pueden optar a ser elegidos y todos pueden elegir. Pero esa democracia realmente en funcionamiento presenta notables deficiencias. Muchas voces ausentes, muchas personas invisibles, muchas desigualdades reales que impactan como siempre en la igualdad pol¨ªtica formal. Los nuevos medios tecnol¨®gicos han abierto posibilidades in¨¦ditas de acci¨®n, de agencia, de protagonismo directo con mucha menor intermediaci¨®n. Tampoco estamos ya en una manifestaci¨®n m¨¢s de la "crisis de los partidos" de la que se ha venido hablando desde hace a?os y que comport¨® la aparici¨®n de formaciones de nuevo cu?o, como los partidos verdes u otros partidos monotem¨¢ticos. Estamos en un nuevo escenario en el que no es suficiente con crear nuevos partidos, sino repensar la acci¨®n pol¨ªtica y la participaci¨®n ciudadana en momentos de crisis de la pol¨ªtica convencional para desarrollar su labor en plena mundializaci¨®n econ¨®mica y social. Propongo seis reflexiones finales: los partidos no agotan el activismo pol¨ªtico; no podemos seguir confundiendo electoral con pol¨ªtico; se puede hacer activismo pol¨ªtico sin querer alcanzar el poder; los partidos no pueden seguir viendo los movimientos como meros espacios de instrumentalizaci¨®n e influencia; ool¨ªtica y cotidianidad no son compartimientos estancos; pero, a pesar de todo, las elecciones y las instituciones cuentan.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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