Celebraci¨®n de la novela
Tal vez para conmemorar sus 70 a?os Mario Vargas Llosa nos regala esta novela (la m¨¢s divertida, apasionada y conmovedora de todas las que ha escrito), que es un feliz tributo a la tradici¨®n novelesca misma, y hasta una celebraci¨®n del arte de leer novelas como si las mejores se debieran al mejor lector, aquel incauto capaz de confundir el mundo con el relato que lo hechiza. Novela de novelas, en sus siete cap¨ªtulos que son otras tantas, ¨¦sta se abre por dentro a distintas historias reveladas como ficci¨®n a nombre de su verdad provisoria. O como verdad, a nombre de su ficci¨®n salvadora. Aliviado de su propia angustia de tesis, de su postulaci¨®n nihilista, de su "gran relato" del fracaso humano, esta vez el sistema narrativo de MVLL se libera de la norma veros¨ªmil y se deconstruye a s¨ª mismo, ensayando las trampas y abismos del cuento, all¨ª donde lo m¨¢s probable es el mayor simulacro. Con humor c¨®mplice, la novela rehace una y otra vez nuestra lectura, y nos convence de que la fascinaci¨®n del cuento es el gusto de recontarlo.
TRAVESURAS DE LA NI?A MALA
Mario Vargas Llosa
Alfaguara. Madrid, 2006
376 p¨¢ginas. 19,50 euros
Como si ilustrara un trata
do sobre las posibilidades de la novela, Travesuras corresponde al narrador, cuya novela (la primera que escribe) es una biograf¨ªa (una educaci¨®n sentimental) de su ¨¦poca (de la d¨¦cada de los cincuenta a la de los ochenta) que gira en torno a la ni?a mala (su amor aplazado de toda la vida). Pero si al comienzo el lector c¨¢ndido cree que la "biograf¨ªa" sobre una ni?a "chilena" es un saludo a la bandera desplegada por Garc¨ªa M¨¢rquez en su Memoria de mis putas tristes (cuyo modelo narrativo japon¨¦s no es ajeno a Vargas Llosa), pronto sospecha que el habla lime?a de sus criaturas saluda el paso del crucero Bryce Echenique, donde los Julius del Per¨² hablan como si renunciaran, por rebeld¨ªa, a la vida adulta. Pero, a poco, el lector entiende que esta novela es una historia del desenga?o, que empieza con los cuentos del camino de Boccaccio, sigue en la historia de un hidalgo manchego (en este caso, lime?o, m¨¢s l¨¢nguido que loco, quien no sale de su casa esperando que su Dulcinea vuelva a llamarlo por tel¨¦fono, y ella, cada dos a?os, lo hace); y culmina en Flaubert y su magn¨ªfica hero¨ªna, mujer mala como la Karenina, con cuya muerte la novela requiere concluir para paz del c¨®digo social.
Despu¨¦s de todo, las "muje
res malas" son las mujeres libres, y su paso por la novela lleva el precio de sus vidas. Hija de esas hero¨ªnas de la contradicci¨®n, esta "ni?a mala" ejercita su libertad al precio m¨¢s alto (el pr¨®ximo amante rico) pero su origen (modestamente peruano) la revela como hija del trauma (bella pero pobre, hija de madre cocinera, reinvent¨¢ndose a s¨ª misma). En suma, su destino (arribismo y simulaci¨®n) es el melodrama. Como un personaje de Balzac, ella funda la sociedad moderna: su pasi¨®n de ser alguien confirma las reglas. Pero siendo su pecado original la clase social, carece de legitimidad (su amante, el narrador inocente, la devuelve con cada fracaso al horizonte de lo literal); y, sin libertad en la novela, la recobra la imaginaci¨®n melodram¨¢tica.
Se trata, claro est¨¢, de un
gran melodrama. El narrador es un traductor (otro h¨¦roe de lo moderno) cuyo candor (es un "ni?o bueno") resulta no menos balzaciano. V¨ªctima de su pasi¨®n perpetua por la "ni?a mala", es traicionado una y otra vez, pero vuelve a creer en ella. S¨®lo que es tambi¨¦n su mayor testigo, el descubridor del simulacro ("eran peruanistas, no m¨¢s. ?Pobres! ?Pobrecitas!", dice de las hermanas arribistas; y m¨¢s tarde: "Inmediatamente me dio una explicaci¨®n que parec¨ªa impecable, aunque yo estaba seguro de que era falsa"). Tambi¨¦n es su juez ("pero sobre nada de esto me atrev¨ª a interrogarla para no ponerla en aprietos"). Y, al narrar su supuesta violaci¨®n, parece un protector fantasioso (el cuerpo violado es una anatom¨ªa sadista). No en vano este narrador recusa el psicoan¨¢lisis y su impronta anal¨ªtica: su rechazo de Freud, Lacan, y compa?¨ªa, lo hace sujeto favorito de esos escrutinios. Su amor se convierte en su posesi¨®n, y la mayor culpa de ella en su descargo. Cree en la felicidad, pero sospecha que su bondad es medida del mal ajeno. Reveladoramente, a su alrededor mueren los personajes de la pasi¨®n sin c¨¢lculo: Paul, el guerrillero; Juan, el enfermo de sida; Salom¨®n, el enamorado suicida; y ella misma, rendida al final a la sombra del origen, el "ni?o bueno", a quien le obsequia sus bienes, y el mayor de todos, su historia, la novela que leemos.
El traductor o int¨¦rprete, nos
dice el narrador, es una "profesi¨®n anodina" pero "la que menos problemas morales plantea a quien la ejerce". Es un yo sin discurso, y por ello un h¨¦roe del melodrama. Vive, nos dice, en el limbo, mientras ella lo hace en el infierno social. S¨®lo es alguien gracias a ella. "Porque mi vida era bastante normal, aunque vac¨ªa". Y se define, ya en la plena tragicomedia: "Entre sus amantes y compinches de ocasi¨®n, yo era el m¨¢s desinteresado, el m¨¢s devoto. El abnegado, el d¨®cil, el huev¨®n". Expulsado de la melancol¨ªa, es un peruano sin representaci¨®n: su drama pasa sin pena por los lugares comunes sobre la historia pol¨ªtica y cultural; y como en las buenas comedias, su amor termina en matrimonio pero como en los mejores melodramas, en matrimonio falso. En la hip¨¦rbole peruana de esa l¨®gica, nuestro narrador encuentra al padre de la hero¨ªna, y nos revela la escena original de su larga culpa. Si esa lectura es vargasllosiana por excelencia (Per¨², lo sabemos, es el mejor ejemplo de lo peor hecho) esta vez la fuerza de la novela la desarma: el origen es el trauma pero el destino es el melodrama. Y la saga nacional del origen de clase, raza, barrio, lengua, arribismo, resentimiento y culpa (cuya contrapartida infernal es el racismo, la exclusi¨®n, la buena conciencia y la violencia), se resuelve, no sin humor reparador, en la emotividad y el afecto, el ¨²nico espacio no codificado por los poderes. La subjetividad conmovida ("me sent¨ªa enternecido hasta las l¨¢grimas") es un espacio narrativo donde se puede ser "huachafo" (cursi), hiperb¨®lico, sentimental y, por fin, verdadero.
En una suerte de libertad
feliz, Vargas Llosa narra las secuencias finales con precisi¨®n e intimidad. El cuento se diversifica pero tambi¨¦n se precipita, con certeza, econom¨ªa y emoci¨®n. Todo se vuelve, por imaginario, irresistiblemente cierto.
La novela se resuelve debatiendo sus opciones, entre la narraci¨®n epis¨®dica y el relato sentimental. Y con valor y audacia, en un gesto que revela la mano maestra que gobierna los hilos, opta por el follet¨ªn.
"-Me conoces mal- dijo ella, muy tranquila. Tal vez a otros les podr¨ªa hacer maldades. Pero a ti, no.
-A m¨ª me has hecho las peores maldades que puede hacerle una mujer a un hombre. Me has hecho creer que me quer¨ªas...".
Ella habla desde la tradici¨®n de la novela: "No sabes leerme, dice, soy irrepresentable porque la mujer (ese s¨ªntoma masculino, dijo Lacan) es tu propia indeterminaci¨®n, y por eso te conoces mal".
Pero ¨¦l relata desde la magn¨ªfica convenci¨®n del melodrama, donde los sujetos son transparentes porque la sociedad es t¨®pica: "Soy inocente, le dice a ella, y tu historia es ahora m¨ªa". Antes, le ha dicho: "T¨² me conviertes en un personaje de telenovela".
Al fin de cuentas, ella tiene su tumba en la costa de Sete, entre las de Paul Val¨¦ry y George Brassens. Es, dulcemente, una "huachafa" realizada.
Y ¨¦sta es una celebraci¨®n compartida de la libertad novelesca.
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