Alianzas de la era Castro
Alg¨²n d¨ªa de los pr¨®ximos a?os Fidel Castro morir¨¢. Millones de fan¨¢ticos, partidarios racionales, simpatizantes lejanos, cr¨ªticos amistosos y hasta opositores tenaces, en todo el mundo, quedar¨¢n perplejos. Se preguntar¨¢n c¨®mo seguir viviendo sin que una vez a la semana o, por lo menos, dos veces al mes, el patriarca revolucionario aparezca en el peri¨®dico o la televisi¨®n, vociferando contra el "imperialismo yanqui" o exhibiendo "logros" y "conquistas" de su "socialismo". Para los 11 millones de cubanos que residen en la isla, favorables o contrarios al r¨¦gimen, el impacto ser¨¢ mayor: tendr¨¢n que acostumbrarse a la ausencia de un rostro y una voz que, durante m¨¢s de medio siglo, afectaron sus vidas d¨ªa y noche, hora tras hora.
Que la ausencia de Castro provoque desorientaci¨®n y hasta melancol¨ªa en apologetas y detractores no ser¨ªa extra?o. Ha sido tan pertinaz su presencia que la desaparici¨®n podr¨ªa ser compensada por medio de euforias o nostalgias. Esa misma omnipresencia, asegurada por el control de medio siglo sobre un peque?o pero sumamente simb¨®lico pa¨ªs, es la que nos hace pensar en su muerte con una naturalidad que desaf¨ªa la misericordia cristiana. Hablar de la muerte de Castro ha dejado de ser tab¨², porque su inevitable cercan¨ªa impone la certeza de que con ¨¦l muere, tambi¨¦n, un lapso de la vida de cada uno de sus ac¨®litos y cada una de sus v¨ªctimas. Amigos y enemigos del caudillo saben que las leyes de la biolog¨ªa no s¨®lo pondr¨¢n fin a una persona, sino a un r¨¦gimen y, acaso, a toda una era de la historia de Cuba y Am¨¦rica Latina.
El mundo supo por primera vez de un joven revolucionario cubano, llamado Fidel Castro Ruz, a finales de 1958, cuando las guerrillas que ¨¦l comandaba pusieron en jaque a la dictadura de Fulgencio Batista. La lejan¨ªa de la epopeya hoy resulta abrumadora: en Estados Unidos gobernaba Dwight D. Eisenhower; en M¨¦xico, Adolfo Ruiz Cortines; en Francia, Charles de Gaulle, y en Espa?a, Franco. Pero desde entonces Castro ha permanecido en el centro de la pol¨ªtica mundial, gracias a su extraordinario talento para involucrar a Cuba en conflictos internacionales. En los a?os 60, la isla se convirti¨® en una manzana de la discordia entre las dos superpotencias de la Guerra Fr¨ªa, en el principal soporte militar, financiero y pol¨ªtico de las guerrillas latinoamericanas y en un referente simb¨®lico de la nueva izquierda occidental.
Luego del ingreso de Cuba al CAME y la regularizaci¨®n del subsidio sovi¨¦tico, ya en los 70, ese peque?o pa¨ªs caribe?o traslad¨® un ej¨¦rcito de m¨¢s de 100.000 hombres a ?frica, el cual intervino en las guerras civiles de angole?os, et¨ªopes, namibios y congoleses. En la d¨¦cada siguiente, Cuba lider¨® el Movimiento de los No Alineados y encabez¨® una intensa campa?a contra del pago de la deuda externa de los pa¨ªses latinoamericanos. En los 90, el r¨¦gimen cubano sobrevivi¨® a la debacle del campo socialista y se renov¨® simb¨®licamente como paradigma de la ultraizquierda mundial, en su cruzada contra el neoliberalismo y la globalizaci¨®n.
Fidel Castro ha sido siempre un l¨ªder mundial que, cada cierto tiempo, renueva sus alianzas geopol¨ªticas. En los 60, sus aliados eran la Uni¨®n Sovi¨¦tica, las guerrillas latinoamericanas y los nuevos Estados africanos y asi¨¢ticos que adoptaron la v¨ªa marxista de descolonizaci¨®n (Argelia, el Congo, Angola, Etiop¨ªa, Mozambique, Vietnam, Corea del Norte...). En los 70, fueron los pa¨ªses del bloque sovi¨¦tico (Alemania del Este, Checoslovaquia, Hungr¨ªa, Polonia, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria, Albania...). En los 80, las democracias latinoamericanas y hasta algunos reg¨ªmenes autoritarios de izquierda o derecha, como el M¨¦xico del PRI o las dictaduras argentina y brasile?a.
Luego de la desintegraci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, dos comunismos asi¨¢ticos, China y Corea del Norte, mantuvieron su apoyo a La Habana. A principios del siglo XXI, ese respaldo se afianz¨® entre viejos aliados de la Guerra Fr¨ªa, como Irak -hasta la primavera de 2003-, Ir¨¢n, Libia, Malasia, Rusia y, tras el ascenso de las nuevas izquierdas latinoamericanas, en Argentina, Bolivia y, sobre todo, Venezuela. Durante un apote¨®sico viaje al sureste asi¨¢tico, en mayo de 2001, Castro subi¨® a las torres de Kuala Lumpur, en las que se "sinti¨® m¨¢s cerca del cielo", y declar¨® que "Malasia era la rebelde del Este, y Cuba, la rebelde del Oeste". Una semana despu¨¦s, en Teher¨¢n, flanqueado por el ayatol¨¢ y el primer ministro Jatam¨ª, Fidel dijo que la "revoluci¨®n isl¨¢mica era hermana de la revoluci¨®n cubana".
Casi todos esos aliados han sido reg¨ªmenes autoritarios, aunque de m¨²ltiples denominaciones ideol¨®gicas: comunistas como la Uni¨®n Sovi¨¦tica y China, populistas como el M¨¦xico de Echeverr¨ªa o la Venezuela de Ch¨¢vez, fundamentalistas como la Libia de Gaddafi o el Irak de Husein. El punto de contacto entre el Gobierno cubano y esos reg¨ªmenes no ha sido de car¨¢cter ideol¨®gico, sino geopol¨ªtico y, en algunos casos, econ¨®mico. Todos los socios internacionales de Castro han sido pa¨ªses que sostienen una relaci¨®n de enemistad o, al menos, de conflicto de intereses con Estados Unidos.
El principio para el trazado de un circuito autoritario mundial, que le sirve de soporte geopol¨ªtico al castrismo, es, ni m¨¢s ni menos, la perenne confrontaci¨®n con Washington. Y como en el mundo siempre habr¨¢ rivales o pa¨ªses resentidos con la mayor potencia mundial de la historia moderna, el r¨¦gimen cubano supone, con raz¨®n, que nunca ha estado ni estar¨¢ solo. En un ritual de renovaci¨®n de aquellos pactos geopol¨ªticos, Fidel Castro declar¨® en abril de 2003, tras la violenta represi¨®n que su Gobierno desat¨® contra la disidencia cubana, que "Cuba y Venezuela estaban dispuestas a librar una batalla de cien a?os contra el imperialismo yanqui".
Adem¨¢s de ese endemoniado talento para producir y preservar ¨¢reas de influencia, sobre todo en el Tercer Mundo, Fidel Castro teje sus alianzas autoritarias con una mezcla singular de pragmatismo ideol¨®gico, dogmatismo pol¨ªtico e inter¨¦s econ¨®mico. Que el dictador aliado sea fascistoide, como Videla o Franco, comunista, como Brezhnev o Kim Il Sung, o populista, como Ch¨¢vez o Morales, poco importa. Lo decisivo es que se trate de l¨ªderes o reg¨ªmenes con relaciones conflictivas con Washington y, preferiblemente, con cierta capacidad de subsidio de la econom¨ªa cubana. El abastecimiento de petr¨®leo venezolano a Cuba, llamado con humor "revoluci¨®n energ¨¦tica", equivale a un subsidio de 1.000 millones de d¨®lares al a?o que restablece, por otros medios, las "favorables condiciones de la ayuda sovi¨¦tica".
En el mercado mundial de los s¨ªmbolos pol¨ªticos, este formidable tejido de alianzas produce la imagen de una islita del Caribe, resistente a la hegemon¨ªa de Estados Unidos y, por tanto, en franca rebeli¨®n contra el capitalismo globalizado. Lo cierto, sin embargo, es que ese "socialismo" y ese "nacionalismo", que todav¨ªa embobecen a buena parte de la izquierda occidental, son ficciones ideol¨®gicas de un capitalismo de Estado, autoritario, pobre, injusto y dependiente, subsidiado por otro capitalismo vecino, la Venezuela de Ch¨¢vez, tambi¨¦n autoritario, pobre, injusto y dependiente. As¨ª, con los ingresos venezolanos por la venta de petr¨®leo a Estados Unidos, se financia la cruzada mundial del castrismo y el chavismo contra Washington.
Rafael Rojas es escritor cubano, codirector de la revista Encuentro y ganador del Premio Anagrama de ensayo con Tumbas sin sosiego.
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