El ADN de Crist¨®bal Col¨®n
Un equipo de la Universidad de Granada ha certificado que los restos de Col¨®n son aut¨¦nticos, pero esta identificaci¨®n no aclara todos los misterios. Queda conocer d¨®nde naci¨®, sus or¨ªgenes y por qu¨¦ eligi¨® Palos para iniciar la traves¨ªa. El enigma contin¨²a a los 500 a?os de su muerte
Historia y mito se confunden en nuestra percepci¨®n sobre Crist¨®bal Col¨®n. Ahora que, coincidiendo con el quinto centenario de su muerte, un equipo de la Universidad de Granada ha determinado que los restos guardados en la catedral de Sevilla ser¨ªan aut¨¦nticos, parece desvelado el ¨²ltimo enigma colombino, ese misterio cuyo colmo fue la peregrinaci¨®n del cad¨¢ver del descubridor con peripecias de nomadismo tan azarosas que cinco ciudades -Sevilla, Santo Domingo, La Habana, G¨¦nova y el Vaticano- proclaman custodiar los restos genuinos. Restos que fueron escondidos veces incontables para salvarlos de las garras de Drake y otros bucaneros, de la ambici¨®n de Napole¨®n y de las vicisitudes del imperio espa?ol. Aclarado que la porci¨®n de esqueleto que reposa en Sevilla puede pertenecer a Col¨®n, quedan todav¨ªa demasiadas preguntas sin respuesta.
Existen inc¨®gnitas nunca despejadas. ?Por qu¨¦ ocult¨® Colon todos los datos de su nacimiento y de su pasado?
Naufrag¨® m¨¢s de una vez, y dicen que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados en busca de una se?al
El descubrimiento de Am¨¦rica fue posible gracias a dos onubenses, Alonso Pinz¨®n y Alonso S¨¢nchez
Se sabe muy poco del personaje que a principios de 1492 comenz¨® a cosechar los frutos de su tes¨®n frente a las barreras que llevaba a?os encontrando en los dominios de los Reyes Cat¨®licos. Cuando lograron el 2 de enero de 1492 el que hab¨ªa sido objetivo prioritario de Isabel y Fernando, la conquista del reino de Granada, se despej¨® el camino para el sue?o de un hombre enigm¨¢tico, envuelto en tinieblas, que, a pesar de todas las improbabilidades, gozaba del patrocinio de tres poderes f¨¢cticos: la Iglesia, la nobleza y la banca. Persist¨ªan las reticencias cient¨ªficas en los cen¨¢culos salmantinos, pero ya hab¨ªan dejado de ser un obst¨¢culo determinante.
En enero de 1492, ese personaje oscuro, de pasado turbulento y acaso escabroso, contaba, asombrosamente, con las bendiciones franciscanas y el favor de un converso valenciano, Luis de Sant¨¢ngel, que dirig¨ªa la econom¨ªa de Arag¨®n. En los tres meses siguientes, y en consonancia con los ritmos de la naturaleza, el proyecto de Crist¨®bal Col¨®n alcanz¨® su primavera para madurar entre la exuberancia frutal del verano. Con la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, una inesperada primavera hab¨ªa llegado el 19 de abril para quien tanto esper¨®, superando arduas pruebas de paciencia, que no era una de sus virtudes. Pero?
?Qu¨¦ renglones de su curr¨ªculo ocult¨®? ?Por qu¨¦ un temor tan patente a que conocieran su pasado? Fue Col¨®n deliberadamente impreciso por razones que ning¨²n historiador ha desentra?ado. Innumerables conjeturas tratan de explicar el misterio; tantas como historiadores y comentaristas, incluida la versi¨®n de su propio hijo Hernando. E innumerables son las manipulaciones y retoques de la imagen que de ¨¦l legaron a la posteridad, como si hubiese un acuerdo t¨¢cito o una voluntad superior que les condicionaba.
El personaje que estudiamos en la escuela oscila entre la solemnidad y la piedad, la circunspecci¨®n y el hieratismo; porta devotamente estandartes y cruces, y le muestran dotado del ascetismo y la iluminaci¨®n espiritual de un profeta. Pero en cuanto se bucea en los comentarios de sus coet¨¢neos emerge un hombre sensual, venal, temperamental; un seductor con ¨¦xito notable entre las mujeres m¨¢s influyentes de su tiempo y un cardo borriquero para casi todos los hombres que le trataron.
Su atractivo er¨®tico y su irascibilidad pueden proporcionar pistas sobre su pasado. Col¨®n fue amado apasionadamente por muchas mujeres, aunque no parece que ¨¦l les correspondiese con igual ardor. Le favorec¨ªa el im¨¢n de un cuerpo fornido, su melena rubia y sus ojos claros, pero no les dio mucho m¨¢s. A Felipa Mu?iz la abandon¨® durante largas temporadas en una isla reseca, y¨¦ndose a navegar por las costas de ?frica y el occidente europeo con misteriosas encomiendas de armadores lisboetas de origen italiano. A la jovenc¨ªsima y bella cordobesa Beatriz Enr¨ªquez de Arana apenas le devolvi¨® el favor de engendrar a su hijo Hernando y cobijar varios a?os a Diego. A Beatriz de Bobadilla s¨®lo le regal¨® su pasi¨®n en la isla de La Palma durante el mes de agosto de 1492, mientras remoloneaba a la espera de que reparasen la Pinta, probablemente saboteada por su propio due?o, Crist¨®bal Quintero, forzado por los Pinz¨®n a sumarse a la aventura. Y con la reina Isabel se le deslizaron comentarios nada caballerescos en su diario. Indiscreciones que jam¨¢s cometi¨® en relaci¨®n con sus or¨ªgenes, porque la resoluci¨®n de ocultarlos era obsesiva.
Antes de gozar del favor de los re-yes de Castilla y Arag¨®n, la ¨²nica certeza sobre el pasado de Col¨®n es que viaj¨® siempre, desde ni?o; tal vez demasiado ni?o si crey¨¦semos que naci¨® en 1451, lo que es seguramente m¨¢s falso que un maraved¨ª de cart¨®n. Naveg¨® sin cesar y no par¨® de hacerlo no ya hasta su muerte, sino tambi¨¦n despu¨¦s de muerto y casi hasta nuestros d¨ªas. Testimonios acallados por herederos e historiadores lo sit¨²an a edad inadmisiblemente temprana en pendencias y actividades non sanctas en Galway, Gascu?a, Guinea, costa de la Malagueta, Lisboa o el golfo de Le¨®n. Pero ?qui¨¦n era?, ?d¨®nde hab¨ªa nacido?, ?c¨®mo se llamaba?
En ning¨²n padr¨®n lisboeta figura el nombre de Crist¨®bal Col¨®n, aunque ese puerto, el m¨¢s activo de la ¨¦poca, fue su residencia estable durante al menos la adolescencia, la juventud y buena parte de la madurez. Seg¨²n los investigadores locales, tal nombre no aparece en legajo alguno entre 1451 y 1488, aunque no era socialmente un don nadie. Se cas¨® con la heredera de un ¨ªntimo de Enrique el Navegante y contaba con el favor del superior de la Orden de Santiago, Fernando Martines. Causa pasmo saber que, junto con la autoridad cat¨®lica, tambi¨¦n le patrocinaban dos jud¨ªos muy influyentes en la corte portuguesa, el cient¨ªfico Joseph Vizinho y el cosm¨®grafo espa?ol Abraham Zacuto, lo que abona la tesis de Salvador de Madariaga sobre un posible origen hebreo. Y probablemente se corri¨® francachelas con Juan II cuando ¨¦ste era virrey de Guinea por delegaci¨®n de su padre, Alfonso V.
A despecho de todo ello, y aunque su hermano Bartolom¨¦ ten¨ªa un conocido negocio de cartograf¨ªa, antes del descubrimiento no aparece en censos portugueses el nombre con que pas¨® a la posteridad. Todo inclina a sospechar que se deber¨ªa a una raz¨®n simple: no se llamaba Crist¨®bal Col¨®n. Como marino que hab¨ªa sido desde ni?o, pudo tomar el apodo de uno de sus m¨¢s queridos y pr¨®digos protectores juveniles, el corsario franc¨¦s Guillaume de Casanove, alias Coullon o Colonne, pues era com¨²n entre los marinos de la ¨¦poca adoptar el patron¨ªmico con que se conoc¨ªa a su capit¨¢n. Dato que podr¨ªa ser uno de los misterios voluntariamente velados por el descubridor, pues hay quien lo sit¨²a, a los veintitantos a?os, capitaneando por su cuenta un barco corsario, contratado por Ren¨¦ de Anjou, para asaltar los nav¨ªos del rey de Arag¨®n en el Mediterr¨¢neo. De ser verdad, ?pod¨ªa revelar a Fernando que hab¨ªa atacado las posesiones de su reino?
Coet¨¢neos de Crist¨®bal Col¨®n apuntan los nombres familiares de Salvago o Salgado como aut¨¦nticos, aunque tambi¨¦n se asegura que era hijo de otro ¨ªntimo de Enrique el Navegante, un gasc¨®n o bret¨®n apellidado Scott que habr¨ªa participado en el cerco y toma de Ceuta. En este caso, el nombre genuino ser¨ªa Pierre o Peter Scott, posibilidad citada recurrentemente por distintos investigadores.
Col¨®n naufrag¨® quiz¨¢ m¨¢s de una vez, escuch¨® absorto los testimonios de otros n¨¢ufragos, examin¨® con af¨¢n los restos de naufragios arrastrados por las olas, y cuentan que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados en busca de una verdad por la que tuvo que o¨ªr chanzas durante casi dos d¨¦cadas. Muchos lo creyeron loco, y no es una locura suponer que ten¨ªan raz¨®n, porque si alguien con sus repentes y sus espantadas llegase en la actualidad a la consulta de un m¨¦dico, le atiborrar¨ªa de Prozac.
El m¨¢s trascendental de los n¨¢ufragos que trat¨® fue el piloto Alonso S¨¢nchez de Huelva. Un personaje que ha debido de resultar temible a cuantos manipularon la imagen del descubridor de Am¨¦rica. Los historiadores de los ¨²ltimos 300 a?os aluden a Alonso S¨¢nchez como una figura improbable, m¨ªtica, evanescente. Un invento de los envidiosos. Ni los m¨¢s ac¨¦rrimos cr¨ªticos de la epopeya colombina han osado rescatarlo para el conocimiento general.
Pero antes de ellos, todav¨ªa en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega, casi contempor¨¢neo de la conquista, retrataba al piloto onubense como alguien indiscutiblemente material en sus Comentarios reales de los incas. Relata Garcilaso que Alonso S¨¢nchez, cuyo nav¨ªo hab¨ªa sido empujado por vientos contrarios hacia una gran isla situada mucho m¨¢s all¨¢ de las Azores, lleg¨® tras naufragar a la isla madeirense de Porto Santo para solicitar cobijo en la casa de Crist¨®bal Col¨®n, a quien ¨¦l y sus compa?eros relataron la aventura en tierras paradisiacas al otro lado del oc¨¦ano? "dex¨¢ndole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales acept¨® el gran Col¨®n con tanto ¨¢nimo y esfuer?o que, haviendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron m¨¢s tiempo), sali¨® con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a Espa?a, como lo puso por blas¨®n en sus armas, diziendo: A Castilla y a Le¨®n Nuevo Mundo dio Col¨®n".
?Por qu¨¦ fue Col¨®n a Huelva, a La R¨¢bida? ?El legado de Alonso S¨¢nchez de Huelva ser¨ªa la explicaci¨®n? Se nos cuentan an¨¦cdotas que, como la de las joyas isabelinas empe?adas, ofenden la raz¨®n. Una asegura que lleg¨® por casualidad al monasterio franciscano, llevando a su hijo Diego de la mano, y suplic¨® a los monjes alimentos para el ni?o. ?l, que disfrutaba en Lisboa de una residencia con criados y estaba emparentado por matrimonio con dos importantes casas nobles.
Palos de la Frontera no es un lugar situado en una ruta entre Portugal y Espa?a ni en un paso cualquiera adonde se llega por casualidad; es un sitio entre marismas, el mar y una gran r¨ªa al que hay que encaminarse adrede. Adem¨¢s, a finales del siglo XV era el puerto espa?ol de donde part¨ªan las principales, aunque escasas, expediciones de exploraci¨®n marina. Los cronistas de la ¨¦poca describen Palos como una "peque?a Lisboa", empleando el referente de lo m¨¢ximo en puertos de Europa. Y junto a una comunidad religiosa, que como por ensalmo se afan¨® en el impulso del prop¨®sito colombino, en Palos sentaban sus reales los Pinz¨®n.
No se ha otorgado a Mart¨ªn Alonso Pinz¨®n el cr¨¦dito que merece en el descubrimiento de Am¨¦rica. Este hombre cincuent¨®n, armador c¨¦lebre, pr¨®spero y nada necesitado de meterse en berenjenales aventureros, evit¨® que Col¨®n cometiese errores de libro.
Los franciscanos de La R¨¢bida, con el superior Juan P¨¦rez y el estudioso Antonio de Marchena a la cabeza, respaldaron el proyecto; pero, aparte de la informaci¨®n de Alonso S¨¢nchez de Huelva, ?qu¨¦ argumentos portaba Col¨®n para convencerles con tanta celeridad y entusiasmo? ?Tra¨ªa cartas de presentaci¨®n del superior de la Orden de Santiago lisboeta? ?Son veraces los rumores que se?alan que en el convento portugu¨¦s que gobernaba Fernando Martines intentaban resucitar viejas ¨®rdenes gn¨®sticas y militares? ?Simpatizaban los franciscanos onubenses con ese intento? El hecho es que usaron su influencia no s¨®lo con los reyes, sino ante quien pod¨ªa realizar la idea de Col¨®n: su vecino Mart¨ªn Alonso Pinz¨®n.
Por aquellos tiempos, el gran armador andaluz hab¨ªa realizado un viaje de negocios a Roma, junto a su hijo Arias Y¨¢?ez. Un amigo de ¨¦ste ejerc¨ªa de cosm¨®grafo en el s¨¦quito del papa Inocencio VIII, a punto de ser sucedido por el valenciano Rodrigo Borja, que justamente en el prodigioso a?o 1492 obtendr¨ªa la tiara papal. El cosm¨®grafo les dijo a padre e hijo que tanto Inocencio VIII como el futuro Alejando VI sent¨ªan mucho inter¨¦s porque "Espa?a emprenda la conquista para el Evangelio de los extensos territorios que sabemos que han de ser descubiertos en Occidente". Premonitoria recomendaci¨®n que se sum¨® a la baraka que bendec¨ªa a Crist¨®bal Col¨®n en aquellos momentos.
As¨ª, cuando el descubridor lleg¨® a Palos con varias ¨®rdenes reales muy improcedentes, Mart¨ªn Alonso Pinz¨®n se hallaba predispuesto. Evit¨® que los palenses lincharan a Col¨®n cuando exigi¨® en nombre de los reyes que ellos armaran por su cuenta dos barcos para ponerlos a su servicio "como castigo por lo mal que os hab¨¦is portado con sus altezas". Tras la negativa, Col¨®n volvi¨® a la carga con otra orden real que le autorizaba a enrolar a penados, y se dispuso a vaciar las c¨¢rceles de Andaluc¨ªa para forzarlos como marineros.
Comprendiendo que con tal tripulaci¨®n y ante lo que les esperaba en un oc¨¦ano tenebroso, cuyo tornaviaje no figuraba en ninguna carta de marear, ser¨ªa imposible la expedici¨®n, Mart¨ªn Alonso convenci¨® a Col¨®n de que desistiera con el argumento de que no le dejar¨ªan seguir a bordo ni la mitad de la traves¨ªa. Ser¨ªa arrojado al mar, lo que su car¨¢cter irascible no har¨ªa m¨¢s que fomentar.
El descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de Espa?a fue posible porque se involucr¨® Mart¨ªn Alonso Pinz¨®n y porque Col¨®n hab¨ªa conocido a?os antes a Alonso S¨¢nchez de Huelva. Sin estos dos onubenses, la conquista de Am¨¦rica habr¨ªa sido protagonizada por Portugal, Francia o Inglaterra.
Aunque a partir del 3 de agosto de 1492 las cr¨®nicas son minuciosas en datos y pr¨®digas en detalles, a¨²n despu¨¦s de esa fecha ocurri¨® un hecho misterioso, tambi¨¦n mal explicado.
Los textos escolares nos cuentan que Col¨®n se present¨®, en marzo de 1493, en Barcelona, a rendir cuenta a los Reyes Cat¨®licos del descubrimiento. Pero pasan por alto o minimizan dos significativas escalas previas. Antes hab¨ªan llegado las dos carabelas supervivientes, la Pinta y la Ni?a, a Palos. Y estaba justificado este anhelo de los marineros no s¨®lo por las penalidades de la expedici¨®n, sino por un susto tremendo que acababan de pasar. El 4 de marzo, por razones que nadie ha justificado con l¨®gica, Col¨®n decidi¨® amarrar en el puerto de Lisboa. Al pillo redomado Juan II de Portugal le falt¨® tiempo para mandar prender los dos nav¨ªos, que permanecieron encadenados y bajo vigilancia militar m¨¢s de una semana.
?Qu¨¦ pretendi¨® Col¨®n con esta escala? ?Trataba de echar sal en la mollera a su antiguo camarada el rey? ?Quer¨ªa demostrarle lo equivocada que hab¨ªa sido su decisi¨®n de no patrocinar la expedici¨®n? ?O tal vez quiso ofrecer el descubrimiento al pa¨ªs donde m¨¢s a?os hab¨ªa vivido? Aun en esos momentos, Juan II invoc¨® el Tratado de Alcoba?as, por cuya letra deb¨ªa considerarse suya toda tierra situada en las latitudes donde Cuba y Rep¨²blica Dominicana se encuentran. ?Rehus¨® Juan II el regalo por miedo a una guerra contra los que se prefiguraban como los monarcas m¨¢s poderosos de Europa? La justificaci¨®n de una tempestad para la entrada en Lisboa en la ruta hacia Palos no se tiene en pie.
Nunca sabremos la verdad de lo ocurrido entre el 4 y el 13-14 de marzo en los cais de Lisboa. Pero es que tampoco llegaremos nunca a saber qui¨¦n era de verdad el hombre que mandaba aquellas dos carabelas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.