Juventud, ?divino tesoro?
Ser joven ?es un privilegio o una desgracia? He aqu¨ª una pregunta por completo absurda para un joven pero llena de sentido, al menos en apariencia, para una persona madura. Probablemente, antes de dar ni un solo paso argumentativo m¨¢s, convendr¨ªa empezar por puntualizar algo b¨¢sico, y es lo que estamos entendiendo en el presente contexto por joven. La respuesta que propongo, en su simplicidad, intenta se?alar el marco en el que creo que debiera plantearse la cuesti¨®n de la juventud. Sospecho que no hay m¨¢s respuesta v¨¢lida a la pregunta ?qu¨¦ es un joven? que la que sostiene que joven es aquel que es tenido por joven por su sociedad. Participaba hace pocas semanas en Roma en un debate sobre este asunto y a mi lado se sentaba un brillante colega de 30 a?os que fue presentado por el moderador como el representante de la juventud en la mesa redonda. No se requiere una enorme perspectiva hist¨®rica, sino tan s¨®lo unos cuantos a?os y un poco de memoria para sonre¨ªr ante semejante presentaci¨®n. Hace no tantas d¨¦cadas, en much¨ªsimos ¨¢mbitos alguien de esa misma edad era considerado, a todos los efectos, alguien hecho y derecho. Est¨¢ claro, pues, que los confines de la juventud var¨ªan seg¨²n la ¨¦poca y, dentro de una misma ¨¦poca, no son los mismos seg¨²n la particular sociedad de que se trate.
Pero esta primera constataci¨®n, casi trivial, acerca de los l¨ªmites est¨¢ apuntando ya algo de mayor inter¨¦s, referido al contenido mismo de la definici¨®n. En realidad, el t¨¦rmino joven puede considerarse como un t¨¦rmino meramente descriptivo (que refiere a aquellos individuos comprendidos entre determinadas edades, variables de acuerdo a cada situaci¨®n hist¨®rica y social), pero cuyo significado depende de un concepto, el de juventud, que, en cuanto tal, s¨®lo puede ser entendido como una construcci¨®n te¨®rica. Construcci¨®n que, sin duda, toma pie en referencias cronol¨®gicas pero que, en lo fundamental, incorpora valoraciones culturales de muy variado signo.
Algunas de tales valoraciones se hacen visibles en nuestro propio lenguaje a trav¨¦s de los usos m¨¢s habituales de las palabras "joven", "juvenil" o "jovialidad". Palabras que aceptan como sin¨®nimos otras del tipo "nuevo", "fresco", "alegre", "divertido", "entusiasmo", "optimismo" y similares. Todas ellas -junto con muchas otras m¨¢s que podr¨ªamos citar- se?alan por lo pronto una consideraci¨®n inequ¨ªvocamente positiva del concepto, en la que parece destacarse, como rasgo fundamental, el hecho de tener toda la vida por delante, de disponer todav¨ªa, de acuerdo con un cierto relato teleol¨®gico de la propia existencia, del entero conjunto de posibilidades que a todos los humanos nos corresponden al nacer para que las aprovechemos o dilapidemos a voluntad. Se trata, es cierto, ¨²nicamente de un relato, pero de un relato que, con ligeras variantes, parece s¨®lidamente instalado en el imaginario de la generaci¨®n madura, cuya relaci¨®n con los j¨®venes oscila entre la envidia y la nostalgia, pero que, en cualquier caso, tiende a considerar aquella edad perdida como una especie de territorio m¨ªtico.
El problema es que resulta dif¨ªcil sostener que pueda defenderse de manera metaf¨ªsica, ahist¨®rica, una tal consideraci¨®n de una ¨¦poca de la vida, pasando por alto las transformaciones que en el mundo real se hayan podido ir produciendo. Las desventuras concretas por las que atraviesan los j¨®venes concretos de hoy (tanto referidas a trabajo estable, como a acceso a la vivienda digna y asequible y a otros asuntos) son algo p¨²blico y notorio desde hace ya tiempo. Se me permitir¨¢ por ello que plantee la cuesti¨®n desde una perspectiva m¨¢s general o abstracta. Si, como he intentado defender, juventud no es otra cosa que un concepto, podr¨ªamos caracterizar entonces el problema de los j¨®venes afirmando que su dificultad mayor consiste en que vienen obligados por las circunstancias a vivir en el seno de un concepto que hoy resulta probablemente insostenible, al menos con las determinaciones con las que se le caracterizaba anta?o y a las que hac¨ªamos menci¨®n hace un momento. (No son los j¨®venes los ¨²nicos que habitan en un territorio conceptual, por supuesto. Tal vez el paralelo m¨¢s claro pueda establecerse con el ingreso de las personas maduras en los siempre inquietantes territorios de la vejez. Un par de muestras significativas de los problemas que plantea empezar a vivir en este ¨²ltimo concepto son las representadas por los libros de Martin Amis, Experiencia, y el de Julian Barnes, La mesa lim¨®n).
Pero no basta a mi entender con rechazar, invirti¨¦ndolo, el esquema heredado. Son muchos los que -de Horkheimer a Sex Pistols, dicho sea sin el m¨¢s m¨ªnimo ¨¢nimo provocador o iconoclasta- han venido proclamando desde hace d¨¦cadas que del escenario de las ideas v¨¢lidas para nosotros desapareci¨® definitivamente la de futuro, sin que tan solemne declaraci¨®n haya ayudado en lo m¨¢s m¨ªnimo a salir del embrollo en el que parecemos andar metidos. Acaso sea que tal diagn¨®stico, m¨¢s all¨¢ de su aparente rotundidad, tampoco percib¨ªa con claridad lo espec¨ªfico de nuestra situaci¨®n actual. Otro cl¨¢sico -esta vez, Reinhart Koselleck en su fundamental libro Futuro pasado- caracterizaba al tiempo presente por el abismo que se hab¨ªa ido produciendo entre el mundo de la experiencia y el horizonte de expectativas. Este ¨²ltimo se habr¨ªa reducido de tal manera que apenas otra cosa parece que nossea dado esperar que la mera reiteraci¨®n de lo existente, que la perseverancia del ser (y el mal que lo acompa?a) en s¨ª mismo.
Quiz¨¢ sea esta volatilizaci¨®n del futuro la que explique en gran medida el creciente inter¨¦s que viene despertando el pasado en nuestras sociedades, empe?adas en extraer de lo ocurrido unas energ¨ªas transformadoras que, seg¨²n parece, el presente es incapaz de proporcionar ("la historia no es lo que sucede, es el remedio que aceptamos para la realidad", declaraba un personaje de la novela El testigo, de Juan Villoro). No habr¨ªa que descartar que el error consista en abandonar tan r¨¢pidamente la idea de futuro, en vez de reconsiderarla de manera correcta. Esto es, dejando de representarla, a la antigua usanza, como ese territorio a salvo donde depositamos ilusiones, esperanzas y sue?os, para pasar a verla como un espacio que alberga el conflicto en su seno. La pugna dej¨® de ser hace mucho entre antiguos y modernos, entre pasado y futuro. La pugna ya s¨®lo puede ser pugna por el futuro, correspondiendo a los sectores que tradicionalmente alzaban la bandera de la transformaci¨®n la responsabilidad de reabrirlo, de hacer surgir de su seno los elementos para neutralizar lo peor de lo que se nos avecina. En todo caso, limitarse a negar el futuro, declararlo desaparecido sin m¨¢s, es como regal¨¢rselo a los enemigos. El joven que, en el doble sentido de la palabra, hipoteca sus pr¨®ximos 30 o 40 a?os a cambio de una vivienda digna no est¨¢ renunciando al futuro: est¨¢ aceptando, a su pesar, que no hay otro que el que le marcan los grandes poderes econ¨®micos. Curioso el doble lenguaje que ha terminado por impon¨¦rsenos: para unos la terminolog¨ªa de la precariedad, la inestabilidad y la incertidumbre. Para otros, las inversiones estrat¨¦gicas, los proyectos a largo plazo y dem¨¢s expresiones que denotan la confianza en que determinados aspectos, referidos a la propiedad y a las estructuras b¨¢sicas que rigen el orden econ¨®mico y el poder pol¨ªtico en nuestras sociedades, no se ver¨¢n alterados.
Urge combatir este doble lenguaje, y no se me ocurre m¨¢s eficaz forma de hacerlo que a trav¨¦s de la pol¨ªtica. Pero no de cualquier pol¨ªtica, claro est¨¢. La pol¨ªtica que urge es una pol¨ªtica capaz de generar nuevos y veros¨ªmiles horizontes de expectativas. Una pol¨ªtica que empezar¨¢ por asumir adecuadamente los rasgos de ese futuro, a fin de no contribuir al mantenimiento de la confusi¨®n entre lo que podr¨ªamos denominar la fenomenolog¨ªa del futuro y su estructura profunda. Y que luego, a continuaci¨®n, emprendiera con determinaci¨®n la batalla por un mundo m¨¢s habitable. Probablemente tampoco ser¨¢ ¨¦sta la batalla final, pero seguro que no consistir¨¢ en una mera reedici¨®n de las anteriores. Porque deber¨¢ librarse en nuevos escenarios, porque a ella se incorporar¨¢n actores hasta ahora silenciosos y porque -como ya se ha empezado a ver- los contendientes utilizar¨¢n cuantos procedimientos tengan a su alcance para que su lucha obtenga la m¨¢xima repercusi¨®n. Si he conseguido explicarme m¨ªnimamente, no debiera haber margen alguno para la confusi¨®n. Nada tiene que ver, ciertamente, esta pol¨ªtica que se est¨¢ reclamando con la obscena y autocomplaciente politiquer¨ªa de la que tantas muestras venimos soportando por aqu¨ª desde hace demasiado tiempo. Una politiquer¨ªa empe?ada -?sin saberlo?- en perpetuar un horizonte colectivo enga?oso, un horizonte vac¨ªo de aut¨¦nticas expectativas, pero abarrotado, eso s¨ª, de imaginarios in¨²tiles, de actualizadas versiones, apenas travestidas, de lo sagrado. Si fuera joven, a los pol¨ªticos que se dedican a tales tareas -en vez de a las efectivamente necesarias- les dedicar¨ªa alg¨²n calificativo rotundo, contundente, irreversible. Como ya no lo soy, me limito tan s¨®lo a suplicarles: por favor, no molesten.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.