La decisi¨®n de Uceda

Cuando Uceda Leal lanceaba a su primer toro, el reloj marcaba las 20.25 de la tarde. Casi hora y media y no hab¨ªa ocurrido nada. Bueno, seg¨²n y c¨®mo. Hab¨ªa ordenado el presidente la devoluci¨®n del toro titular, que se tambaleaba a derecha y a izquierda; tambi¨¦n devolvi¨® al primer sobrero, que se desplom¨® varias veces sin causa aparente. Despu¨¦s, se equivocaron en los corrales y sali¨® por error el toro que correspond¨ªa a Conde y, por ¨²ltimo, err¨® el responsable de la tablilla y anunci¨® un toro que no era. Un verdadero desorden que, entre bromas y veras, vino a ocultar el problema de enfermedad, cojera, o vaya usted a saber, de los toros devueltos. De todos modos, los que murieron en el redondel no estaban m¨¢s all¨¢ de vitalidad; por el contrario, padec¨ªan manifiesta borreguez y casi total invalidez. Afortunadamente, el deseo de triunfo de Uceda sac¨® a la plaza del sopor reinante. Se enfad¨® el torero consigo mismo, lo veronique¨® con rapidez, tir¨® de la embestida con gran decisi¨®n y arranc¨® muletazos, sobre todo una tanda de redondos muy estimables. El volapi¨¦, perfectamente ejecutado, sirvi¨® para que asomara el pa?uelo presidencial. Lo intent¨® de veras en el otro, pero era un inv¨¢lido absoluto.

No pudo lucirse Javier Conde, un torero muy fr¨¢gil, al que se le escapa la energ¨ªa en la minuciosa preparaci¨®n de cada paso. Abusa de las posturas aflamencadas, no es valeroso y el p¨²blico se lo tom¨® a choteo.

No est¨¢ muy avezado Andr¨¦s Palacios ni sus toros fueron apropiados para el triunfo. Pas¨® desapercibido en su primero, un descastado que repiti¨® la embestida y con el que Palacios demostr¨® que su concepci¨®n taurina est¨¢ por definir. Eran casi las diez de la noche cuando acab¨® con el en¨¦simo inv¨¢lido de la infausta corrida.