Elogio (mesurado) del bromista
El oficio de editor es un oficio raro. La gente suele creer que un editor es un escritor frustrado, que publica los libros de otros porque no es capaz de escribir los suyos. No es cierto, o no lo es siempre. Lo contrario est¨¢ m¨¢s cerca de la verdad: un buen escritor es casi siempre un editor frustrado, porque s¨®lo puede publicar los libros que su limitado talento le permite escribir, y no los que le gustar¨ªa publicar. Claro que un editor no siempre publica los libros que le gustar¨ªa publicar, pero el hecho probado de que algunos alguna vez lo consiguen basta para justificar su oficio.
?ltimamente aparecen en Espa?a muchas editoriales. Es una buena noticia, aunque s¨®lo sea porque contradice las predicciones de los profesionales del apocalipsis, y aunque es probable que algunas de esas empresas desaparezcan pronto; otras no: ojal¨¢ est¨¦ entre ellas la Editorial Perif¨¦rica, aunque s¨®lo sea porque su editor es Juli¨¢n Rodr¨ªguez y su primer t¨ªtulo El testamento de un bromista, de Jules Vall¨¨s. Todos vivimos en la periferia de algo, pero C¨¢ceres, donde tiene su sede la editorial, vive en la periferia de muchas cosas; Juli¨¢n Rodr¨ªguez y Jules Vall¨¨s tambi¨¦n. Rodr¨ªguez ha dirigido revistas y restaurantes, es poeta, narrador y viajero y, hasta hace poco, como cualquier otro buen escritor, editor frustrado. Por su parte, Vall¨¨s es un personaje de leyenda, adem¨¢s de uno de los mayores escritores franceses del siglo XIX. Nacido en 1832 en la periferia de Francia y en el centro de Puy-en-Velay, Vall¨¨s padeci¨® una infancia dur¨ªsima y goz¨® una vida adulta de hombre libre, valiente y aventurero: en Par¨ªs ejerci¨® de forma generosa y vehemente la literatura, la bohemia y el periodismo -lo que le llev¨® varias veces a la c¨¢rcel-, y, sublevado por el espect¨¢culo atroz de la miseria y las desigualdades sociales del Imperio, tambi¨¦n la pol¨ªtica y la revoluci¨®n. A la ca¨ªda del r¨¦gimen, en 1871, particip¨® activamente en la insurrecci¨®n popular de la Comuna, y fue uno de los ministros del Gobierno provisional de Par¨ªs, hasta que, aplastada la revoluci¨®n y escapado de milagro a la detenci¨®n y el fusilamiento, busc¨® refugio en Inglaterra, de donde s¨®lo regres¨® a Francia, para proseguir su apostolado literario, period¨ªstico y revolucionario, con la amnist¨ªa decretada por la III Rep¨²blica. Cuentan que, en 1885, decenas de miles de obreros acompa?aron el ata¨²d de Vall¨¨s por las calles de Par¨ªs al grito de "?Viva la Comuna!". En cuanto a El testamento de un bromista, tal vez no sea el mejor libro de Vall¨¨s, pero es tan limpio, insumiso, inteligente, honesto, desolador y divertido que merecer¨ªa ser un best seller. No hay nada tan triste como la muerte de un bromista, salvo el suicidio de un bromista. El bromista de Vall¨¨s, a quien la gente llamaba as¨ª "porque se re¨ªa de todo y no respetaba nada", se suicida, pero no sin legar un testamento en el que narra su aterradora vida de bromista, una vida que se parece mucho a la de Vall¨¨s, la vida de un hombre humillado y apaleado que sobrevive alegremente a las adversidades gracias a su astucia y a su esp¨ªritu rebelde y lib¨¦rrimo, que se burla de todo cuanto oprime a los hombres -la familia, la escuela, la pol¨ªtica y los pol¨ªticos, una sociedad que s¨®lo permite ser "mendigo, criado o asesino"-, incluido por supuesto lo m¨¢s sagrado, incluido Dios: "Prefiero el infierno al para¨ªso", proclama, como un nuevo ¨¢ngel ca¨ªdo. "Prefiero tirarle de la cola al diablo antes que mirarle el ombligo a Dios". Con su habitual fogosidad escribe tambi¨¦n el bromista, convertido en ardiente revolucionario: "La gloria consiste en verter sangre -la sangre de otros- a condici¨®n de que uno est¨¦ listo para verter la suya -yo estoy listo". La afirmaci¨®n vale para casi todo, pero sobre todo para las bromas del bromista: ¨¦ste se r¨ªe ferozmente de todo, pero sobre todo se r¨ªe de s¨ª mismo.
Imposible no quedar prendado de este hombre. Imposible no lamentar el hecho de no haber sido escritores frustrados y haber podido publicar este libro. Imposible terminar de leerlo sin odiar un poco a Juli¨¢n Rodr¨ªguez y amar a Jules Vall¨¨s y so?ar con que, si somos buenos y trabajamos y estudiamos mucho y somos valientes, alg¨²n d¨ªa acabaremos mereciendo la bendici¨®n de ser un bromista. Imposible no pensar que un editor es a su modo un bromista, un bromista pudoroso, que no se atreve a publicar sus propias bromas y publica las de los dem¨¢s. Imposible no escribir instant¨¢neamente un art¨ªculo. En uno de sus art¨ªculos, Chesterton -un bromista tan divertido que, seg¨²n dijo Kafka, parece que haya visto a Dios- sostiene que el ensayo es el ¨²nico g¨¦nero literario cuyo propio nombre indica que el irreflexivo acto conocido como escritura es en realidad un salto en la oscuridad; un ensayo es un experimento, as¨ª que en realidad uno no escribe un ensayo: lo que hace es ensayar un ensayo. Tambi¨¦n recuerda a Santo Tom¨¢s, quien aseguraba que ni la vida activa ni la contemplativa pueden vivirse sin relajarse con bromas. "El teatro o la ¨¦pica pueden considerarse la vida activa de la literatura", escribe Chesterton. "El soneto o la oda, la vida contemplativa. El ensayo", concluye, "es la broma". Un art¨ªculo no es un ensayo ni, por tanto, una broma, sino un ensayo de un ensayo de un ensayo y, por tanto, un proyecto de broma. No es mucho, no es casi nada, pero es lo que hay.
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