Caceroladas contra la hero¨ªna
Vecinos de Lavapi¨¦s protestan por el trasiego de drogas de una casa ocupada propiedad del Ayuntamiento
"Anaaa, ?b¨¢jame lo m¨ªo!". Nati lleva oyendo gritos como ¨¦ste durante el ¨²ltimo medio a?o. Ella y la mayor parte de los vecinos de la madrile?a calle de San Cayetano, en Lavapi¨¦s, a tiro de piedra de la plaza Mayor. Los nuevos inquilinos que llegaron el pasado noviembre al n¨²mero 2 de esta c¨¦ntrica calle han atra¨ªdo a una marea de personas que, desde primera hora del d¨ªa hasta la madrugada, buscan una dosis de droga. Desde el pasado martes, los vecinos salen todas las noches con cacerolas, sartenes y cualquier utensilio con el que hacer ruido para exigir a los okupas que abandonen la casa en ruinas, expropiada hace meses por el Ayuntamiento.
En este tiempo, los vecinos se han acostumbrado a convivir con peleas entre drogadictos, tirones de bolso, gritos a cualquier hora de la noche y una imagen constante: un desfile de rostros escu¨¢lidos y demacrados que piden a los okupas su dosis diaria. "Un d¨ªa vi a cinco personas fum¨¢ndose un chino [cigarrillo de hero¨ªna] en el patio de mi casa", cuenta Nati.
M¨¢s de sesenta vecinos bajaron ayer a la acera de enfrente de la casa akupa para mostrar su hartazgo. Y, desde que comenzaron su protesta, al hartazgo se ha unido el miedo: "El primer d¨ªa de la cacerolada uno de ellos me dijo que tuviera mucho cuidado, que me iban a matar". Muchos de los que viven en San Cayetano, en plena zona del rastro, regentan tiendas, sobre todo de marcos de cuadros, y temen represalias en sus negocios.
La mujer que lleva 15 a?os adornando con guirnaldas esta calle durante las fiestas de agosto ha amenazado con no hacerlo este a?o. "Mis hijos y nietos sirven limonada en las barras y estos desgraciados podr¨ªan hacerles algo", dice. Una amiga se lamenta por que "la calle con las fiestas m¨¢s emblem¨¢ticas de Madrid" se vea en esta situaci¨®n. Raquel, de 21 a?os, explica mientras toca un tambor que en su piso de la calle Embajadores, a escasos metros de donde se manifiesta, tambi¨¦n sufre la presencia de inquilinos indeseados: "No se qu¨¦ hacen, pero los yonquis se pasan todo el rato yendo de esta casa a la m¨ªa". A medida que van pasando los minutos, los gritos de "?fuera, fuera!" van caldeando el ambiente. "?Les vamos a prender fuego!", grita uno.
A pesar de los guardias de seguridad pagados por el Ayuntamiento que lo custodian, el portal -o, mejor dicho, el hueco en el que un d¨ªa hubo un portal- del 2 de San Cayetano se ha convertido en un coladero de drogadictos. "Lo m¨¢s extra?o es la actitud de los guardias, que dejan pasar a unos yonquis y a otros no", cuenta una vecina que no quiere dar su nombre. Una se?ora que lleva toda su vida en el barrio se apunta a la teor¨ªa de su compa?era: "Los de ahora son muy majos, pero los guardias que estaban antes parec¨ªan m¨¢s amigos que enemigos de los camellos".
Seg¨²n el concejal de Centro, Luis As¨²a, lo ¨²nico que puede hacer el Ayuntamiento es estudiar la declaraci¨®n de ruina del inmueble y pedir a un juez que eche a sus habitantes. Un portavoz municipal puntualiza que todav¨ªa no han expropiado toda la manzana, por lo que no pueden actuar. El proceso, en cualquier caso, durar¨¢ meses. Y los vecinos no quieren esperar tanto.
Lo que s¨ª ha decidido el Consistorio es encargar la limpieza del edificio. Quien da unos pasos dentro del inmueble confirma lo apropiado de esta iniciativa: a medida que se suben las escaleras se intensifica el hedor que desprenden las habitaciones. Un vistazo al patio desde una estancia que como ¨²nica decoraci¨®n tiene dos sillones desvencijados no mejora el panorama: el solar est¨¢ atiborrado de botellas de pl¨¢stico y otros desperdicios que los okupas arrojan desde la ventana. La comisar¨ªa del distrito, que ve el 2 de San Cayetano como un "punto negro", asegura tener una vigilancia "constante". Las detenciones m¨¢s habituales se producen por tr¨¢fico de estupefacientes, estancia irregular o receptaci¨®n (posesi¨®n de objetos de procedencia il¨ªcita).
De la treintena de okupas que llegaron el a?o pasado -en su mayor¨ªa subsaharianos y magreb¨ªes- ahora s¨®lo quedan seis, dos de ellos espa?oles. Ana, David y V¨ªctor son nombres que los vecinos ya se han aprendido despu¨¦s de muchas noches en las que los toxic¨®manos les piden sus dosis a gritos. David tiene 26 a?os y llega a su casa justo cuando se marchan los que llevan media hora protestando. Con su gorra calada y con una dentadura en la que se adivina alg¨²n hueco, se r¨ªe cuando le preguntan por la cacerolada: "Que hagan lo que quieran; yo ahora podr¨ªa denunciarlos por alteraci¨®n del orden p¨²blico".
David dice que la gente "se cree que esto es las Barranquillas, y no es verdad". "?Quieres saber si yo consumo? S¨ª, consumo; pero nada m¨¢s. Qu¨¦date cuatro horas y ver¨¢s que no viene nadie por aqu¨ª", reta el joven. "Bueno, si se pasa a los dos de la madrugada, seguramente s¨ª ver¨¢ a alguien", responde ri¨¦ndose uno de los guardias.
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