Del minimalismo al sentimiento de culpa
Si queremos leer a Santiago Sierra debemos hacer lo mismo que con los otros grandes creadores del pasado, contextualizarlo en las coordenadas de la historia del arte, detectar sus filiaciones tem¨¢ticas y formales reconociendo as¨ª su singularidad. Aventuremos, pues, un breviario de urgencia destacando unos pocos asuntos esenciales.
1. La huella del minimalismo ha sido poderosa y persistente. No me refiero s¨®lo a su empleo recurrente de formas geom¨¦tricas elementales (sobre todo paralelep¨ªpedos), muy claro desde el principio de su carrera, sino a otros aspectos m¨¢s sutiles, como son el gusto por la repetici¨®n, y la neutralizaci¨®n emocional de los ingredientes. Esta herencia se nota tambi¨¦n en que Santiago Sierra no pretende exhibir ninguna clase de habilidad artesanal en unas piezas que est¨¢n hechas por otros, siguiendo sus indicaciones. La enfatizaci¨®n de este aspecto nos permite considerarlo como alguien que ha puesto al minimalismo patas arriba, convirtiendo en el asunto principal de sus trabajos lo que era secundario o estaba escondido en artistas como Judd, Naumann, o Sol Le Witt: el trabajo asalariado de los ejecutantes materiales de sus creaciones.
Santiago Sierra espectaculariza al m¨¢ximo los asuntos, crea situaciones hiperb¨®licas en un territorio h¨ªbrido
2. Por eso podemos decir que ha desplazado el acento desde las cosas a los procesos. Los trabajadores que contrata pueden esconderse en cubos, hacer tapias (al estilo de la de Venecia en 2003) o pasillos (como el de Bucarest en 2005), evocando as¨ª a tal o cual maestro minimalista, pero Santiago Sierra nos ha hecho siempre sentir que lo m¨¢s importante no son las formas que se elaboran sino las acciones humanas. No es que el minimalismo fuera en sus or¨ªgenes totalmente ajeno a la performance (recordemos las acciones de Robert Morris con Carolee Schneeman, por ejemplo), pero las obsesiones formalistas predominaron, y aquel arte fue percibido como algo deshumanizado y apol¨ªtico, al margen de las batallas que atormentan a las sociedades contempor¨¢neas. Justo lo contrario que Santiago Sierra cuya tem¨¢tica ahonda en los problemas m¨¢s lacerantes de nuestro mundo: la emigraci¨®n clandestina, la opresi¨®n de unos pa¨ªses sobre otros, el trabajo esclavizante, la desigualdad de los g¨¦neros, la lucha de clases, las huellas de pasados ominosos, etc¨¦tera.
3. Esta humanizaci¨®n del minimalismo se ha operado con los instrumentos t¨¦cnicos o con las estrategias de la antiforma. Me refiero ahora a unos escultores cuya obra emergi¨® en los a?os setenta (Le Va, Saret, el primer Richard Serra, Smithson, etc¨¦tera) y que se caracterizaban por su voluntad de aniquilar la intensa definici¨®n geom¨¦trica de los minimalistas ortodoxos. El ejemplo de aquella generaci¨®n estimul¨® las "configuraciones desconfiguradas" de Santiago Sierra, que se ha venido apropiando de cosas como basura en descomposici¨®n, alquitr¨¢n, yeso sin amasar tirado en la calle, o el mon¨®xido de carbono de unos autom¨®viles empleado recientemente en la antigua sinagoga de Stommeln (que ni siquiera era visible, aunque pudiera causar la muerte del "espectador" no preparado). Pero su atenci¨®n a lo informe no es meramente escult¨®rica: se presenta como el resultado del trabajo, de la imprevisi¨®n o de la incuria, y de ah¨ª que podamos decir que Sierra ha puesto tambi¨¦n cabeza abajo al antiformalismo (?tan formalista!) del posminimalismo.
4. En la vieja dial¨¦ctica teorizada por Robert Smithson, entre piezas para un sitio preciso y otras transportables, Santiago Sierra ha mostrado su preferencia por los trabajos que s¨®lo tienen sentido en un lugar determinado. La categor¨ªa del non site se ha trasladado, por lo tanto, de los espacios a los seres humanos que participan en estas obras, contratados expresamente para que intervengan como mano de obra indiferenciada, te¨®ricamente exportable a otros eventos laborales m¨¢s o menos equivalentes. La cosificaci¨®n y la adaptabilidad espacial (tambi¨¦n venal) de los tradicionales objetos art¨ªsticos es otorgada insidiosamente a los sujetos.
5. Santiago Sierra espectaculariza al m¨¢ximo los asuntos, crea situaciones hiperb¨®licas en un territorio h¨ªbrido donde el lugar, m¨¢s o menos intervenido, aparece como escenario de comportamientos que ponen en entredicho el papel de algunas instituciones. Las recientes piezas de Stommeln o Bucarest, cuyo material se expone ahora en el CAC de M¨¢laga, ejemplifican bien esta cuesti¨®n. As¨ª es como se produce el milagro de que los medios exiguos propios de su primera formaci¨®n minimalista den lugar a la ret¨®rica m¨¢xima que cabe esperar en quien ha vivido en pa¨ªses muy marcados por la herencia barroca como Espa?a o M¨¦xico.
6. Pero no es un misionero, ni nos castiga con discursos salvadores. Carece de soluciones para los males que denuncia. Por eso es el menos correcto entre todos los artistas pol¨ªticos de nuestro tiempo (y algunas de sus obras coquetean, de hecho, con el gamberrismo). As¨ª que la clave final de todo su trabajo parece residir en un sentimiento raro en alguien que procede de una tribu antropol¨®gicamente cat¨®lica: la verg¨¹enza, el sentimiento de culpa. Y es esto, unido a su ¨¢spera austeridad, lo que convierte a Santiago Sierra en un puritano trasterrado, o en un improbable posmoderno comprometido. ?O es acaso, tambi¨¦n, el ¨²ltimo ramal identificable en el venerable ¨¢rbol geneal¨®gico de la Espa?a Negra?
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