La alegr¨ªa callada
1. Espero en el hospital de Vall d'Hebron en la secci¨®n de Radiolog¨ªa. Para entretenerme (es un decir, porque he elegido en casa el libro menos oportuno) me dedico a Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, unos cuadernos que no son precisamente la alegr¨ªa de la huerta. Leo s¨®lo la primera p¨¢gina, el imponente inicio de esa obra maestra: "?Es aqu¨ª pues donde la gente viene para vivir? M¨¢s bien dir¨ªa que aqu¨ª se viene a morir. He salido. He visto: hospitales. He visto a un hombre que se tambaleaba y ca¨ªa. La gente se agolp¨® a mi alrededor y me evit¨® as¨ª ver el resto. He visto a una mujer pre?ada. Se arrastraba pesadamente a lo largo de un muro c¨¢lido y alto, y se palpaba de vez en cuando, como para convencerse de que a¨²n estaba all¨ª...".
Hab¨ªa le¨ªdo esa primera p¨¢gina ya muchas veces. Es una evidencia que la p¨¢gina dice la verdad sobre el mundo y sobre la famosa vida, aunque uno puede tardar a?os en reconocerlo, pues todos sabemos que podemos echarnos atr¨¢s ante los sufrimientos del mundo, y de hecho eso es lo que corresponde m¨¢s a nuestra m¨¢s ¨ªntima naturaleza. Pero, como dice Kafka, quiz¨¢ precisamente ese echarte atr¨¢s es el ¨²nico sufrimiento que podr¨ªas evitar.
2. En la sala de espera oigo hablar de asuntos mundanos como el trabajo, el ¨¦xito, la familia, la inseguridad, el poder, el bien com¨²n, Roc¨ªo Jurado. Acerca de este ¨²ltimo tema, escucho reproches dirigidos hacia ciertos mafiosos que han convertido su muerte en un gran espect¨¢culo. No intervengo, s¨®lo escucho. Soy t¨ªmido, y m¨¢s a¨²n si quien habla es el pueblo llano. No intervengo, pero pienso en lo intolerable -han ido m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites- que ha sido el show medi¨¢tico que se ha montado en torno a la muerte de la tonadillera. Deber¨ªan darnos los nombres de los responsables de que, en lugar de enlutarse, Chipiona se echara a la calle para salir en la televisi¨®n.
Luego he pasado al lado m¨¢s opuesto de tanta imaginer¨ªa obscena de lo f¨²nebre y, pensando en Chipiona y en la cuesti¨®n de la tierra natal, he recordado al escritor y m¨¦dico sir Thomas Browne cuando contaba que en la Holanda de su tiempo, la del siglo XVII, era costumbre que en la casa de un difunto se tapasen con cresp¨®n de seda de luto todos los espejos y todos los cuadros en los que se pod¨ªan contemplar paisajes (me pregunto qu¨¦ habr¨ªa pasado si ya hubieran existido c¨¢maras de televisi¨®n), todos los cuadros que reflejaran seres humanos o los frutos de los campos, para que el alma que estaba abandonando el cuerpo -dec¨ªa Browne- no se distrajera en su ¨²ltimo viaje, ya fuera por su propia mirada, ya por su tierra natal, pronto perdida para siempre.
3. En el fondo, el silencio es el int¨¦rprete m¨¢s elocuente de la alegr¨ªa. No hay mejor forma de celebrar que el silencio, pues se contagia y propaga y acaba llegando a todo el mundo. ?Debemos celebrar el pr¨®ximo 26 de junio (26.6.6) la coincidencia de cifras con 2666, el t¨ªtulo de la extraordinaria novela p¨®stuma de Roberto Bola?o? Yo dejar¨ªa las cosas tal como est¨¢n, elijo la m¨²sica callada de las celebraciones. Y es que el pasado martes 6 de junio (6.6.06), diversos escritores espa?oles opinaron en la prensa sobre el demoniaco n¨²mero 666 y sobre los pasajes apocal¨ªpticos de la Biblia y me pareci¨® que bordeaban el rid¨ªculo. Es m¨¢s, para desintoxicarme de ellos, tuve que pensar en un aforismo b¨ªblico de Ennio Flaiano, que celebr¨¦ ¨ªntimamente, ri¨¦ndome por dentro: "Al principio, era la palabra. Despu¨¦s, ¨¦sta se hizo incomprensible".
4.Encuentro nada elegantes las celebraciones. Me gustaban, por ejemplo, aquellos futbolistas de anta?o que levantan para s¨ª mismos sobriamente el pu?o cuando marcaban su gol. Se habla ahora mucho de las celebraciones de Canaletes, a las que acude siempre un selecto grupo de delincuentes. Y la cuesti¨®n a debate para m¨ª no es ¨¦sa, sino la groser¨ªa de la celebraci¨®n misma. (Dicho sea de paso, alguien del N¨¤stic de Tarragona, en plena euforia de la celebraci¨®n, ha dicho que es m¨¢s grande subir a Primera Divisi¨®n que ganar la Champions: un nuevo ejemplo de c¨®mo se pierden impunemente hoy en d¨ªa las jerarqu¨ªas. En el mundo de los libros pasa igual. O en el de los toros. No es lo mismo ser un escribiente que un escritor. No es lo mismo lidiar que torear).
Pero no es de la confusi¨®n en las jerarqu¨ªas de lo que quiero hablar, sino de la in¨²til groser¨ªa de las celebraciones. Yo entiendo que lo que uno celebra debe aclamarlo hacia adentro, como celebraba, por ejemplo, sus mejores faenas el torero gitano Rafael de Paula, que mandaba callar a la m¨²sica de acompa?amiento, pues no deseaba otra m¨²sica que el palmoteo de los suyos y la m¨²sica de su toreo mismo, a tono con ¨¦l.
Pens¨¦ por primera vez en este tipo de celebraciones hacia adentro en tierras de Veracruz cuando observ¨¦ que los mexicanos, grandes amantes del festejo (en el que gritan chillan y se explayan como nadie), tienen una manera m¨¢s que curiosa de divertirse: no se divierten.
En realidad, basta con un gesto sobrio para celebrar algo. No deber¨ªamos haber perdido de vista la hondura de la fiesta hacia adentro, la gentileza de la alegr¨ªa callada. En el gesto sobrio del pu?o levantado tras el gol, est¨¢ la verdadera esencia de la celebraci¨®n, que es siempre callada, porque es m¨²sica que en el aire se aposenta, que dir¨ªa Lope.
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