Barra libre para los 'barras bravas'
Los hinchas radicales argentinos ponen en jaque la capacidad organizativa y la paciencia de la polic¨ªa
Compartir una cena con Los Borrachos del Tabl¨®n es una experiencia que no se vive cada d¨ªa. El grupo, unos 50 muchachos con los que nadie quisiera cruzarse de noche por la calle, irrumpi¨® casi a las dos de la madrugada y de manera inesperada en la pizzer¨ªa Vesuvio -escrito con una segunda v-, frente a la estaci¨®n central de trenes de Hamburgo, alterando con su sola presencia lo que hasta ese momento era una tranquila cena para varios aficionados y algunos periodistas argentinos que intercambiaban opiniones acerca del triunfo conseguido por la selecci¨®n albiceleste frente a la de Costa de Marfil un par de horas antes.
Los Borrachos del Tabl¨®n es el nombre oficial de la temida barra brava, es decir, los ultras, del River Plate, formada como casi todas sus hom¨®logas argentinas por individuos que suelen atesorar un nutrido prontuario de antecedentes penales. El suyo fue el contingente m¨¢s numeroso entre los muchos de su misma condici¨®n que dijeron "presente" para alentar en la noche del s¨¢bado a la selecci¨®n que dirige Jos¨¦ P¨¦kerman.
A falta de paraavalanchas, intentaron subirse a las vallas publicitarias y no dejaron de bailar y saltar
Seg¨²n se estima, unos 150 barras bravas se acercaron a Hamburgo y, si bien por un lado le a?adieron al espect¨¢culo un colorido y una musicalidad original y diferente al resto de las hinchadas, tambi¨¦n pusieron en jaque durante un par de horas la capacidad organizativa y la paciencia de la polic¨ªa y de los miembros de la seguridad privada del estadio.
Detr¨¢s de la porter¨ªa en la que Crespo y Saviola marcaron los goles de la victoria, codo con codo y gracias a la ausencia de los fan¨¢ticos del Boca Juniors y a un pacto previo de no agresi¨®n -en Argentina, las batallas entre estos grupos son moneda corriente cada fin de semana y las muertes ocasionadas en ellas se cuentan por decenas-, se ubicaron la gente del River, del Independiente, del Newell's Old Boys de Rosario y de varios equipos de categor¨ªas menores. Todos cantaron y saltaron en ins¨®lita armon¨ªa al ritmo que marcaba el bombo del Tula, m¨ªtico y ya sexagenario personaje cuyo instrumento de percusi¨®n sirve desde hace decenios a las causas del Rosario Central y de una larga lista de dirigentes del Partido Justicialista (peronista).
El ¨²nico inconveniente para los r¨ªgidos organizadores alemanes fue el modo de expresar el aliento. Desde siempre, estos hinchas ven los partidos de pie y algunos de ellos se trepan a los paraavalanchas, aqu¨¢llas estructuras de metal que exist¨ªan en las gradas para evitar aludes humanos, para oficiar de directores de orquesta de espaldas al campo.
En Hamburgo, a falta de paraavalanchas, los barras bravas pretendieron subirse a las vallas publicitarias, lo que motiv¨® que m¨¢s y m¨¢s personal de control se acercara a la zona para intentar bajarlos, algo que s¨®lo lograron cuando uno de los hinchas, perteneciente al Independiente, cay¨® al c¨¦sped y fue detenido.
Por supuesto, conseguir que se sentaran fue imposible aunque se pidiera por la megafon¨ªa del estadio -inopinadamente, lo hicieron en alem¨¢n e ingl¨¦s, pero habr¨ªa sido in¨²til aunque lo hubieran dicho en lunfardo, la jerga de Buenos Aires-, y s¨®lo la ubicaci¨®n de un miembro de seguridad al borde de cada fila logr¨® impedir que no invadieran las escaleras con sus bailes y saltos.
Para el resto del p¨²blico, la presencia de los ultras fue tambi¨¦n motivo de disgusto, pero por una raz¨®n bien diferente. Como es habitual desde M¨¦xico 86, cuando un partido no ofrece grandes emociones, alguien comienza a hacer la famosa ola, un tipo de celebraci¨®n que los radicales argentinos consideran poco digno -"una estupidez", "una mariconada"- y que se ocupan de interrumpir cada vez que llega a su sector. As¨ª ocurri¨® el s¨¢bado y la reprobaci¨®n general, por supuesto, no hizo m¨¢s que afirmarlos en su posici¨®n.
Los Borrachos del Tabl¨®n, todo hay que decirlo, se comportaron con exquisita educaci¨®n en el Vesuvio, al menos hasta consumir la segunda cerveza, e incluso uno de ellos ofici¨® de improvisado camarero-ayudante. Los dem¨¢s comensales, periodistas argentinos incluidos, se aferraron con disimulo a sus port¨¢tiles, bolsos y c¨¢maras, apuraron la cena y se marcharon cuanto antes. Nadie amag¨® siquiera con tomar una foto de recuerdo. No es aconsejable tentar a los demonios.
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