La edad de hierro
De un poeta de diecisiete a?os puede esperarse un fogonazo rimbaudiano o un apocalipsis interior al modo de Trakl, a cuenta de lo cual se perdonan las impericias t¨¦cnicas imputables a la edad. No es el caso: Urbi et orbi, volumen con que David Leo Garc¨ªa (M¨¢laga, 1988) ha obtenido ex ?quo el Premio Hiperi¨®n, es un libro medido y de arquitectura cerrada, que recorre los d¨ªas de la semana, uno por cada secci¨®n del volumen, con un inicio program¨¢tico y un remate en que se identifican ciudad y poeta. Un volumen tan conscientemente urdido, del que se han ense?oreado los sonetos y el manierismo formal, podr¨ªa oler a cera de iglesia: regurgitaci¨®n del recurrente neoclasicismo de la poes¨ªa espa?ola, que regresa a los cl¨¢sicos cuando no sabe ad¨®nde ir. Ante la duda, genuflexi¨®n, se aconsejaba al monaguillo aturdido en la selva de la liturgia. Pero hay varios rasgos que impiden esa valoraci¨®n, empezando por el acabado del producto, ejercicio de soberan¨ªa m¨¢s que sometimiento a la autoridad del cl¨¢sico. La ciudad en que se concreta el mundo -Urbi et orbi- es un emblema vanguardista de la edad de hierro (y de cristal) nunca bien acomodado en la c¨¢rcel del soneto, lo que provoca la desfamiliarizaci¨®n del lector. Por fin, la ancestral cultura m¨ªtica alimenta aqu¨ª la deshumanizaci¨®n contempor¨¢nea; as¨ª cuando el cami¨®n de la basura se aproxima como el exterminador de las plagas b¨ªblicas: "Se me ha olvidado / con esti¨¦rcol ungir mi puerta r¨ªgida. / En nuestra casa / falta la sombra de su primog¨¦nito / sentada en el sof¨¢, nuestro deleite, / nuestro arc¨¢ngel de mondas de naranja".
URBI ET ORBI
David Leo Garc¨ªa
Hiperi¨®n. Madrid, 2006
80 p¨¢ginas. 7 euros
En el libro hay rimas inter
nas, sartas enumerativas, coplas endecasil¨¢bicas, sonetos varios, incluyendo uno isabelino de versos bis¨ªlabos (Parque p¨²blico): "Paso / ¨¢gil, / fr¨¢gil, / raso, // muertos / quioscos, / hoscos / puertos. // Tiro / votos / rotos. / Miro // caras / raras". Ni siquiera se nos priva de una complicad¨ªsima sextina, a cuyas exigencias estr¨®ficas suele sacrificar el sentido hasta Fernando de Herrera. David Leo Garc¨ªa sale indemne de este tour de force. Tal destreza m¨¦trica y ret¨®rica lo sit¨²a lejos de la frontera de lo indecible, donde habitan el lenguaje insuficiente y la cortedad del decir. Aunque alejado de los arrebatos m¨ªsticos, Borges alert¨® contra el poema que "s¨®lo quiere decir lo que quiso el poeta". Estos poemas dicen lo que quiso el poeta; enti¨¦ndase como un elogio y como la raz¨®n de nuestra cautela. Y anoten, en todo caso, este nombre.
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