?Vietnamizaci¨®n o somalizaci¨®n?
Basta una semana, a principios de este junio de 2006, para recordar a nuestros so?adores de la paz eterna la permanencia implacable del caos. El peque?o Timor Oriental, con un mill¨®n de habitantes, que dirige un respetable premio Nobel y que est¨¢ colmado por la benevolencia de la ONU, se ha precipitado en el saqueo y la sangre: unos militares amotinados han prendido la mecha de un desorden pol¨ªtico y social latente. En Afganist¨¢n, los talibanes, que se hab¨ªan dispersado hace cuatro a?os, han salido de nuevo a la superficie de manera violenta. En Somalia, pick-ups y todoterrenos, adornados con metralletas, garantizan el triunfo de los m¨¢s fan¨¢ticos y los tribunales isl¨¢micos deciden prohibir ipso facto la retransmisi¨®n del Mundial de f¨²tbol, este juego sat¨¢nico. Y en Irak cada d¨ªa se lloran cantidades de civiles degollados, explosionados, sacrificados por sanguinarios nost¨¢lgicos de Sadam Husein.
El pecado mental de los militares occidentales fue que durante mucho tiempo llegaron a los conflictos del momento con una guerra de retraso. Esta desgana afecta a partir de ahora a los estados mayores pacifistas, que quedan aturdidos por las seudolecciones del pasado y reprochan a Washington haberse enredado en un "nuevo Vietnam". No hay nada m¨¢s naif: Al Zarqawi no era Ho Chi Minh. Irak sale de treinta a?os de una espantosa dictadura totalitaria y no de tres decenios de insurrecciones anticoloniales contra Francia, contra Jap¨®n y de nuevo contra Francia a la que Estados Unidos relevaron de buena o de mala gana. No hay ning¨²n dato geopol¨ªtico que permita aplicar al actual caos iraqu¨ª los esquemas de la ¨²ltima gran guerra caliente de la ¨¦poca, felizmente pasada, de la guerra fr¨ªa.
Lo que amenaza a la sociedad iraqu¨ª no es una vietnamizaci¨®n, sino la "somalizaci¨®n". Hagan memoria, una tropa internacional patrocinada por la ONU y encabezada por americanos desembarca en Mogadiscio (Operaci¨®n Restore Hope, en 1993). Hay que garantizar la supervivencia de una poblaci¨®n hambrienta y masacrada por clanes rivales. Despu¨¦s de perder a 19 de los suyos en una trampa espantosa, los soldados vuelven a embarcarse. La continuaci¨®n ya es conocida, un Clinton escaldado jur¨® "nunca m¨¢s" y decidi¨® un a?o m¨¢s tarde no intervenir en Ruanda (abril de 1994), donde habr¨ªa bastado con 5.000 cascos azules para evitar el genocidio que se llev¨® a un mill¨®n de tutsis en tres meses (supera el r¨¦cord de Auschwitz en la relaci¨®n velocidad/n¨²mero de v¨ªctimas). La continuaci¨®n de la continuaci¨®n no es menos conocida, la peste exterminadora se extendi¨® por el ?frica tropical, contamos a millones de muertos en el Congo y alrededores. Hoy Somalia est¨¢ en manos de las bandas armadas de los "tribunales isl¨¢micos", alimentadas por los fondos secretos que la CIA invirti¨® en vano contra ellos, y existe el peligro de que un nuevo Afganist¨¢n de los talibanes se asiente en el cuerno de ?frica.
Observen que los maestros de ceremonias cambian. La ONU es la responsable en Timor. La OTAN (con una importante participaci¨®n europea) en Afganist¨¢n. El Pent¨¢gono en Irak. Sin embargo, coinciden las situaciones, puesto que la dificultad de controlar y neutralizar es fundamentalmente la misma. El modelo reducido de Somalia se extiende por el planeta. Las poblaciones, secuestradas, asustadas y sacrificadas se convierten en bot¨ªn de guerra de los cabecillas locales sin fe ni ley. Los comandos se pelean por el poder a punta de Kal¨¢shnikov en nombre de estandartes superfluos, como la religi¨®n, la etnia, una ideolog¨ªa cerrada, racista o nacionalista y el imperativo de la memoria falseada. Se pelean menos entre ellos que contra los civiles que son el 95% de las v¨ªctimas, mujeres y ni?os en primer lugar.
El terrorismo, definido como el ataque deliberado contra los civiles como tales, no s¨®lo es patrimonio de los islamistas. F¨ªjense que el procedimiento lo utilizan y lo han utilizado un ej¨¦rcito regular (que ha recibido la bendici¨®n de los popes ortodoxos) y milicias que est¨¢n a las ¨®rdenes del Kremlin en Cheche-
nia, donde se cuentan decenas de miles de ni?os muertos. Cuando los matones apelan al Cor¨¢n, son los transe¨²ntes desarmados, musulmanes, los que agonizan. Somalia es el laboratorio en vivo de la abominaci¨®n de las abominaciones: la guerra contra los civiles.
Entre 1945 y 1989, fecha de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, la guerra entre los bloques fue fr¨ªa, tanto en Europa como en Am¨¦rica del Norte. En otras partes se extend¨ªan las revoluciones y las contrarrevoluciones, los golpes de Estado y las masacres de millones de personas. Nunca a lo largo de la historia las sociedades humanas se hab¨ªan visto tan afectadas como en este medio siglo en el que se desmoronaban los injustos imperios coloniales, a la vez que, con demasiada frecuencia, las sublevaciones y las insurrecciones daban a luz a nuevos despotismos m¨¢s o menos totalitarios. En la tormenta, vacilaban las tradiciones milenarias. Se destruyeron de manera sistem¨¢tica reg¨ªmenes, costumbres y lazos seculares. Al salir de tal se¨ªsmo hist¨®rico mundial, dos tercios de nuestros semejantes hab¨ªan perdido toda referencia. No pueden vivir como antes. Ni menos a¨²n (todav¨ªa no, dice el optimista) vivir como ciudadanos tranquilos de los Estados de derecho occidentales.
En los cuatro lados del universo se extienden viveros de guerreros j¨®venes y menos j¨®venes, descamisados o uniformados, igualmente ansiosos de conquistar a cualquier precio alojamientos, galones, mujeres y riquezas. Dispuestos a peinar, con metralletas y morteros, el campo y los megabarrios de chabolas haciendo explotar coches y bombas humanas para dominar sin tener que repartir. Los Estados ambiciosos y sin escr¨²pulos se aprovechan de estos viveros de matones, a la vez que patrocinan distintos terrorismos, para ser m¨¢s potentes mediante el perjuicio. En los inicios de la Alemania de Weimar (1920), Ernst von Salomon profetizaba que "la guerra del 1914-18 se ha terminado, pero los guerreros todav¨ªa est¨¢n aqu¨ª" y los oficiales a media paga poblaron las secciones de asalto hitlerianas. Cuando se desmoron¨® el imperio sovi¨¦tico, el disidente Vlad¨ªmir Bukovski advirti¨®: "El drag¨®n ha muerto, pero se extienden las dragonadas". Y los antiguos ej¨¦rcitos rojos devastaron, bajo Milosevic, la ex Yugoslavia, y bajo Yeltsin y Putin, el C¨¢ucaso del Norte.
?Hubiera sido mejor no derrocar a Sadam Husein y darle permiso para mejorar durante un decenio m¨¢s su horrible palmar¨¦s de torturas, mutilados y cad¨¢veres? ?Uno o dos millones de v¨ªctimas en un cuarto de siglo? Los iraqu¨ªes que aun con amenazas de muerte han acudido tres veces, de manera cada vez m¨¢s masiva, a las urnas, no parece que se arrepientan de la ca¨ªda del dictador. ?Es conveniente hoy que los soldados estadounidenses y sus aliados salgan corriendo ipso facto como en Somalia? Incluso los gobiernos m¨¢s antiamericanos, los que est¨¢n m¨¢s obsesionados como Francia, cruzan los dedos para que no pase nada y que la coalici¨®n no deje el terreno en manos de los degolladores.
El combate para evitar la "somalizaci¨®n" del planeta acaba de empezar y dominar¨¢ probablemente el siglo XXI. Si resisten a las sirenas del aislacionismo, los americanos aprender¨¢n de sus errores. Europa o bien se decidir¨¢ a ayudarles, o bien se abandonar¨¢ a los cuidados del petro-zar Putin, dispuesto a ejercer de polic¨ªa del Viejo Continente predicando el terrorismo antiterrorista, apoyado por la devastaci¨®n de Chechenia. El desaf¨ªo sin fronteras de los guerreros emancipados, esclavos de sus caprichos, deja poco margen a las dilaciones. Hay que escoger. O aceptamos la somalizaci¨®n general y buscamos refugio en una ilusoria fortaleza euroasi¨¢tica. O resucitamos una alianza euroatl¨¢ntica democr¨¢tica, militar y cr¨ªtica.
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Mart¨ª Sampons.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.