Maragall: amarga victoria
En una de las letrillas cantadas por las calles de Barcelona en 1842, era puesta en tela de juicio la figura del espad¨®n progresista poco antes adorado: "Mori l'Espartero, que n's ha ben futut: volia ser batlle y es rey absolut". Alcalde y gobernante, por a?adidura, personalista, representaban polos opuestos.
An¨¢loga distancia cabe se?alar entre el balance de la gesti¨®n de Pasqual Maragall al frente del Ayuntamiento de Barcelona y como presidente de la Generalitat: un excelente alcalde nos deja ahora un importante legado de su breve paso por la presidencia de Catalu?a, pero de contenido m¨¢s que discutible y marcado por su err¨¢tico personalismo. Sin duda, el azar ha jugado en contra suya. En 1999, Maragall pudo haber sido un presidente de signo muy distinto, con el apoyo de Iniciativa per Catalunya, de los "ciudadanos por el cambio", al ofrecer un proyecto de inspiraci¨®n reformadora siguiendo la estela del Olivo italiano. La eficaz labor de destrozona llevada a cabo entonces por Julio Anguita evit¨® el triunfo de la izquierda. En 2003, el panorama hab¨ªa cambiado. Para la victoria hab¨ªa que contar con Esquerra, y esto significaba llevar el eje de la acci¨®n desde un nuevo estilo de gobierno, enfrentado al de los madurs catalanistas, a un planteamiento nacionalista. Ahora, el principal objetivo era un nuevo Estatuto, no una reforma del anterior. No se trataba adem¨¢s de un problema de dosis de catalanidad, sino de que la meta buscada por Esquerra era otra: el Estatuto como antesala de la independencia. Y una vez puesto en marcha el proceso, ?qui¨¦n estaba dispuesto a quedar atr¨¢s en demandas de autogobierno? No se busc¨® un entendimiento; fue inaugurada una subasta. Ignorar esto supuso un error capital, propiciado por la oferta b¨ªblica de ZP al prometer a los catalanes que cuanto ataren sobre la tierra, atado quedar¨ªa en el cielo.
Como el flautista de Hamel¨ªn, Maragall hab¨ªa ofrecido a Zapatero para que le siguiese un Estatuto destinado a reforzar "la Espa?a plural", elaborado en paz y concordia por los catalanes. Por mucho tiempo Zapatero se dej¨® guiar, hasta que comprob¨® que el proyecto del 30 de septiembre era un reto a la Constituci¨®n, y que ni siquiera hab¨ªa concordia en el tripartito. El piloto del cambio hab¨ªa perdido el tim¨®n y ahora paga el precio, en gran parte exigido por ZP, quien merced a su reconocida capacidad de maniobra arregl¨® en lo posible la situaci¨®n, a costa de resucitar a Artur Mas.
Lo peor es que se trataba de un fracaso anunciado, desde que Pasqual Maragall enunci¨® los principios en que se basaba su propuesta. El postulado de la singularidad nacional de Catalu?a, pilar del pre¨¢mbulo y del principio de bilateralidad, se apoya en una concepci¨®n tradicionalista, m¨¢s que historicista, convirtiendo a los "derechos hist¨®ricos" en ra¨ªz del autogobierno. Rara construcci¨®n para un dem¨®crata. Por el mismo camino, Maragall enlazaba la idea moderna de la "eurorregi¨®n" nada menos que con el pasado de la Corona de Arag¨®n. Todo giraba en torno a Catalu?a, con Espa?a como entorno difuso, en la cual lo importante era que los catalanes se sintieran "c¨®modos". Meta indefinida que s¨®lo adquiere significado desde un estricto nacionalismo: sentirse c¨®modos es dejar sin competencias al Estado. Un diario barcelon¨¦s elogia ahora a Maragall por el impulso dado a "una Espa?a plural" -mejor ser¨ªa decir mal articulada- y por conseguir que la mayor¨ªa de los catalanes se sientan c¨®modos. Lo de mayor¨ªa es ya dudoso tras el 18-J; la estupidez de la comodidad, mejor olvidarla. Aun evocando m¨¢s de una vez el federalismo, nuestro buen alcalde ha hecho imposible la construcci¨®n de una Espa?a federal. Ganan definitivamente los madurs frente a los dem¨®cratas catalanes que ya en 1840 ten¨ªan clara su meta: "Un sistema federal, proclamia la Naci¨°!" Causa hoy perdida.
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