En el laberinto marroqu¨ª
Las medinas de Fez y Marraquech
Huele a menta. En el barrio de las lanas est¨¢n ti?endo de verde. Probablemente el aroma se mantenga todo el d¨ªa. Oler¨¢ a azafr¨¢n cuando ti?an de amarillo, a amapola cuando toque el rojo, a cedro cuando llegue el turno del marr¨®n, a henna cuando el naranja. Los mismos pigmentos con que ti?en los cueros en las curtiembres, s¨®lo que all¨ª no se logran percibir. El hedor ¨¢cido y penetrante de las pieles de los animales inunda el aire, obligando a los paseantes a llevar pu?ados de hierbabuena bien pegados a la nariz.
Las calles de la medina de Fez -con sus 155 hect¨¢reas, sus 150.000 tiendas, sus 14 puertas desplegadas a lo largo de sus 15 kil¨®metros de per¨ªmetro amurallado- representan un laberinto al que resulta dif¨ªcil acceder sin la ayuda de un gu¨ªa. Los trabajadores del cuero, la madera, la seda y la lana; los artesanos de la plata, el hierro, el bronce y el cobre; los sastres, y los comerciantes, y los vendedores de especias, se reparten en barrios organizados seg¨²n el gremio, y entre todos circulan febrilmente las mercanc¨ªas. ?Balak, balak! (cuidado, cuidado) es el ¨²nico sonido que el visitante aprende a distinguir para apartarse en el momento en que uno de los cientos de burros pasa obcecado con su enorme carga a cuestas. El entramado de luz y sombra que los distintos tipos de techumbre dibujan sobre el suelo ayuda a embotar los sentidos. Pocas veces se vieron ¨¦stos asediados por tantos est¨ªmulos. Si no son los gritos de hombres y animales, son los incesantes golpeteos de los que trabajan en sus talleres, o los aromas que envuelven el aire, o los colores que lo decoran. Todo est¨¢ vivo all¨ª, todo se mueve. Como en los t¨²neles de un desquiciado hormiguero, nada parece dispuesto a detener su marcha, como si de ello dependiera el devenir del universo.
Nuestra entrada al pa¨ªs se produjo a trav¨¦s de Marraquech. A vuelo de p¨¢jaro, la ciudad se aparece como una mancha verde en medio del desierto. Cuenta la leyenda que los almor¨¢vides que bajaron del Atlas para fundar el pa¨ªs hicieron noche al lado de un pozo, en donde asaron sus corderos y comieron sus d¨¢tiles. Para sostener sus tiendas utilizaron las propias lanzas, y una vez que se fueron, el viento arrastr¨® hasta los agujeros dejados por ¨¦stas las semillas de los d¨¢tiles que hab¨ªan ingerido. Alimentados por las aguas subterr¨¢neas, nacieron as¨ª los palmerales que pueblan desde entonces ese rinc¨®n de Marruecos. El centro neur¨¢lgico de aquel antiguo oasis lo constituye en la actualidad la plaza de Yemaa el Fna, coraz¨®n de la ciudad vieja y escenario de las m¨¢s diversas actividades. Saltimbanquis, contadores de historias, m¨²sicos y encantadores de serpientes se mezclan durante el d¨ªa con los curanderos que ofrecen sus hierbas y con las paradas de fruta fresca. Al caer la noche, el paisaje se transforma en un hervidero de puestos de comida que ofrecen sus manjares a los paseantes. Una al lado de otra, cientos de mesas decoradas y rebosantes de platos re¨²nen a los comensales en largos bancos de madera, desde los que dan buena cuenta de las especialidades locales. Miles de bombillas desnudas pueblan el espacio a¨¦reo como un ej¨¦rcito de luci¨¦rnagas. Han cambiado los actores, pero la febril actividad permanece, y se mantendr¨¢ encendida hasta bien entrada la madrugada.
Ait Benhadu
Algunos kil¨®metros hacia el sur de Marraquech, el pueblo bereber lucha por mantener su cultura al abrigo de los pliegues de las colinas del Atlas. Se trata de los primeros habitantes de la regi¨®n, y han resistido el paso de fenicios y romanos, ¨¢rabes y franceses. La ra¨ªz de su lengua se pierde en la noche de los tiempos y resulta al o¨ªdo tan atractiva como extra?a. Una cita ineludible si se tiene tiempo y ganas la constituye la casbah de Ait Benhadu. Levantada en tierra sobre las colinas, traslada la mente a escenarios cinematogr¨¢ficos. Gladiator o Lawrence de Arabia se han rodado all¨ª. Para quien quiera aventurarse, una recomendaci¨®n: paciencia. Adem¨¢s del estado de las carreteras, en cualquier parada que se realice un enjambre de ni?os aparecer¨¢ de entre las piedras para pedir algo o vender lo que sea, no importa lo desolado que pueda parecer el paraje.
Por carretera tambi¨¦n nos desplazamos hasta Fez. El viaje es largo, pero merece la pena. Interminables planicies des¨¦rticas se combinan con puertos de monta?a en los que el tiempo y la historia pierden sus dimensiones. La medina de Fez es la m¨¢s antigua de Marruecos y una de las m¨¢s grandes de todo el Magreb. Cada uno de sus 785 barrios cuenta con una fuente de agua que abastece a los vecinos, una madraza o escuela cor¨¢nica, un horno en el que las mujeres cuecen el pan por la ma?ana -colocando sobre cada hogaza una marca que la diferencia-, un hammam o ba?o tradicional en donde se relajan y purifican -en turnos bien separados- los hombres y las mujeres, y una mezquita desde cuya torre el muec¨ªn llama a oraci¨®n cinco veces por d¨ªa. Casi todo lo imaginable puede encontrarse en sus calles, reguero de transacciones que jam¨¢s tienen precio fijo y que nos sumergen en tradiciones de otros lugares y otros tiempos. Y todo aqu¨ª, a un paso del otro lado del Estrecho.
Javier Arg¨¹ello es autor de Siete cuentos imposibles (Lumen)
GU?A PR?CTICA
C¨®mo llegar- Royal Air Maroc (www.royalairmaroc.com) tiene vuelo directos a Marraquech desde Madrid y Barcelona a partirde 213,10 euros.- Iberia (www.iberia.com) tiene vuelos directos desde Madrid a Marraquech a partir de 246,10 euros, y directos desde Barcelona a partir de 274,10 euros.Informaci¨®n- Oficina de turismo marroqu¨ª en Espa?a(915 41 29 95; www.turismomarruecos.com).
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