Una historia de amor
El Tour es un acontecimiento ¨²nico, legendario, un flechazo para los corredores, que atrae seguidores de todo el mundo
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Para cualquier ciclista con alma de campe¨®n, el Tour es, antes que nada, una historia de amor. Un flechazo. Una cuesti¨®n de qu¨ªmica. Se ama o no se ama. Se es amado o no se es amado. Nada se puede hacer.
Al corredor con coraz¨®n de campe¨®n que llega por primera vez al Tour no le deslumbra el gigantismo, las 4.500 personas que forman la caravana de la carrera, los 2.200 veh¨ªculos, los 13.000 gendarmes que se encuentran uno a uno de plant¨®n en todos los cruces de caminos, los 9.000 polic¨ªas, el babel de 1.900 periodistas de todo el mundo, los 28 patrocinadores publicitarios, los 15 millones de aficionados que se aprietan en las cunetas aplaudi¨¦ndolos... A los ne¨®fitos no les marea el pelot¨®n enorme, tenso, serio, el peligro de ca¨ªdas, la trascendencia que destila cada detalle, hasta los m¨¢s m¨ªnimos, las portadas de L'?quipe, la grandeza del podio, el simbolismo de los colores de los maillots... Los periodistas no se dejan atrapar, no se dejan llevar hasta el lirismo, la ¨¦pica, la hip¨¦rbole desarbolada, s¨®lo por las fr¨ªas cifras, por las multitudes, por la enormidad del Tour, o por su leyenda de m¨¢s de cien a?os. Los aficionados capaces de dormir la siesta durante la transmisi¨®n televisiva de horas y horas de ciclismo a lo largo del a?o, pero incapaces de parpadear siquiera un segundo durante incluso la m¨¢s abrasadora de las etapas del Tour, no se emocionan s¨®lo por las im¨¢genes de los grandes puertos, por las resonancias po¨¦ticas de nombres como Galibier, Tourmalet, Alpe d'Huez...
A los grandes patrocinadores, al gran banco Cr¨¦dit Lyonnais, que construye toda su imagen alrededor del maillot amarillo del Tour, no le convencen s¨®lo las cifras de negocios, los m¨¢s de 100 millones de euros de presupuesto de la grande boucle, los miles de millones de telespectadores en los cuatro confines del mundo, la enorme penetraci¨®n y popularidad en Estados Unidos de una competici¨®n tan lenta, tan poco yanqui.
La percepci¨®n de millones de personas, aficionados y no, amantes del deporte, estudiosos, que hace del Tour uno de los grandes acontecimientos deportivos del a?o -antes se cantaba esta jerarqu¨ªa: Juegos Ol¨ªmpicos, Mundial de f¨²tbol, Tour; ahora hay que hablar de tenis, de f¨®rmula 1, de tantos acontecimientos semanales- no la alimentan s¨®lo la historia, la leyenda, las tradiciones de la carrera, los grandes deportistas que se convirtieron en ¨ªdolos de masas s¨®lo por ganar el Tour, los Coppi, Bartali, Bobet, Bahamontes, Anquetil, Oca?a, Merckx, Hinault, Indurain, Armstrong.
El Tour, m¨¢s que todo eso, es una luz, un olor, un mes. Todos los que llegan por primera vez, sean ciclistas, directores, periodistas, voraces hombres de negocios, publicitarios, anunciantes, caen rendidos de entrada ante el olor que envuelve al Tour, un perfume que transforma sus vidas, que les hace sentir que en sus biograf¨ªas hay un antes y un despu¨¦s del Tour.
A mediados del Tour del 99, el Tour que deber¨ªa haber sido el de la renovaci¨®n, a Paquito Mancebo, joven debutante, joven enamorado del Tour nada m¨¢s olerlo, le gast¨® la v¨ªspera del Tourmalet una broma pesada Jes¨²s Hoyos, su m¨¦dico en el Banesto. "Paco", le minti¨®, "hemos decidido que, como eres tan joven y para que vayas poco a poco, ma?ana no salgas". Recordaba no hace mucho Mancebo que fue aqu¨¦lla una de las peores noticias que le pod¨ªan dar. Y que se rebel¨® y que grit¨® hasta quedarse af¨®nico que ¨¦l terminaba ese Tour, como estaba mandado. Lo termin¨®. Am¨® tanto al Tour que quiso Mancebo ser como todos los dem¨¢s, y como ellos, el Tour, que ayer abandon¨® por la puerta trasera la v¨ªspera de comenzar su octava participaci¨®n, acab¨® convertido en una historia de amor traicionado.
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