El taxista de Estocolmo
En 1958, el taxi que llevaba a Pel¨¦ al estadio Rasunda choc¨®. Afortunadamente, Pel¨¦ s¨®lo sufri¨® un golpe en la rodilla y pudo jugar, y ganar, la final ante Suecia. Ten¨ªa 17 a?os. Y marcar¨ªa m¨¢s de 1.000 goles. Pero un taxista estuvo a punto de acabar con su carrera en una calle de Estocolmo. En 1963, en el mismo estadio Rasunda y con las botas que me hab¨ªa regalado el mism¨ªsimo Pel¨¦, jugu¨¦ un partido de et¨ªlicos periodistas espa?oles contra una fornida selecci¨®n escandinava. Perdimos y no marqu¨¦ ning¨²n gol, pero el taxista que me llev¨® de vuelta al hotel result¨® ser aqu¨¦l que, cinco a?os antes, hab¨ªa tenido el accidente con Pel¨¦. Eso le cont¨®, al menos, a la interprete que me acompa?aba. El taxista en cuesti¨®n sosten¨ªa que la culpa del choque la ten¨ªa el jugador por gritar anticipadamente. El grito de advertencia, seg¨²n ¨¦l, le hab¨ªa hecho perder el control del volante. Pero yo me pregunto: ?qu¨¦ habr¨ªa sucedido si Pel¨¦ no llega a gritar? Desde tiempos inmemoriales, los contumaces responsables de nuestra selecci¨®n nacional necesitan un grito preventivo antes del accidente. Si el hombre es el ¨²nico animal que tropieza dos veces en la misma piedra, ?qu¨¦ clase de animales son los responsables del f¨²tbol nacional?, escrib¨ªa yo en el 62, a ra¨ªz del en¨¦simo fracaso de la selecci¨®n. Y me preguntaba: ?cu¨¢les son las causas? ?Nuestra pereza proverbial, nuestro car¨¢cter improvisador, nuestra genialidad de cafeter¨ªa, nuestra cong¨¦nita desorganizaci¨®n u otras acendradas virtudes nacionales? Como se puede comprobar, ya entonces se alud¨ªa, no sin sarcasmo, a nuestra idiosincrasia, antes de arremeter contra la pol¨ªtica de los clubes, contra la connivente federaci¨®n, contra los seleccionadores nombrados a dedo, contra la ret¨®rica de los comentaristas y el postrero dictamen de los cr¨ªticos. Las cosas no han cambiado. Tras declararse prosopop¨¦yicamente ¨²nico responsable del fracaso y dimitir, gesto que le honraba, el seleccionador actual proclama con orgullosa desfachatez, y ante el resignado benepl¨¢cito general, que ¨¦l no tiene por qu¨¦ sentirse esclavo de la palabra dada y que se queda para repetir faena. ?Por qu¨¦ no? Recapacitemos. Si, ateni¨¦ndonos a la tesis del taxista, el grito preventivo de Pel¨¦ provoc¨® el accidente de Estocolmo, podr¨ªamos afirmar por ende que el premonitorio chiste de Forges, al anticipar los titulares del d¨ªa siguiente, ha sido la causa de la debacle del equipo espa?ol en el Mundial. Eximamos, en consecuencia, de toda responsabilidad al taxista sueco en cuyas manos hab¨ªamos depositado nuestra confianza y... el volante. Se nos recuerda que los jugadores espa?oles son j¨®venes y su entrenador sabio. Se nos asegura, de nuevo, que el futuro est¨¢ al alcance de nuestros pies (palabra de seleccionador). Mientras tanto, y por si acaso, a la espera de que se cumplan tan enaltecedoras promesas, desviemos fervores patri¨®ticos hacia un Real Madrid italianizado hasta la m¨¦dula o un Bar?a made in Holanda y degustemos con fruici¨®n el glorioso ocaso de los viejos gigantes europeos en la final de un Mundial donde hemos vuelto a ser los de siempre: desilusionados comparsas.
Gonzalo Su¨¢rez, escritor y cineasta, recupera el seud¨®nimo de Mart¨ªn Girard, con el que firm¨® como periodista en los a?os 60.
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