Una guerra poco civil
La Guerra Civil espa?ola ha pasado a la historia, y as¨ª es recordada, por la deshumanizaci¨®n del contrario, por la espantosa violencia que gener¨®. Simbolizada en las "sacas", "paseos" y asesinatos masivos, sirvi¨® en los dos bandos en lucha para eliminar a sus respectivos enemigos, naturales o imprevistos. El total de v¨ªctimas mortales, seg¨²n los historiadores, se aproxima a las 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represi¨®n desencadenada por los militares sublevados, y 55.000, a la violencia en la zona republicana. Medio mill¨®n de personas se amontonaban en las prisiones y campos de concentraci¨®n cuando la guerra acab¨® en abril de 1939.
La destrucci¨®n del adversario se convirti¨® para muchos en el objetivo prioritario. A la pol¨ªtica de exterminio inaugurada por los militares sublevados se adhirieron con fervor sectores conservadores, terratenientes, burgueses, propietarios, "hombres de bien", que se separaron definitivamente de la defensa de su orden mediante la ley. Donde el golpe militar fracas¨®, son¨® la hora de la ansiada revoluci¨®n y del juicio final a los patronos, ricos y explotadores. Sin reglas ni gobierno, sin mecanismos de coerci¨®n obligando a cumplir leyes, la venganza y los odios de clase se extendieron como una fuerza devastadora para aniquilar al viejo orden.
Dentro de esa guerra hubo varias y diferentes contiendas. En primer lugar, un conflicto militar, iniciado cuando el golpe de Estado enterr¨® las soluciones pol¨ªticas y puso en su lugar las armas. Fue tambi¨¦n una guerra de clases, entre diferentes concepciones del orden social; una guerra de religi¨®n, entre el catolicismo y el anticlericalismo; una guerra en torno a la idea de la patria y de la naci¨®n y una guerra de ideas, de credos que estaban entonces en pugna en el escenario internacional. En la Guerra Civil espa?ola cristalizaron, en suma, batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre oscurantismo y modernizaci¨®n, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupci¨®n del comunismo y del fascismo.
La situaci¨®n internacional a finales de los a?os treinta reun¨ªa circunstancias poco propicias para la paz y eso afect¨® de forma decisiva a la duraci¨®n, curso y desenlace de la Guerra Civil espa?ola, un conflicto claramente interno en su origen. El apoyo internacional a los dos bandos fue vital para combatir y continuar la guerra en los primeros meses.
Cuando empez¨® la Guerra Civil espa?ola, los poderes democr¨¢ticos estaban intentando a toda costa "apaciguar" a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La Rep¨²blica se encontr¨®, por tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situaci¨®n internacional tan favorable a sus intereses. Las dictaduras dominadas por gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un ¨²nico partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos pa¨ªses europeos y, si se except¨²a el caso ruso, todas esas dictaduras sal¨ªan de las ideas del orden y de la autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias m¨¢s s¨®lidas del continente fueron invadidas por los nazis al a?o siguiente de acabar la Guerra Civil. Espa?a no era, en consecuencia, una excepci¨®n ni el ¨²nico pa¨ªs donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se impon¨ªa al de la democracia y la revoluci¨®n.
Pero eso nunca deber¨ªa ser una excusa, un argumento tranquilizador para descargar las responsabilidades de amplios sectores de la poblaci¨®n espa?ola, los grupos m¨¢s cultos, las clases propietarias, los dirigentes pol¨ªticos y sindicales, militares y eclesi¨¢sticos, que poco hicieron por desarrollar una cultura c¨ªvica, de respeto a la ley, a los resultados electorales, de defensa de las libertades de expresi¨®n y asociaci¨®n y de los derechos civiles.
Muchos espa?oles vieron la guerra desde el principio como un horror, otros sent¨ªan que estaban en la zona equivocada y trataban de escapar. Hubo personajes ilustres de la Rep¨²blica que no tuvieron participaci¨®n alguna en la guerra y estaba tambi¨¦n la llamada "tercera Espa?a", algunos intelectuales que pudieron "abstenerse de la guerra", como dec¨ªa de s¨ª mismo Salvador de Madariaga. Pero la guerra atrap¨® a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n espa?ola, a millones de ciudadanos, les hizo tomar partido, aunque algunos se mancharan m¨¢s que otros, e inaugur¨® un periodo de violencia sin precedentes en la historia de Espa?a, por mucho que todav¨ªa haya versiones que vean esa guerra como una consecuencia l¨®gica de la tendencia ancestral de los espa?oles a matarse.
No hay, por tanto, una respuesta simple a la pregunta de por qu¨¦ del clima de euforia y de esperanza de 1931 se pas¨® a la guerra cruel y de extermino de 1936. Espa?a comenz¨® los a?os treinta con una Rep¨²blica y acab¨® la d¨¦cada sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Por mucho que se hable de la violencia que precedi¨® a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, est¨¢ claro que en la historia del siglo XX espa?ol hubo un antes y un despu¨¦s del golpe de Estado de julio de 1936. Adem¨¢s, tras el final de la Guerra Civil en 1939, durante al menos dos d¨¦cadas no hubo ninguna reconstrucci¨®n positiva, tal y como ocurri¨® en los pa¨ªses de Europa occidental despu¨¦s de 1945.
Los bandos que se enfrentaron en Espa?a ten¨ªan ideas tan distintas sobre c¨®mo organizar el Estado y la sociedad y estaban tan comprometidos con los objetivos por los que tomaron las armas, que era dif¨ªcil alcanzar un acuerdo. Y el panorama internacional, de nuevo, tampoco dej¨® espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acab¨® con la aplastante victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento con todo tipo de atrocidades y abusos de los derechos humanos. Las dictaduras que emergieron en Europa en los a?os treinta, en Alemania, Austria, o Espa?a, tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposici¨®n de masas y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibici¨®n de partidos pol¨ªticos, la censura o la negaci¨®n de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que sali¨® de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentraci¨®n.
La victoria de Franco fue tambi¨¦n una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la Rep¨²blica fue asimismo una derrota para las democracias. Setenta a?os despu¨¦s de que las armas se impusieran a las palabras, tenemos que ense?arles a los j¨®venes y adolescentes, a quienes vienen detr¨¢s de nosotros, que la violencia y la intransigencia es el legado m¨¢s pernicioso de ese pasado. S¨®lo el di¨¢logo, el debate pol¨ªtico, la democracia y la libertad pueden curar las heridas, superarlas y construir un presente mejor.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Zaragoza.
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