?Enemigo del Estado ruso?
El ex magnate ruso del petr¨®leo Mija¨ªl Jodorkovski, preso en Siberia, cumple una condena de ocho a?os por fraude y evasi¨®n de impuestos. Un viaje junto a su esposa, Irina, para visitar al hombre que algunos consideran un peligro para Rusia y otros un prisionero pol¨ªtico
La ¨²ltima vez que la vi, en un juzgado de Mosc¨², Irina Jodorkovski lloraba. Fue en mayo de 2005. Durante m¨¢s de un a?o hab¨ªa estado llevando paquetes de comida a su marido, Mija¨ªl, a la C¨¢rcel del Silencio de los Marineros, en la que ¨¦l est¨¢ preso sin posibilidad de fianza, acusado de fraude y evasi¨®n de impuestos. Durante 10 meses, p¨¢lida y con gafas oscuras, hab¨ªa presenciado el juicio, sentada a pocos metros de la jaula met¨¢lica en la que estaban expuestos Jodorkovski, el hombre m¨¢s rico de Rusia, y su amigo y socio Plat¨®n L¨¦bedev. Con la perplejidad del que ha sufrido un shock soport¨® durante 12 d¨ªas la lectura del veredicto, pero cuando el juez pronunci¨® la condena para ambos -"nueve a?os en un campo de prisioneros"- se derrumb¨®.
Nueve meses despu¨¦s, en una sala de espera de un aeropuerto de Mosc¨², vestida con vaqueros, botas y un abrigo de lana, Irina parece cambiada, m¨¢s segura de s¨ª, quiz¨¢ porque lo peor ya ha pasado: su marido, al que va a visitar junto a su suegra, Marina, se encuentra a 5.000 kil¨®metros, en una colonia de prisioneros en Siberia oriental. La mayor parte de su principal activo, Yukos Oil, ha sido engullida por el Estado, y el grupo de j¨®venes capitalistas con los que construy¨® su imperio durante los an¨¢rquicos a?os de Yeltsin ha huido al exilio perseguido por todo, desde fraude y evasi¨®n fiscal hasta asesinato.
Seg¨²n la teor¨ªa de los mandatarios supremos del pa¨ªs, que por lo general ha encontrado eco en todos los medios de comunicaci¨®n, Irina es la prostituta de un g¨¢nster, casada con un hombre que se hac¨ªa pasar por dem¨®crata mientras era c¨®mplice de asesinato e incluso financiaba las guerrillas chechenas. Durante los ¨²ltimos d¨ªas del proceso, el juzgado estuvo rodeado por soldados armados y con perros de ataque, como si Jodorkovski y L¨¦bedev fuesen terroristas internacionales. Resulta dif¨ªcil conciliar todo esto con la imagen de la joven madre rubia y precavida que se agacha ahora para inspeccionar una gran bolsa de comida que ir¨¢ a la prisi¨®n. ?sta ha sido tra¨ªda por dos ayudantes, quienes, junto con su secretaria; el jefe del centro de prensa en Mosc¨² de Jodorkovski, y su abogado personal, Ant¨®n Drel, viajan con nosotros. "Cuidado con los tomates", dice ella levantando la mirada. O con la de Marina, de 71 a?os, una peque?a figura estoica que, junto con su marido, Bor¨ªs, regenta una casa de acogida y un colegio para hu¨¦rfanos a las afueras de Mosc¨², financiados por Yukos.
Y parece que al resto de la sociedad tambi¨¦n le cuesta asimilarlo. Al principio, el arresto del multimillonario jud¨ªo cay¨® bien entre los rusos de a pie -fue un pilar de la popularidad del presidente Putin en las elecciones de 2004-, pero ahora que Jodorkovski est¨¢ en prisi¨®n ha surgido una oleada de apoyos. En dos encuestas recientes, el 40% de los rusos parec¨ªa aceptar que las acusaciones ten¨ªan un trasfondo pol¨ªtico y se debieron a ¨®rdenes de arriba, y el 11% dijo que se plantear¨ªa votar a Jodorkovski para presidente.
Es decir, poco a poco se est¨¢ convirtiendo en el centro de lo que queda de la oposici¨®n democr¨¢tica, herederos de los decembristas, aquel grupo de soldados y arist¨®cratas que en 1825 desafiaron al zar Nicol¨¢s I y exigieron una Constituci¨®n liberal. Muchos de los decembristas acabaron en campos de prisioneros en Siberia, adonde les siguieron, a trav¨¦s de las vastas estepas, sus mujeres, incluida una tal princesa Trubetskaya. Reflejada en el espejo de ese viaje legendario, conocido por todos los rusos, Irina -a la que ya han pedido que se presente al Parlamento por una circunscripci¨®n electoral de Sajal¨ªn- es la nueva princesa de Siberia.
Mientras esperamos para subir al avi¨®n con destino a Chita le pregunto si, como mujer de decembrista, se ha planteado seguir a su marido a la remota ciudad de Krasnok¨¢mensk, en Siberia, nuestro destino. En una de sus pocas entrevistas ha dicho que le gusta, que le recuerda a la ciudad dormitorio de las afueras de Mosc¨² en la que creci¨®. "S¨ª, quiz¨¢ cuando se le conceda alg¨²n privilegio por buena conducta [y pueda vivir fuera de la prisi¨®n]". Despu¨¦s a?ade: "No s¨¦. No hemos llegado al final de esta historia. Todav¨ªa no se ha escrito". Y menuda historia ha resultado ser: la de la revoluci¨®n rusa capitalista. Al fin y al cabo, cuando con 17 a?os Irina conoci¨® a Mija¨ªl, que entonces ten¨ªa 20, Gorbachov segu¨ªa en el poder y la propiedad privada como tal no exist¨ªa. Ella era una impetuosa estudiante del Instituto Qu¨ªmico de Mosc¨²; ¨¦l estaba en el ¨²ltimo a?o de carrera y era subsecretario de la Liga de J¨®venes Comunistas. Ella abandon¨® sus estudios para casarse y unirse a ¨¦l y a sus amigos, justo en el momento en que, aprovechando la liberalizaci¨®n de la econom¨ªa y con el apoyo de los J¨®venes Comunistas, empezaban a vender, a cambio de dinero en met¨¢lico, programas inform¨¢ticos y experiencia t¨¦cnica a f¨¢bricas e institutos.
El dinero en efectivo lo cambiaron por moneda extranjera, compraron computadoras en el extranjero (un buen ordenador occidental costaba lo que el salario de 48 a?os de un profesor), fundaron un banco y usaron su influencia para adquirir licencias para vender petr¨®leo en el extranjero. Y cuando a?os despu¨¦s, con Yeltsin, lleg¨® la privatizaci¨®n, con los beneficios compraron toda empresa a la que pudieran echar el guante. Tras la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa pocas leyes que rigiesen las relaciones empresariales y el sistema fiscal estaba hecho trizas. Ten¨ªan -tanto ellos como la corrupci¨®n- el camino despejado. A mitad de los noventa, cuando Yeltsin se enfrentaba a una reelecci¨®n con ¨ªndices de aprobaci¨®n inferiores al 10% y un Gobierno en bancarrota, no hab¨ªa nadie m¨¢s a quien recurrir.
Los j¨®venes capitalistas, preocupados por la amenaza del retorno al poder de los comunistas, prestaron dinero a su Administraci¨®n y compraron su reelecci¨®n. La recompensa para Jodorkovski fue una gigantesca y corrupta petrolera estatal llamada Yukos Oil, que adquiri¨® por unos cientos de millones de d¨®lares (y una deuda de 3.500). En seis a?os, la compa?¨ªa val¨ªa casi 30.000. Se anunci¨® la fusi¨®n con otra controlada por el multimillonario aliado del Kremlin y due?o del equipo de f¨²tbol del Chelsea, Rom¨¢n Abram¨®vich, y corr¨ªa el rumor de la venta del 45% de las acciones a una de las grandes petroleras estadounidenses. Jodorkovski, que acababa de cumplir los 40 a?os, era consejero delegado de una de las empresas m¨¢s pr¨®speras de Rusia y se preparaba para dar el salto a la escena internacional. Todo esto no se consigui¨® sin cierta falta de escr¨²pulos: "Esta gente no eran ni?os", me dec¨ªa un rico empresario ruso que hab¨ªa hecho fortuna en el exterior. "En ocasiones se trataba de una lucha a muerte con los viejos jefes de las f¨¢bricas y del partido".
Pero no se sabe si algo de esto le llegaba a Irina, acurrucada ahora en el avi¨®n escuchando m¨²sica pop de escasa calidad en una radio. Les nacieron los hijos (Anastasia, en 1991; los gemelos Ili¨¢ y Gleb tienen siete a?os), y todo lo que se sab¨ªa de ellos, que viv¨ªan en una finca alquilada a las afueras de Mosc¨², era lo habitual de cualquier pareja. No hab¨ªa palacios, ni yates, ni equipos de f¨²tbol en el extranjero, y se iban de vacaciones a la vecina Finlandia. Incluso las quejas que ten¨ªan uno de otro parec¨ªan de lo m¨¢s com¨²n: a ella no le gustaba que ¨¦l trabajase tanto o fuera mucho al gimnasio; ¨¦l protestaba por las dietas que ella le obligaba a seguir y por los conciertos de m¨²sica cl¨¢sica a los que le arrastraba. El mundo en el que ¨¦l financiaba partidos pol¨ªticos democr¨¢ticos, cabildeaba contra la legislaci¨®n fiscal, planeaba nuevos oleoductos para Yukos y so?aba (seg¨²n dicen) con ser primer ministro deb¨ªa de parecer muy lejano.
Cuando lleg¨® el verano de 2003, los ¨®rganos del Estado decidieron que estaban hartos de las ambiciones internacionales de Jodorkovski y de su negativa a mantenerse alejado de la pol¨ªtica (por entonces se codeaba con los l¨ªderes mundiales y era alabado como el primer empresario ruso que defend¨ªa el buen gobierno en las empresas). As¨ª que usaron contra ¨¦l la misma t¨¢ctica que hab¨ªan desplegado contra otros magnates, como Bor¨ªs Berezovski. En julio, el FSB (sucesor del KGB) arrest¨® y encarcel¨® a Plat¨®n L¨¦bedev, su ¨ªntimo aliado, acus¨¢ndole de evasi¨®n fiscal y fraude. Luego lanzaron redadas contra Yukos y organizaciones relacionadas, incluido el orfanato gestionado por sus padres. Finalmente, en vista de que no captaba el mensaje, y mientras estaba de viaje por Siberia, enviaron tropas de ¨¦lite al aeropuerto de Novosibirsk, donde fue arrestado de madrugada a bordo de un avi¨®n ch¨¢rter.
En ese mismo aeropuerto paramos a repostar al amanecer. Irina, dormida, parece inmune: el lugar no le dice nada. Marina permanece callada. No ha visto a su hijo en seis meses y no ha recibido cartas (interceptadas, supone). Su ¨²nico contacto ha sido una llamada telef¨®nica de 15 minutos desde una base militar siberiana que tuvo que compartir con su marido, su nuera y su nieta. S¨®lo Ant¨®n Drel, el abogado, se mueve. Habla sobre la detenci¨®n de Mija¨ªl Jodorkovski en octubre de 2003: "Simplemente desapareci¨®. No ten¨ªamos ni idea de d¨®nde estaba ni qui¨¦n lo reten¨ªa. Entonces son¨® el tel¨¦fono, y una voz dijo: 'Soy Jodorkovski'. Y despu¨¦s a?adi¨®, como hace siempre: '?Puedes hablar ahora o te viene mal?".
Pregunto a Irina por qu¨¦ no se march¨® su marido de Rusia y abandon¨® su imperio como hizo Berezovski (exiliado en Londres). "Por Plat¨®n L¨¦bedev", dice. "No pod¨ªa abandonarle". En la actualidad, L¨¦bedev cumple condena cerca del C¨ªrculo Polar ?rtico. Jodorkovski se qued¨® tan impresionado con la resistencia de su amigo en prisi¨®n que se neg¨® a abandonar el pa¨ªs (o, como dijo a un amigo, a "arrodillarse").
En el aeropuerto de Chita hay que esperar bastante para coger el tren a Krasnok¨¢mensk. Le pregunto a Irina qu¨¦ tal lo llevan los ni?os. "No tienen una vida muy normal, los chicos no entienden lo que ha pasado", dice. "Visitaron a su padre una vez en la c¨¢rcel de Mosc¨², y quer¨ªan romper el cristal con el tel¨¦fono para ayudarle a escapar", prosigue entre risas. "Y en cuanto a Nastya, tiene 15 a?os, y para ella es dif¨ªcil. Debe llevar una vida limitada. Muchas personas que se supone que eran amigos, desaparecieron. Pero la gente normal ha sido amable".
Se dice que la fortuna de Jodorkovski se ha reducido a un 3% de lo que era. Pero su vida diaria ha cambiado poco: ella y los ni?os habitan en la misma finca que compart¨ªan con las familias de los viejos amigos. "Ahora s¨®lo quedan dos familias", dice, "la nuestra y la de L¨¦bedev". El resto ha huido del pa¨ªs. "Vivimos detr¨¢s de una barrera".
En el tren hacia Krasnok¨¢mensk se organiza un almuerzo a base de queso, salchichas, pollo, t¨¦ y co?ac. Drel mantiene una animada conversaci¨®n. "?Ves? Vamos al campo m¨¢s alejado en tiempo de Mosc¨². Es ilegal; seg¨²n la ley, un prisionero debe estar cerca de su lugar de residencia o de donde se cometi¨® el crimen". A la familia s¨®lo se le autorizan cuatro visitas de tres d¨ªas al a?o.
Tras una ruidosa noche dando bandazos, llegamos a la estaci¨®n de Krasnok¨¢mensk, donde nos esperan dos todoterrenos y la abogada local de Jodorkovski, Natalia Terekhova. Ella y Drel van a consultar con su cliente sobre sus apelaciones -contra la sentencia, la disposici¨®n y diversos castigos en la c¨¢rcel- y la demanda que presentar¨¢ en marzo al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Llegamos al min¨²sculo hotel Central, e Irina y Marina se van a cocinar. Durante horas paseo por esta ciudad del fin del mundo, a 40 kil¨®metros de las fronteras con China y Mongolia, y en la que hasta hace una d¨¦cada no se permit¨ªan extranjeros. Con el sol y la nieve parece un sitio agradable: calles anchas y bloques de apartamentos de cinco plantas, un parque infantil, quioscos y una reluciente catedral de ladrillo. Pido un mapa de la ciudad en una librer¨ªa y me dicen: "?Qui¨¦n va a querer un mapa?". Claro, no hay turistas. Lo ¨²nico que explica la existencia de Krasnok¨¢mensk es su nombre ("roca roja"), en referencia al uranio que se descubri¨® aqu¨ª en los sesenta. Primero llegaron ge¨®logos e ingenieros de minas; despu¨¦s, un campo de prisioneros, donde mezclar el cemento para la mina, para las instalaciones de procesamiento, para la nueva ciudad de los trabajadores?
El campamento de prisioneros YaG 14/10, con m¨¢s de mil reclusos (un promedio de edad de 24 a?os), ya no es de trabajos forzados. Se ha construido una barrera que atraviesa la carretera, a gran distancia de los edificios, y all¨ª hay una garita. Un guardia me ordena que deje de tomar fotos, a pesar de que lo ¨²nico visible desde aqu¨ª es un erial de verjas ca¨ªdas, tuber¨ªas oxidadas, arbustos, una solitaria torre vig¨ªa blanca y una polea gigantesca sobre lo que presumo es la f¨¢brica de cemento. Desde que lleg¨® Jodorkovski, ning¨²n periodista ha podido acceder a la prisi¨®n. Y no van a hacer una excepci¨®n conmigo.
El d¨ªa siguiente, Irina y Marina recorren la larga avenida que lleva al presidio acompa?adas por los ayudantes cargados con la comida. Al caer la tarde regresa Marina, sollozando, tras dejar a Irina all¨ª dentro durante dos d¨ªas y tres noches m¨¢s. Le pregunto por el ¨¢nimo de su hijo. "Ha aceptado esta vida y la est¨¢ viviendo. Le tortura la vigilancia constante, el control estricto, siempre buscan hacerle culpable de infracciones. Le atormenta no tener derecho a publicar art¨ªculos sobre lo que escribe: la cuesti¨®n nacional rusa, las amenazas al conjunto de Rusia, el federalismo. Entiende que lo que est¨¢ pasando se debe a ¨®rdenes de arriba, pero eso no lo hace mejor". Dice que le han llevado una radio port¨¢til, unas tijeras para el pelo, recambios para los bol¨ªgrafos y un gorro con orejeras, "aunque al parecer no te dejan llevarlo con las orejeras bajadas. ?Ah!, y comida, por supuesto: kotletki de carne, ensaladas, bolas de pescado? Tome?". Va a la nevera y vuelve con dos platos: pescado en salsa agridulce y carne de venado cocinada por uno de los chefs del orfanato que regenta, y que he visitado varias veces. Fundado en los noventa a las afueras de Mosc¨² en una finca en ruinas, sigue funcionando como una democracia en acci¨®n: 132 ni?os -entre ellos, supervivientes del asedio de Beslan- responsables de sus propias vidas.
Mientras como, ella habla del trabajo de su hijo en prisi¨®n -"empaquetador en el taller de fabricaci¨®n de guantes"-, de la renovada zona de visitas, de que los otros prisioneros son chicos de la regi¨®n. "Le llaman Borisovich [su patron¨ªmico, una se?al de respeto]", dice, "pero, en verdad, no tiene con qui¨¦n hablar, salvo los abogados". En una ¨¦poca estuvo el p¨¢rroco de la catedral local, Sergu¨¦i Taratujin. Pero consideraron que se hab¨ªan hecho demasiado ¨ªntimos, y adem¨¢s se neg¨® a bendecir los edificios mientras en ellos hubiese un prisionero pol¨ªtico. Lo enviaron a mil kil¨®metros. "No s¨¦", dice Marina. "Parece estar bien. M¨¢s delgado. El pelo m¨¢s gris?". Algunos defensores de Jodorkovski dicen que si no le matan la tuberculosis y el sida dentro, lo har¨¢ la radiaci¨®n de las minas de uranio.
A las diez en punto de una clara ma?ana siberiana, con temperaturas de ocho grados bajo cero, Irina sale de prisi¨®n. Cuatro horas m¨¢s tarde aparece en una habitaci¨®n ante un grupo de periodistas. Durante tres meses, ya no podr¨¢ contactar con su marido, salvo a trav¨¦s de abogados. La visita ha sido razonablemente agradable, no hubo nuevas restricciones: "Nos dejaron mirar juntos fotograf¨ªas de familia, pero no me permitieron entregarle una carta de mi hija". Tras su anterior visita habl¨® de la sensaci¨®n de ser observada, de no poder salir, de estar viviendo un reality show. Ahora comenta: "Esta vez el reality show ha sido m¨¢s f¨¢cil de soportar. Quiz¨¢ me he acostumbrado. Estaba con ¨¦l, y eso era lo ¨²nico que importaba".
Surge otra vez la pregunta: ?va a mudarse a Krasnok¨¢mensk? "No s¨¦. La historia a¨²n no se ha acabado". Y la frase reverbera durante los miles de kil¨®metros del viaje de vuelta. La historia no se ha acabado; la historia de la lucha entre el prisionero en Siberia y el zar presidencial en el Kremlin por el control de gran parte del petr¨®leo del pa¨ªs y, por extensi¨®n, por el derecho democr¨¢tico a la propiedad privada.
L¨®gicamente, se ha cancelado la fusi¨®n con la petrolera de Abram¨®vich, que ha sido vendida al Kremlin; ahora forma parte de la cartera energ¨¦tica del Estado, su principal instrumento de pol¨ªtica exterior. Probablemente el resto de Yukos Oil vaya por igual camino, absorbido por una compa?¨ªa estatal dirigida por el adjunto del jefe de personal del presidente, en lugar de la asombrosa multa recibida: 31.000 millones de d¨®lares por cuatro a?os de impuestos atrasados. Jodorkovski ha sido exilado y silenciado, y, si continuasen los castigos, el Servicio Federal de Prisiones podr¨ªa revocar su derecho a recibir visitas y la posibilidad de obtener la libertad condicional en 2008. Si el estricto r¨¦gimen se extiende al resto de lo que antes era una prisi¨®n relajada, entonces "los presos le har¨¢n responsable, podr¨ªan volverse en su contra y hac¨¦rselo pasar mal", dice un ex reo. "M¨¢s le vale mantenerse en segundo plano". Pero eso es precisamente lo que no puede hacer; la l¨®gica de su situaci¨®n requiere luchar contra su condena, su exilio, contra todo esto en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El Consejo de Europa ya ha declarado que la acusaci¨®n contra ¨¦l ha sido pol¨ªtica y parcial, y no cabe duda de que las organizaciones estatales, al perseguirle, se saltaron la legalidad: se estorb¨® a sus abogados, las oficinas de Drel fueron registradas ilegalmente y la fiscal¨ªa proclam¨® la culpabilidad de Jodorkovski antes del juicio, desafiando as¨ª la presunci¨®n de inocencia.
Pero de la sentencia del tribunal de Estrasburgo dependen m¨¢s cosas. La presunci¨®n de que los negocios de Jodorkovski no eran m¨¢s que una conspiraci¨®n criminal para cometer fraude y evadir impuestos ha abierto la puerta a lo que cada vez se asemeja m¨¢s a una vendetta. Durante los tres ¨²ltimos a?os, 33 colegas de Jodorkovski han sido encarcelados, acusados, amenazados para que testifiquen u obligados a exiliarse.
Desde mi regreso de Krasnok¨¢mensk se han congelado las cuentas de la ¨²ltima organizaci¨®n ben¨¦fica de Jodorkovsky; han sido arrestados y/o acusados cuatros ejecutivos m¨¢s de Yukos, entre ellos, un espa?ol; uno de sus abogados ha sido condenado a nueve a?os; el padre Sergu¨¦i se ha visto obligado a colgar los h¨¢bitos, y el jefe de la prisi¨®n, despedido, al parecer por disculparse ante un abogado del ex magnate. ?ste, adem¨¢s, sufri¨® cortes en la cara al ser atacado por otro prisionero. Actualmente est¨¢ aislado "por su propia protecci¨®n", seg¨²n se comunic¨®.
?En qu¨¦ lugar deja todo esto a Irina? Tiene trabajo: educar a sus hijos y esperar a su marido. Pero nada indica que, incluso si el dictamen del Tribunal Europeo de Derechos Humanos fuese en contra del Gobierno ruso, ¨¦ste le vaya a hacer el m¨¢s m¨ªnimo caso. Al despedirme de ella pienso que todo depende del rumbo que siga el pa¨ªs: hacia la clase de sociedad que exige una clase media creciente o hacia la centralizaci¨®n en el Kremlin que promueve Putin. Igual que sucedi¨® con las mujeres de los decembristas, s¨ªmbolo de la calamitosa y eterna lucha de Rusia por la democracia.
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