Ni?os entre rejas
Unas 200 mujeres viven con sus hijos en las c¨¢rceles espa?olas. A pesar de los esfuerzos para que los ni?os no noten nada raro, muchas se debaten en el terrible dilema de qu¨¦ es mejor para sus peque?os: tener a su madre cerca o sentir la libertad y la sociedad. Hemos hablado con 19 de ellas
Beatriz Mart¨ªnez hizo lo que hizo en 1998. Hasta tres a?os despu¨¦s no hubo juicio, y el Supremo tard¨® otros cuatro m¨¢s en confirmar la sentencia. El d¨ªa que por fin la polic¨ªa se present¨® en su casa para que pagara aquella deuda antigua se la encontr¨® tendiendo la ropa. Beatriz era ya otra mujer. Hab¨ªa abandonado a su anterior marido, un heroin¨®mano que la breaba a palos, y sacado adelante a sus dos hijos, un ni?o de ocho a?os y una cr¨ªa de cinco. Ten¨ªa una nueva pareja, trabajaba de camarera en M¨¢laga y estaba cumplida de su tercer embarazo. El 8 de febrero de 2005, siete a?os despu¨¦s de aquel angustioso vuelo entre Cartagena de Indias y Madrid con medio kilo de coca¨ªna escondido en su cuerpo, Beatriz ingres¨® en prisi¨®n. A los nueve d¨ªas naci¨® C¨¦sar. Ya han pasado juntos 16 meses de condena.
Ver¨®nica Gabriela Albarrac¨ªn tiene 31 a?os, es argentina y tambi¨¦n est¨¢ presa en el m¨®dulo de madres de la prisi¨®n de mujeres de Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla). Tiene un embarazo precioso y una duda que la corroe desde hace semanas. No sabe si cuando d¨¦ a luz a su ni?a se la quedar¨¢ con ella en prisi¨®n o le pedir¨¢ a su madre que la cr¨ªe en libertad. "Estos d¨ªas", dice Ver¨®nica, "me debato entre dos barbaridades a elegir. Si la barbaridad de un ni?o en prisi¨®n o la barbaridad de un ni?o sin su madre. Le sigo dando vueltas, pero hoy por hoy creo que mi hija no tiene que estar cautiva por el error que yo comet¨ª". Ver¨®nica tuvo a su primera hija con 15 a?os, a la segunda con 18 y al tercero con 20. Se qued¨® viuda con 26. Ahora se confiesa enamorada de Sebasti¨¢n, un gaditano al que la polic¨ªa sorprendi¨® conduciendo una furgoneta con 1.000 kilos de hach¨ªs. Las conversaciones telef¨®nicas la implican tambi¨¦n a ella. "?l me meti¨® en este l¨ªo, pero yo no le guardo resentimiento".
Concha Yag¨¹e conoce bien a esas mujeres y sabe de la angustia que llevan pegada al cuerpo. Desde hace 15 a?os dirige la c¨¢rcel de Alcal¨¢ de Guadaira. "Las mujeres", dice, "sufren m¨¢s la prisi¨®n que los hombres. Ellas se traen todas las tragedias de casa. La preocupaci¨®n de que un ni?o que est¨¢ fuera est¨¦ enfermando; que tengan que operarlo y ella no pueda estar con ¨¦l; que est¨¦ fall¨¢ndole en el colegio, empezando a tener malas compa?¨ªas o tonteando con las drogas. Dos mujeres me han llegado a contar que sus hijos estaban entrando de sicarios en una organizaci¨®n criminal, y que ellas, desde tan lejos, no pod¨ªan hacer nada". Suelen ser extranjeras, gitanas o vecinas de bloques donde, si alg¨²n d¨ªa hubo luz en el descansillo, hace ya mucho que la bombilla est¨¢ fundida. "Mujeres sin formaci¨®n", a?ade Concha Yag¨¹e, "y con mucho maltrato a sus espaldas. Primero les pegaron sus padres; luego, sus maridos. A muchas de ellas, cuando entran en prisi¨®n, no las viene a ver nadie". De los 54.600 presos que hay en Espa?a, 4.400 son mujeres. De ellas, m¨¢s de 200 viven con sus hijos en la c¨¢rcel. La legislaci¨®n actual les permite tenerlos hasta que cumplen los tres a?os.
Daniel no es una excepci¨®n. Lleg¨® a la prisi¨®n de Alcal¨¢ de Guadaira en el vientre de su madre, Ana Utrera, condenada a nueve a?os por un delito contra la salud p¨²blica, que es el nombre penal del tr¨¢fico de drogas. Ahora, Daniel tiene tres a?os y dos meses, y est¨¢ a punto de salir. Le han dejado quedarse dos meses m¨¢s para respetar el fin de curso, pero ahora su madre se tendr¨¢ que conformar con verlo una hora cada semana o cuatro juntas al mes. "Yo soy muy alegre", dice Ana, "pero ahora estoy mal, muy mal. Tengo otro hijo con siete a?os fuera, y ya s¨¦ lo que es estar todo el d¨ªa pensando en c¨®mo estar¨¢ y en c¨®mo no estar¨¢. Ahora, en vez de una preocupaci¨®n tendr¨¦ dos". A Ana la pillaron en el aeropuerto de Barajas con cuatro kilos de coca¨ªna de Colombia dentro de una maleta. Dice que fue su primera vez. Tambi¨¦n el primer caso en su familia. "Yo siempre fui una cabrilla loca", reconoce, "pero no ha pasado un d¨ªa aqu¨ª en prisi¨®n sin que me haya arrepentido de aquel viaje". Ahora se arrepentir¨¢ m¨¢s, si cabe. No s¨®lo perder¨¢ la compa?¨ªa de Daniel, sino la posibilidad de permanecer en el m¨®dulo de madres.
Dice Inmaculada que un ni?o peque?o lo que quiere es estar con su madre. "Le da igual que sea en la c¨¢rcel o en la China". Ella tiene 40 a?os, una hija de 21, otra de 9, un ni?o de 22 meses con los ojos claros que se llama Antonio, como su abuelo, y un peregrinaje de 10 a?os de prisi¨®n en prisi¨®n. En su memoria hay m¨¢s jeringuillas que biberones, m¨¢s galer¨ªas que parques infantiles, m¨¢s detenciones que fiestas de cumplea?os. "Yo he estado presa con mujeres que han matado a sus hijos al nacer, y hasta con una que asesin¨® a golpes a su ni?a de siete a?os. Te relacionas con ellas, pero eres m¨¢s esc¨¦ptica con su dolor. Las ves un d¨ªa tristes y, en vez de acercarte, piensas: que te den morcilla, es la conciencia que no te deja vivir". Dice que la prisi¨®n marca. "Es muy dif¨ªcil la reinserci¨®n. Cuando sales, tienes la sensaci¨®n de que todo el mundo sabe que t¨² vienes de la c¨¢rcel. No s¨¦ explicarlo mejor. Te sientes cohibida, sucia". Inmaculada no es, pese a todos los pesares, una mujer triste. Ha aprovechado tanto tiempo a la sombra para preparar el acceso a la universidad para mayores de 25 a?os y para mejorar como madre. "Aqu¨ª nos ense?an trucos para educar a nuestros hijos, para no tenerles que pegar tanto, para saber c¨®mo les tienes que re?ir sin minarles la autoestima". Asegura que nunca se sinti¨® tan a gusto en una c¨¢rcel como en esta de madres de Alcal¨¢ de Guadaira. "Y yo creo que es porque esta prisi¨®n no se parece a una prisi¨®n".
No es una definici¨®n que disguste a Concha Yag¨¹e. Ella y su equipo directivo -el mismo que lleg¨® a la prisi¨®n hace 15 a?os, unos d¨ªas antes que las primeras reclusas- se han esforzado precisamente en eso. "Pensando en los ni?os", explica, "hemos intentado disimular todo lo posible que estamos en un recinto penitenciario. Donde mires hay color. Los murales, las piscinas infantiles, las bancadas asemejando un parque, los azulejos de las paredes. No se hacen cacheos ni registros delante de los ni?os. Las habitaciones siempre est¨¢n abiertas por si la madre tiene que coger el biber¨®n o dar de mamar al beb¨¦. Obviamente, hay que cumplir unas normas, y el ni?o asimila que hay unas mujeres que imponen unas determinadas reglas a la madre?".
Dice Inmaculada que cuando su Antonio escucha la palabra recuento -ocho de la ma?ana, tres de la tarde y diez de la noche- se pone de pie en su cunita y sonr¨ªe para que la funcionaria le vea a trav¨¦s de la mirilla.
Jonathan no se est¨¢ quieto. Se ha metido en la oficina de Inma, la funcionaria de guardia, y no ha parado hasta que ella le ha sentado en su regazo. "A ver, Jonathan, cari?o, vete con mam¨¢". Pero el cr¨ªo no se va, atento a la conversaci¨®n. "El m¨®dulo de madres es muy distinto a los del interior. Empezando por el lenguaje. En vez de chabolo o celda, aqu¨ª decimos habitaci¨®n o casa. Intentamos que no se den voces. Si hay alguna pelea entre ellas, les llamamos la atenci¨®n: oye, que estamos en madres; si quer¨¦is gritar, ya sab¨¦is, al interior. Las internas y nosotras tenemos el mismo objetivo: que los ni?os no se den cuenta de donde viven".
Es m¨¢s f¨¢cil ahora que antes. Hasta 1995, las presas pod¨ªan tener a sus hijos con ellas hasta que cumpl¨ªan los seis a?os. Hay funcionarias que recuerdan c¨®mo aquellos cr¨ªos asimilaban las costumbres carcelarias, hasta el punto de que, algunos de ellos, cuando se enfadaban con sus madres las amenazaban con meterles "un parte". Inma, que ya lleva 12 a?os tratando a las reclusas con hijos, tambi¨¦n cree que fue un acierto rebajar la edad de estancia en prisi¨®n de los menores. "Un ni?o de dos a?os viene cansado de la guarder¨ªa y se acuesta, pero a ver c¨®mo sujetas t¨² a uno de cinco cuando se cierra la celda a las ocho de la tarde".
La conversaci¨®n se ha interrumpido tres veces. La primera era una reclusa que necesitaba bolsas de basura. Luego lleg¨® otra que le pidi¨® a Inma que le abriera el aula. "Es l¨®gico", las disculpa la funcionaria, "todo lo hacen a trav¨¦s de ti: que a mi hijo le ha salido un granito, que necesito un abogado, que mi marido no me contesta al m¨®vil?". La tercera que llama a la puerta es Dolores Heredia: "Se?orita, ?est¨¢ aqu¨ª mi Jonathan? Ay, hijo, por Dios, ya me estaba angustiando. Aunque luego he pensado: tranquila, mujer, ?si de aqu¨ª no se va a escapar!".
Se r¨ªen las dos, y Dolores Heredia se lleva al ni?o en brazos. Es de M¨¢laga, y tiene 26 a?os y tres hijos: "Una ni?a de 10, otra de 7 y mi Jonathan, que va a cumplir los 24 meses". Cometi¨® el delito hace siete a?os, con 19. "Yo era una cr¨ªa. Recurr¨ª la sentencia, la ech¨¦ para arriba [al Supremo] y en cuanto me baj¨®, me present¨¦. Ya se puede imaginar, un asunto de drogas. Diez a?os de condena. Ahora que ten¨ªa mi vida encarrilada? El mejor momento de la c¨¢rcel es cuando vienen mis hijas, una vez a la semana. Y el peor, cuando se van, una hora despu¨¦s. Me dicen que me echan de menos, que vuelva a casa. Yo les digo que pronto. La grande comprende, pero a la otra le digo que estoy trabajando".
Es la misma mentira que ensayan todas las madres presas con los hijos que van creciendo solos. La misma mentira que ellos terminan descubriendo m¨¢s pronto que tarde. Beatriz Mart¨ªnez se echa a llorar cuando recuerda lo que le dijo su hija Carmen, de seis a?os, la ¨²ltima vez que vino a verla.
-Mam¨¢, por favor, diles que me dejen dormir contigo esta noche, una noche nada m¨¢s?
-No puedo, cari?o, que estoy trabajando.
-Si es por mis caprichos, ya no te voy a pedir ninguno m¨¢s. Te lo prometo, pero t¨² no trabajes m¨¢s aqu¨ª, que yo no quiero dinero, que yo lo que quiero es que te vengas a casa.
Gema Garc¨ªa est¨¢ sentada en el cuarto escal¨®n de una escalera con azulejos. Tiene a su beb¨¦ de 10 d¨ªas en brazos. Llora como un gato. "Se va a llamar Ismael", dice Gema. Tiene 29 a?os y cinco ni?os m¨¢s. "La grande tiene 14, un ni?o con 11, otro que va a hacer 10, y dos ni?as, una de seis y otra de cuatro que me ha ca¨ªdo muchas veces mala desde que estoy aqu¨ª. Y es l¨®gico, porque siempre estaba a la vera m¨ªa. Y ahora, ni me come". Gema se echa a llorar desconsoladamente. Carmen Berraquero, que bajaba por la escalera, intenta calmarla sin ¨¦xito. Tambi¨¦n ella es madre de familia numerosa. Cinco hijos entre 12 y 2 a?os y muchas penas que contar. "Mi ni?o naci¨® muy malito y yo ya no contaba con ¨¦l, pero f¨ªjese ahora qu¨¦ gordo est¨¢ y qu¨¦ buen car¨¢cter tiene. Entr¨® como un pajarito y ahora est¨¢ retorneado". El buen humor de Carmen no hace efecto en Gema. "Yo soy de La L¨ªnea de la Concepci¨®n [C¨¢diz] y me cogieron con medio kilo de hach¨ªs. A veces es la necesidad, pero esta vez ni eso, porque mi marido pinta, sabe de mec¨¢nica, vende por ah¨ª? Menos mal que ¨¦l no tiene vicios, s¨®lo su tabaco. Y si lo tiene, se lo fuma, y si no, no? Dios quiera que me saquen pronto, porque yo hago mucha falta en mi casa".
Dice Concha Yag¨¹e que suele ser verdad. "Nos estamos encontrando que muchas de estas mujeres son el soporte, tambi¨¦n econ¨®mico, de sus familias. Del afectivo, ni hablamos. Estas mujeres se traen todas las tragedias de casa, as¨ª que, cuando llegan aqu¨ª, de lo primero que las tenemos que tratar es de la angustia". Hace ahora seis a?os desapareci¨® a las afueras de Madrid un gitano rubio de tres a?os llamado Jonathan. Viv¨ªa con su madre y dos churumbeles m¨¢s en dos habitaciones sin puertas de un poblado donde s¨®lo hab¨ªa mujeres. Viudas de 21 a?os y abuelas de 38. Hac¨ªa tiempo que los hombres se hab¨ªan marchado. Unos a la c¨¢rcel, otros a la tumba y el resto adonde la polic¨ªa -que aquellos d¨ªas andaba por all¨ª buscando el rastro del malogrado chaval- no les pudiera encontrar. ?se es tambi¨¦n el sino de muchas de las mujeres que ingresan en la prisi¨®n de Alcal¨¢. "Por eso yo soy muy partidaria", explica Concha Yag¨¹e, "de probar todo tipo de mecanismos legales alternativos a la prisi¨®n. Hay muchos ya y otros que se podr¨ªan implantar. Nosotros tenemos a mujeres clasificadas en tercer grado que viven con sus hijos en casas en medio de la ciudad, otras que vienen s¨®lo a dormir y algunas m¨¢s con pulseras telem¨¢ticas". Se trata de un artilugio que permite a los responsables de seguridad de la prisi¨®n saber si la persona que lo lleva cumple con su obligaci¨®n de permanecer en casa. Justo al terminar la entrevista, la directora se encuentra a la entrada del recinto penitenciario con una mujer que llev¨® la pulsera durante los ¨²ltimos meses y que ahora ha venido a entregarla para llevarse a cambio su libertad definitiva.
-?Qu¨¦ tal te ha ido con la pulsera?
-Muy bien, se?orita, s¨®lo que algunas mujeres del barrio me preguntaban que qu¨¦ era eso?
-?Y t¨² qu¨¦ les dec¨ªas?
-Que estaba mala de la tensi¨®n y por eso la llevaba?
Manuel Mu?oz Flores tiene 31 a?os, y Ramona Montoya Silva, 32. Llevan 16 a?os casados. Tienen tres hijos casi criados: un chico de 14, una de 13 y un chaval de 8. La cuarta se llama Marina, acaba de cumplir nueve meses y vive con ellos en el m¨®dulo de parejas de la prisi¨®n de Aranjuez (Madrid). Se trata de una experiencia ¨²nica en Espa?a. Parejas de reclusos viven con sus hijos peque?os en celdas con una salita, un dormitorio donde cabe una cama de matrimonio y un cuarto de ba?o. Manuel y Ramona, gitanos guapos y lustrosos, dicen que est¨¢n encantados. ?l la manda a ella a por un caf¨¦ al economato de la prisi¨®n. "Esto es una maravilla, ?sabe usted? Esto es como si vivi¨¦ramos en Gran Hermano. O en un hotel. Cuando vea las habitaciones va a alucinar. Y lo que estoy disfrutando yo con mi Marina. Estoy con ella por la ma?ana, por la noche; en fin, que ya he estado con ella m¨¢s tiempo que con los otros tres juntos". Ramona vuelve con el caf¨¦. Otro preso, Juan Carlos Borrayo, va y viene por la galer¨ªa tratando de que el fot¨®grafo le haga un retrato a su beb¨¦. Dice Ramona: "Nosotros ten¨ªamos pendientes esta condena desde 1998. Ten¨ªamos una joyer¨ªa montada y tres tiendas de coches, as¨ª que f¨ªjese si est¨¢bamos reinsertados; pero nos baj¨® la sentencia del Supremo y aqu¨ª nos tiene". Manuel vuelve al asunto de la prisi¨®n: "Somos de Valencia, pero nos enteramos de que este m¨®dulo exist¨ªa por un matrimonio gitano que estuvo cumpliendo aqu¨ª. Nos lo cre¨ªamos y no nos lo cre¨ªamos, porque estando en la calle dices: no puede ser".
-Eso s¨ª -tercia Ramona-, hemos estado dos meses en observaci¨®n antes de que nos dieran el permiso para entrar aqu¨ª. Te miran si te peleas, si te drogas, si eres mala gente?
-Es que -dice ¨¦l orgulloso- cualquier persona no puede entrar aqu¨ª. Mire lo limpio que est¨¢ todo. Y c¨®mo tratan a los cr¨ªos. La alimentaci¨®n, los pa?ales, el pediatra dos veces por semana?
-As¨ª que estamos pensando -anuncia Ramona- que si de aqu¨ª al a?o que viene no se aclara la cosa, lo mismo tenemos que tener otro ni?o?
-Claro -traduce Manuel-, ya s¨®lo nos dejar¨¢n estar con mi Marina dos a?os m¨¢s, hasta que cumpla los tres, y nosotros tenemos 11 de condena. Y ser¨ªa un palo que nos separasen.
-Yo no quiero ni pensar que a ¨¦l se lo lleven a una c¨¢rcel y a m¨ª a otra. No nos hemos separado desde ni?os. Ya le hemos dicho que nos casamos con 15 a?os.
-Es que yo ya estuve unos meses de preventivo, y no se puede usted imaginar la diferencia que hay entre esta c¨¢rcel y las dem¨¢s. Imag¨ªnese: de estar 140 t¨ªos metidos en un patio a estar aqu¨ª con mi mujer y mi Marina.
En una celda contigua a la de Manuel y Ramona paga su condena la colombiana Yenny Valencia. Tiene 37 a?os. S¨®lo conoce de Espa?a un aeropuerto, el de Barajas, y tres c¨¢rceles. "Yo ten¨ªa dos hijas y me ofrecieron 8.000 d¨®lares por traer cuatro kilos de coca¨ªna. Al llegar a Madrid me detuvieron. Me condenaron a nueve a?os. Conoc¨ª a mi pareja en prisi¨®n. ?l tambi¨¦n es colombiano. En la c¨¢rcel de Le¨®n concebimos a Nicole. El 23 de junio cumpli¨® 12 meses. Mis otras dos hijas tienen 18 y 16 a?os. ?Que si las echo de menos? A ver c¨®mo se lo explicar¨ªa yo? Uno es un animal de costumbres, tiene que tirar para adelante. Mi marido trabaja en prisi¨®n y est¨¢ sacando un promedio de 600 euros al mes, que nos sirven para enviar a Colombia y para pensar en un futuro aqu¨ª. Yo ya llevo cinco a?os encarcelada, y dentro de poco, si Dios quiere, podr¨¦ salir de aqu¨ª con ella en brazos. A Nicole le tengo bastante que agradecer. Yo le digo una cosa, se?or: ella fue la que nos trajo la suerte". Sentada en la cama, Yenny no ha dejado de acariciar la cabeza morena de su hija.
Soledad Jim¨¦nez tiene 32 a?os. La detuvieron en M¨®stoles hace ocho meses con dos kilos de coca¨ªna. Ella est¨¢ convencida de que fue un chivatazo. "Ay, si yo supiera qui¨¦n fue?". Entr¨® en la prisi¨®n de Soto del Real (Madrid) embarazada de su hija Esther. Ahora la ni?a tiene cuatro meses y dos semanas. Soledad la pasea de un lado a otro de la galer¨ªa observando en silencio al resto de las reclusas; la mayor¨ªa suramericanas, pero tambi¨¦n espa?olas, y entre ellas Alaitz Iturrioz, a la espera de juicio por colaboraci¨®n con ETA. "No puedo decir mucho de esta prisi¨®n porque yo estoy de paso, mientras se resuelven unos tr¨¢mites en la Audiencia Nacional. Yo estoy encarcelada en Picasent [Valencia], y desde luego aqu¨¦lla est¨¢ mucho peor. Lo que veo mal de aqu¨ª es que a los ni?os s¨®lo les dan pur¨¦". En otra esquina se lamenta de su suerte Crissa Melissa Pinnaca, una hondure?a de 26 a?os convencida de que los ni?os, por peque?os que sean, se dan cuenta de que su casa es una prisi¨®n. "Cuando cierran las celdas se ponen a llorar. Escuchan los llantos de los dem¨¢s y es horrible". Tambi¨¦n se quejan las internas del alto volumen de la megafon¨ªa, que despierta a los beb¨¦s que acaban de coger el sue?o. Soledad Jim¨¦nez se mantiene a distancia de las dem¨¢s reclusas. No es la primera vez que est¨¢ en prisi¨®n. Marca su territorio. "Yo hablo con todas y no hablo con ninguna".
Yoleydis Morales Dur¨¢n es la ¨²nica mujer, de las 19 entrevistadas para este reportaje, que se declara inocente. Cubana, de 31 a?os, ingeniera industrial, trabaj¨® en una f¨¢brica de extracci¨®n de n¨ªquel y cobalto en la provincia cubana de Olgu¨ªn. Lleva ocho a?os en Espa?a. Trabajaba en una cafeter¨ªa de El Corte Ingl¨¦s; su marido es dominicano. "Fui a Santo Domingo para traerme a mi suegra. De regreso, una vecina suya me ayud¨® a hacer la maleta. En el aeropuerto de Barajas, la polic¨ªa me abri¨® el equipaje. Encontraron 700 gramos de coca¨ªna escondidos en un par de zapatos de tac¨®n. Me sent¨ª como la que entra en un t¨²nel y se va asfixiando, como la que se cae en un pantano y no encuentra la rama donde agarrarse. Par¨ª prematura y mi hija sigue en tratamiento. Cada vez que la tengo que llevar al hospital me acompa?an dos guardias civiles. Le juro que el d¨ªa que ca¨ª presa dej¨¦ de creer en Dios".
Mercedes Gallizo, la directora general de Instituciones Penitenciarias, est¨¢ empe?ada en sacar a los ni?os de la c¨¢rcel. Dice que el sistema actual tiene cuatro cosas buenas: "Se cre¨® para no separar a los ni?os de sus madres. Se habilitaron unas instalaciones estupendas, con unas guarder¨ªas que en nada tienen que envidiar a las del exterior. Adem¨¢s, muchos de los ni?os se han beneficiado de una alimentaci¨®n, una higiene y un seguimiento m¨¦dico que en sus casas jam¨¢s habr¨ªan disfrutado. Y en cuarto lugar, los equipos de funcionarios que tratan a las madres con hijos no s¨®lo derrochan profesionalidad, sino adem¨¢s mucho afecto". Gallizo destaca, no obstante, un aspecto negativo que a su juicio es determinante: "Por muy bien que los cuidemos, los ni?os no dejan de estar en la c¨¢rcel. Se dan cuenta de que aquello no es una familia normal ni una vida normal. Que cuando se cierra la puerta a las ocho, esa puerta no se puede abrir aunque quieran salir a jugar. Que su madre no es la que manda all¨ª, sino que hay otra persona que ordena y organiza sus vidas? Y no es justo que alguien, por lo que hayan hecho sus padres, tenga que vivir as¨ª su primera infancia?".
Las madres con hijos representan un porcentaje m¨ªnimo entre la poblaci¨®n reclusa. Y la mujer que delinque, salvo en contadas ocasiones, no suele representar un gran riesgo social. Teniendo en cuenta estos dos datos, Instituciones Penitenciarias va a construir cinco centros -en Canarias, Baleares, Madrid, Levante y Andaluc¨ªa- donde se pueda hacer compatible el cumplimiento de la condena por parte de las madres y el desarrollo en libertad de los hijos. "Estar¨¢n dentro de las ciudades", explica Gallizo, "y contar¨¢n con medidas de seguridad y funcionarios, pero a su vez los cr¨ªos estar¨¢n integrados en el barrio y no sentir¨¢n sobre s¨ª el ambiente penitenciario". La directora de Prisiones quiere poner en marcha una red de personas solidarias que traten de compensar con su patronazgo el lastre cong¨¦nito de esos ni?os. Ya cuenta en Mallorca con Cristina Macaya, ex presidenta de la Cruz Roja y premio Women Together de Naciones Unidas por su trabajo en pro de "mejorar la vida de los hijos de las mujeres presas".
La argentina Ver¨®nica Gabriela Albarrac¨ªn dice que a¨²n no tiene decidido si se quedar¨¢ con su beb¨¦ cuando nazca. Entretanto, se desespera al tel¨¦fono cuando escucha los esfuerzos de su hija de 15 a?os por resumirle sus alegr¨ªas y sus preocupaciones cotidianas. "S¨®lo me dan cinco minutos para hablar con ella, pero mi hija es tartamuda, as¨ª que a la mitad de la historia se corta la llamada?". Dice Ver¨®nica que, pese a todo, no consigue sentir resentimiento hacia su novio, Sebasti¨¢n, por haberla metido en ese t¨²nel tan oscuro de la droga y las c¨¢rceles. "Yo conozco la maldad, pero no quiero hacer amistad con ella".
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