M¨¦xico, justicia y desorden
La conocida preferencia de Goethe por el orden antes que la justicia parece ser el actual dilema mexicano. La escasa diferencia de votos entre los dos candidatos, el uno convencido de que la victoria le corresponde y el otro asegurado de que se la han reconocido, permite tanto las dudas como las certezas de ambos bandos. Y de la opini¨®n p¨²blica nacional e internacional. Hay que tener en cuenta que la diferencia de votos entre uno y otro, de algunas d¨¦cimas, es cinco veces menos que los votos anulados. El IFE (Instituto Electoral Federal) sin embargo es un organismo neutral, respetado y seguramente el principal baluarte de la democracia representativa mexicana. Sus dudas y errores iniciales no son suficientes para convertirlo en sospechoso de conspiraci¨®n y de fraude. Pero es imposible olvidar que durante d¨¦cadas las elecciones han estado trucadas y que en 1988 la victoria de C¨¢rdenas, hoy reconocida por todos, le fue arrebatada por el grosero fraude del PRI, entonces a¨²n el partido que monopolizaba pr¨¢cticamente el Estado. Es cierto que a¨²n no exist¨ªa el IFE, una importante creaci¨®n del reciente y peculiar proceso de transici¨®n democr¨¢tica mexicana. Y, por cierto, entonces como ahora el jefe de gobierno espa?ol se precipit¨® en felicitar al candidato continuista, apoyado por el presidente saliente. Los medios de comunicaci¨®n, la mayor¨ªa, en nombre de la estabilidad, del orden, apoyan la elecci¨®n del candidato proclamado por el IFE y aun reconociendo que la credibilidad de ¨¦ste es incomparablemente superior a la del Estado priista de 1988, no parece razonable oponerse a una verificaci¨®n de los votos que restableciera un clima de confianza en la vida p¨²blica. El desorden no es producto en este caso de una exigencia de justicia a cualquier precio, sino de la negativa a aceptar como leg¨ªtimas las dudas razonables de una candidatura y un electorado que ha sufrido desde hace dos a?os una agresi¨®n permanente desde el poder del Estado, un largo proceso (fracasado) de inhabilitaci¨®n del candidato presidencial y una campa?a que por su agresividad es digna del estilo del peor PP. El matracaje medi¨¢tico, cuyo coste supera en m¨¢s de un 50% el m¨¢ximo permitido, considerando que una victoria del PRD y de L¨®pez Obrador significar¨ªa una cat¨¢strofe para el pa¨ªs, la p¨¦rdida de las libertades y el hundimiento de la econom¨ªa, como hizo Berlusconi en las recientes elecciones italianas, justifica pensar por su aberrante exageraci¨®n, que la candidatura conservadora estaba dispuesta a todo para mantenerse en el poder. En este caso el desorden estaba de su parte, no el orden ni la justicia.
Permitan una opini¨®n personal, de alguien que visita con frecuencia M¨¦xico desde hace 30 a?os y sigue d¨ªa a d¨ªa su progreso democr¨¢tico. No creo ni que Calder¨®n represente un cuasi fascismo como sectores de izquierda denuncian, ni tampoco que L¨®pez Obrador sea un revolucionario, todo lo m¨¢s, con un estilo diferente, ser¨ªa un gobernante estilo Kirchner, ni Ch¨¢vez ni Castro. Es probable que si hubiera recuento, Calder¨®n, con algunos votos menos, volver¨ªa a ganar, aunque su oposici¨®n a ello aumenta las dudas. Es tambi¨¦n probable que si L¨®pez Obrador gobernara habr¨ªa m¨¢s pol¨ªticas sociales y un discurso m¨¢s cr¨ªtico respecto al Gobierno de Estados Unidos, no mucho m¨¢s. Y sin embargo ahora aparecen no s¨®lo como fuerzas antag¨®nicas, sino que cada parte considera a la otra un grave peligro y una opci¨®n inaceptable. Popper argumentaba que para gobernar en una democracia pluralista es necesario no s¨®lo tener una mayor¨ªa a favor o que te acepte, sino tambi¨¦n no tener una minor¨ªa muy amplia que te rechace. Las dos fuerzas en presencia no tienen mucho m¨¢s de un tercio del electorado, el pa¨ªs muestra una imagen de fractura entre norte y sur, entre sectores populares y sectores medios y altos. A pesar de que las diferencias no son en el fondo tan irreconciliables como parece, ninguna de las dos fuerzas en las actuales condiciones de confrontaci¨®n podr¨ªa gobernar con eficacia y democracia el pa¨ªs.
Es imposible hacer previsiones sobre el futuro inmediato. Puede ocurrir tanto que la presi¨®n social fuerce una nueva verificaci¨®n de los votos que ser¨¢ aceptada por todos, como que el movimiento opositor decaiga gradualmente y antes de dos meses el Tribunal Federal dictamine el ganador. En los dos casos, el orden prevalecer¨¢ y ya veremos si ello favorece a la justicia. Pero el problema de gobernabilidad, que requiere avanzar en la incipiente transici¨®n democr¨¢tica iniciada en el 2000 que la inoperante presidencia de Fox pr¨¢cticamente paraliz¨®, seguir¨¢. Dos escenarios aparecen posibles. Uno, ya emerge ahora, que gobierne un bloque conservador con el PAN (Calder¨®n) apoyado por todo o una parte del PRI. Creo que ser¨ªa el suicidio del PRI, pero en cambio la supervivencia de muchos "priistas" que lo son o lo fueron porque era el "Movimiento", es decir, el partido del Estado. Este escenario conseguir¨ªa sumar la injusticia con el desorden y aplazar¨ªa por unos a?os la respuesta a las urgencias de un pa¨ªs que empieza a dudar de s¨ª mismo, que ni es del todo de Am¨¦rica Latina ni tampoco de Estados Unidos, ni revolucionario como quiso ser ni democr¨¢tico como aspira a devenir. El otro escenario, que ahora aparece tan razonable como improbable, es un pacto democr¨¢tico entre las dos principales fuerzas en presencia, gobierne quien gobierne. Y al que se podr¨ªan a?adir algunos sectores modernizadores del PRI. Es decir, un programa de reformas institucionales y de programas econ¨®mico-sociales que estableciera un clima de confianza y de tolerancia necesario para la modernizaci¨®n del pa¨ªs y la construcci¨®n de un sistema de libertades y progreso social ahora muy deficitario. Tardar¨¢ m¨¢s o menos, pero deber¨¢n entenderse para construir una democracia con alternancias aceptadas por unos y otros.
Jordi Borja es ge¨®grafo-urbanista.
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