Melilla, la primera batalla
La hija del capit¨¢n de la base de hidroaviones del Atalay¨®n describe la contienda que se libr¨® el 17 de julio en defensa de la Rep¨²blica
Fue "s¨®lo una idea de enamorado" lo que gui¨® a Carlota O'Neill junto a su esposo, Virgilio Leret, capit¨¢n de la base de hidroaviones del Atalay¨®n, en Melilla, aquel fat¨ªdico julio del 36. Eran un matrimonio joven (¨¦l 33 a?os, ella 31), ten¨ªan dos hijas peque?as y muchas ganas de disfrutar de su amor all¨¢ donde pudieran. "Nadie, supongo, pod¨ªa imaginar lo que pasar¨ªa: ¨ªbamos a ser testigos del inicio de la Guerra Civil", explica Carlota Leret O'Neill, la benjamina de la familia, desde Caracas (Venezuela), 70 a?os despu¨¦s.
La historia que unos pocos escribieron ha querido que sus nombres y los acontecimientos que vivieron se perdieran en el tiempo. La misma historia que hizo que el 18 de julio de 1936 pasase a la posteridad como el del levantamiento de las tropas fascistas contra el leg¨ªtimo Gobierno de la Rep¨²blica. Pero Carlota, al igual que algunos historiadores fascistas (Rafael Fern¨¢ndez de Castro y Joaqu¨ªn Arrar¨¢s) sabe que la primera batalla de esa cruenta masacre que en tres a?os dej¨® hu¨¦rfana a media Espa?a y viuda a la otra media, aconteci¨® en la tarde del 17 de julio de 1936, y que el capit¨¢n Leret se enfrent¨® para defender la Constituci¨®n a las tropas que, desde Marruecos, segu¨ªan al comandante Sid Mohamed Mizzian Bel Kasen.
"Mi padre era ingeniero, no ten¨ªa vicios cuarteleros y dedicaba su tiempo libre al estudio. As¨ª fue como invent¨® el motor mototurbocompresor de reacci¨®n continua". Leret acababa de ser nombrado capit¨¢n de la base de hidroaviones del Atalay¨®n y su familia le acompa?aba para pasar las vacaciones. "Llegamos desde Madrid el 1 de julio de 1936. Viv¨ªamos en una draga, anclada a 300 metros de la base y de la que sal¨ªamos en una barquita de remos", rememora Carlota, que "por coqueter¨ªa" declina decir su edad. "Han pasado 70 a?os. Eche la cuenta".
La ma?ana del 17 de julio Leret estuvo ense?ando a sus hijas a nadar. "No quer¨ªa que le temi¨¦semos al agua ni al aire", se?ala Carlota. "Por la tarde, para complacer a mi mam¨¢, que era periodista y escritora, ten¨ªamos planeada una excursi¨®n a un cementerio moro". "Est¨¢bamos en una colina. Empec¨¦ a o¨ªr las sirenas de la base con mucha intensidad. Mi padre se gir¨® mirando hacia all¨ª. Unos hombres subieron gritando: "?Capit¨¢n Leret, capit¨¢n Leret!". La peque?a Carlota no sab¨ªa entonces lo que ocurr¨ªa, pero recuerda que sus diminutos pies no pod¨ªan aguantar el ritmo y que su madre la tom¨® de la mano, mientras su padre la apremiaba. "Al final pap¨¢ me tomo en brazos y corrimos colina abajo".
El primer tabor de Infanter¨ªa, del Grupo de Regulares de Alhucemas, al mando del capit¨¢n Guillermo Emperador, y su primer escuadr¨®n de Caballer¨ªa, a las ¨®rdenes del capit¨¢n Alfredo Corbal¨¢n Reina, estaban atacando la base de hidroaviones.
Acababan de llegar a la barca cuando empez¨® "un fuerte tiroteo" en la base cercana. "?sos fueron los primeros disparos que incendiaron el mundo". La voz de Carlota se torna nost¨¢lgica. "Mi padre llevaba siempre puesto el mono blanco de aviador. Cuando subimos a la draga tom¨® su gorra y se puso algo a la cintura; el rev¨®lver, supe despu¨¦s". Parece que fuera ayer cuando Carlota mirase a su padre desde sus cuatro a?os partir en la barquita hacia la base, hacia los disparos. "Mi madre le vio alejarse y se neg¨® a guarecerse bajo la cubierta. ?l le grito que se fuera dentro, que era peligroso, que lo hiciera por las ni?as... Fue la ¨²ltima vez que le vimos".
Hasta ah¨ª alcanzan los recuerdos de Carlota sobre aquella tarde. El resto de la historia la ha ido construyendo durante los ¨²ltimos cinco a?os. Virgilio Leret se atrincher¨® con sus hombres "en el casino de oficiales". Para entonces, y ante la fuerte resistencia que los aviadores presentaban a los fascistas, ya se les hab¨ªan unido en el ataque el Grupo de Regulares Ind¨ªgenas de Alhucemas n¨²mero 5, comandados por el teniente coronel Francisco Delgado Serrano, y su segundo tabor, al mando del comandante Sid Mohamed Mizzian Bel Kasen. Una lucha sin esperanzas.
"Ten¨ªan desmontados los hidroaviones por ¨®rdenes de Madrid. Y su arsenal de 200 bombas, por exigencias de los militares que estaban fraguando la conspiraci¨®n, tuvieron que ser devueltas al parque de Artiller¨ªa de Melilla. ?Qu¨¦ hubiera pasado de no ser as¨ª?". Finalmente, Leret tuvo que deponer las armas, tir¨® su rev¨®lver al suelo y se rindi¨® para salvar a sus hombres. "Se nombr¨® ¨²nico responsable y lo fusilaron al amanecer del 18 de julio junto a dos alf¨¦reces, pero mi madre no lo supo hasta octubre".
Carlota O'Neill fue encarcelada en la prisi¨®n de Victoria Grande, en Melilla, y condenada en consejo de guerra a seis a?os de c¨¢rcel por el delito de haber escrito unas cuartillas en las que describ¨ªa la batalla e insultaba al Ej¨¦rcito. "Fue horrible todo aquello", recuerda su hija. "Durante mes y medio llor¨¦ frente a una ventana, mirando hacia una esquina de la calle porque me dijeron que por all¨ª vendr¨ªa mi mam¨¢". De la dura experiencia vivida en la c¨¢rcel, de la separaci¨®n de sus hijas y del exilio, Carlota O'Neill dio cuenta en Una mujer en la guerra de Espa?a (Oberon, 2003), un testimonio sobrecogedor.
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