La Garriga recupera el refugio antia¨¦reo de la Guerra Civil
El 29 de enero de 1939, 10 aviones Savoya del ej¨¦rcito italiano, descargaron parte de sus est¨®magos en La Garriga, un municipio del Vall¨¨s Oriental que hab¨ªa empezado la Guerra Civil con 3.000 habitantes, y la acab¨® con m¨¢s de 10.000, en su mayor¨ªa refugiados. Murieron 13 personas y las bombas redujero a escombros la estaci¨®n de tren.
Aquella tarde, en la que el aire se llen¨® de ruido, primero el rugido de los motores, el alarido de las sirenas, y despu¨¦s el zumbido de las bombas, Tom¨¢s Oliveres estaba echando la siesta junto a su padre. "Cuando o¨ªmos la sirena corrimos al refugio", recuerda. Ayer Oliveres, con 83 a?os, y con la ayuda de su hijo, volvi¨® a descender bajo tierra para adentrarse en los pasillos desnudos, de paredes muy h¨²medas, que aquel enero de 1939 le salvaron de las bombas y la metralla. "Est¨¢ igual", afirma.
El Ayuntamiento de La Garriga ha convertido el antiguo refugio antia¨¦reo de la poblaci¨®n en un museo casi sin atrezo, s¨®lo algunos bancos de madera y sacos, y un solo plaf¨®n explicativo en la entrada. Al visitante s¨®lo le acompa?a el ruido de las bombas y las sirenas, y el audio con las conversaciones teatralizadas de dos brigadistas, un alem¨¢n y un checo, que se preguntan qu¨¦ har¨¢n cuando todo acabe; dos trabajadores que hablan de lo ocurrido en la vecina Granollers, a muy pocos kil¨®metros, cuando el 31 de mayo de 1938 cinco aviones italianos mataron a m¨¢s de 200 personas; y una abuela que explica a su nieto qu¨¦ sucedi¨® en la Guerra Civil. "Quer¨ªamos recuperar el refugio, pero con un trabajo de interpretaci¨®n que ayude a entender lo que pas¨®, c¨®mo evolucion¨® la guerra, y porqu¨¦ eran necesarios los refugios", explica el t¨¦cnico de patrimonio del Ayuntamiento, Enric Costa.
Son 200 metros cuadrados de largos pasillos que pod¨ªan llegar a albergar a unas 300 personas. Oliveres, que pas¨® tres d¨ªas y dos noches en el refugio, recuerda que cada cual estaba en su lugar. "Yo dorm¨ªa sobre un saco lleno de paja porque el suelo estaba demasiado h¨²medo". El hermano mayor de Oliveres fue uno de los trabajadores que excavaron la tierra con la ayuda de un pico para construir el refugio: "Yo hab¨ªa echado una mano sacando carretones llenos de tierra", asegura.
En los refugios la normativa era clara. Un cartel detalla que se ten¨ªa que entrar "con la m¨¢xima serenidad". Estaba terminantemente prohibido estirarse y dormir en los asientos, y se rogaba hablar en voz baja. El refugio cost¨® 96.804 pesetas. Cada familia deb¨ªa aportar dos pesetas de forma peri¨®dica.
El 1 de febrero de 1939, las tropas fascistas entraron en La Garriga. "Entonces salimos, porque como ya hab¨ªan ganado se acabaron los bombardeos", precisa Oliveres.
Las bombas, en 1939, ten¨ªan como objetivo acabar con los ¨²ltimos reductos de resistencia republicana. Y La Garriga estaba en el punto de mira, porque en enero de 1939 hab¨ªa m¨¢s de 2.000 brigadistas internacionales que se preparaban para hacer frente al ej¨¦rcito fascista. Nada pudieron hacer para parar el avance de las tropas de Franco. Casi no ten¨ªan ropa y mucho menos armas suficientes. Eran los ¨²ltimos que quedaban y no pod¨ªan regresar a sus pa¨ªses porque los fascistas hab¨ªan llegado al poder.
Entre los que ayer visitaron el museo hab¨ªa algunos testimonios que recordaban el fuego, el p¨¢nico, la incertidumbre, pero tambi¨¦n el odio: "Ten¨ªa siete a?os, pero miraba al cielo y gritaba: malparits!".
Tras la guerra, el refugio sirvi¨® de campo de juegos para los ni?os e incluso fue campo de cultivo de champi?ones. El consistorio tambi¨¦n ha editado un tr¨ªptico que propone una ruta por los lugares vinculados a la guerra, como las grandes torres de la burgues¨ªa barcelonesa incautadas por los republicanos para acoger refugiados y enfermos, o el Balneario Blancafort, convertido en un importante hospital de sangre durante el conflicto.
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