Parqu¨ªmetros humanos
Una quincena de inmigrantes cobra por indicar d¨®nde aparcar en el hospital Ram¨®n y Cajal
Las personas que acuden al hospital Ram¨®n y Cajal en veh¨ªculo privado se encuentran a la hora de aparcar con un
impuesto
inesperado: una quincena de inmigrantes apostados en las calles adyacentes les se?alan las plazas libres para aparcar. Como contraprestaci¨®n por este servicio que nadie demanda, los
gorrillas
(as¨ª conocidos popularmente) piden unas monedas. Algunos conductores denuncian que pagan por temor a que los aparcacoches tomen represalias contra sus veh¨ªculos. Los aludidos responden que ellos no exigen nada y que s¨®lo reciben donativos.
No es s¨®lo en el Ram¨®n y Cajal. En otros espacios p¨²blicos, como las zonas cercanas al hospital de La Paz y el Parque de Atracciones, algunos inmigrantes tambi¨¦n siguen a los que acaban de aparcar su coche en busca de una propina. "Es una molestia constante. Est¨¢s en el coche pensando que vas a tener un enfrentamiento cuando salgas", cuenta Juan, que lleva tres meses yendo a diario al Ram¨®n y Cajal por la enfermedad de su madre.
"Aunque no suelo darles nada, el otro d¨ªa le di a uno 20 c¨¦ntimos y empez¨® a protestar porque quer¨ªa un euro. Al final le cog¨ª la moneda y se qued¨® sin nada". Juan asegura no haber recibido ninguna amenaza f¨ªsica, pero que cuando no paga, los inmigrantes le siguen unos metros exigi¨¦ndole el pago de un servicio "que ni has pedido, ni sirve para nada, porque lo ¨²nico que hacen es se?alarte una plaza que habr¨ªas visto t¨² mismo de todas formas". "Adem¨¢s, se llevan un buen dinero. Si cada d¨ªa 50 personas les dan un euro, al final se sacan 1.500 mensuales", a?ade.
Hay otros que no son tan cr¨ªticos. "Siempre pago un euro. Mientras est¨¢n aqu¨ª no hacen nada malo; a m¨ª no me molestan", comenta una mujer nada m¨¢s aparcar su coche. Rosa, otra habitual del Ram¨®n y Cajal, explica que las colas de decenas de coches esperando para acceder al aparcamiento del hospital obligan a buscar otras plazas: "Ellos se aprovechan de que no tenemos otro sitio donde aparcar".
Hace cuatro a?os que Rosa va a visitar a su hermano enfermo y ya entonces recuerda a los gorrillas ah¨ª. "Yo siempre les pago porque me dan pena", asegura. Seg¨²n un guardia de seguridad del hospital, los que se dedican al negocio de se?alar huecos libres no amenazan a nadie, y quien les da dinero es "porque quiere".
En la calle de San Modesto las zonas est¨¢n divididas por la procedencia. La parte de arriba est¨¢ copada por rumanos, y en la de abajo dominan los africanos. Manuel Garc¨ªa vive en la misma calle y viene observando el fen¨®meno desde hace "por lo menos" ocho a?os: "Empezaron los marroqu¨ªes, pero los negros les han quitado el puesto en los ¨²ltimos tiempos". Los magreb¨ªes se desplazaron a la calle que da a La Paz, aunque las obras de los ¨²ltimos meses les han dejado sin un sitio fijo.
Garc¨ªa, que por su profesi¨®n tiene que salir y entrar de su casa varias veces al d¨ªa, dice que la mayor parte de los improvisados aparcadores le conocen y no le piden dinero. Sobre las supuestas amenazas que reciben los conductores, Garc¨ªa responde que la mayor parte de gorrillas se limitan a insistir para conseguir su sueldo. Son los "novatos" los que en ocasiones dejan caer que si no reciben una moneda, el retrovisor o un faro sufrir¨¢ alg¨²n desperfecto.
La ¨²ltima vez que le amenazaron con romperle el coche, Garc¨ªa llam¨® a la Polic¨ªa Municipal. Los agentes respondieron que no pod¨ªan hacer nada porque estar en la calle dando instrucciones a los conductores no es ning¨²n delito. A pesar de todo, Garc¨ªa afirma que nunca ha tenido que lamentar ning¨²n da?o en su coche. "Se pasan tanto tiempo aqu¨ª, que algunos me dan cada ma?ana los buenos d¨ªas", asegura.
"Se?ora, que tiene que darme un euro"
Empiezan a las ocho de la ma?ana y no se van hasta 12 horas m¨¢s tarde. M¨¢s de 10 inmigrantes -en su mayor¨ªa rumanos y africanos subsaharianos- se distribuyen todos los d¨ªas la calle de San Modesto por
zonas de influencia
para cobrar a los que aparcan ah¨ª.
La mec¨¢nica es siempre la misma: queda una plaza libre, hasta ah¨ª va el
gorrilla,
cuando llega el coche comienza un rito de movimientos de brazos que supuestamente facilitan la operaci¨®n al conductor. Una vez que ¨¦ste sale, se le acerca el que le acaba de
ayudar
a aparcar. La mayor parte de las veces, el conductor echa mano de la cartera y ah¨ª se acaba la historia. Pero a los que prefieren ahorrarse los 50 c¨¦ntimos o el euro de rigor, en su mayor¨ªa hombres j¨®venes, suelen seguirlos unos metros reclamando lo que ellos consideran su salario.
Ayer, un hombre de origen asi¨¢tico comenz¨® a gritar desde dentro del coche nada m¨¢s ver que un habitual comenzaba a darle instrucciones desde la plaza en la que pretend¨ªa aparcar. Cuando sali¨® y el rumano le pidi¨® la moneda, el conductor comenz¨® a chillarle en un idioma que no parec¨ªa occidental, lo que despert¨® la furia -y los gritos- del
gorrilla
que minutos antes le daba instrucciones amablemente.
Un vecino comentaba que ha presenciado varias veces c¨®mo un
capo
llega cada d¨ªa e indica a los africanos d¨®nde tienen que ir y c¨®mo hacerlo. "Se nota que es su jefe porque les grita continuamente y ellos obedecen todas sus ¨®rdenes", asegura. Este vecino cree que los rumanos no tienen ninguna mafia detr¨¢s que les organice.
Illya, nombre ficticio, es uno de los rumanos que lleva a?os en la calle de San Modesto, cercana al Ram¨®n y Cajal. De mediana edad, no se para a hablar m¨¢s de dos minutos porque est¨¢ continuamente pendiente de los autom¨®viles que entran y salen. "Muy poco dinero, c¨¦ntimos", responde con las pocas palabras de castellano que conoce cuando se le pregunta por lo que gana.
El rumano insiste en que ellos realizan un servicio ¨²til y que no molestan a nadie. Despu¨¦s de recibir lo que ¨¦l considera demasiadas preguntas sobre su trabajo, Illya empieza a sospechar que su interlocutor quiere hacerse con parte de su negocio. Empieza entonces a increparle, exigiendo que se vaya de la acera donde reinan los rumanos.
Un trabajador del hospital explica m¨¢s tarde que la mayor parte de los conflictos que han presenciado se producen entre los propios inmigrantes, que discuten por el n¨²mero de metros que pertenece a cada uno.
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