Llamadas telef¨®nicas
Dice mam¨¢ que pap¨¢ y ella comenzaron a tener problemas cuando yo ten¨ªa tres a?os. Por supuesto, no tuve idea de eso hasta que, a mis seis, pap¨¢, un ginec¨®logo respetado, decidi¨® marcharse a M¨¦xico a hacer una especializaci¨®n. Para entonces ya ¨¦ramos cuatro hermanos: Pachi, de 12; yo; Marcelo, de 4; y Roxana, de 3.
Y comenzaron las llamadas telef¨®nicas y las cartas. Sobre todo las cartas, que mam¨¢ iba acumulando en un caj¨®n de su velador. Escritas en extra?a tinta verde, ped¨ªan disculpas por algo grave que hab¨ªa ocurrido y cuyos detalles no sabr¨ªa hasta cumplir los 35, y promet¨ªan un nuevo comienzo, una nueva vida. Llamadas no hab¨ªa muchas porque imagino que en esa ¨¦poca era muy caro: la conferencia habr¨ªa que hacerla, supongo, desde una cabina en la central telef¨®nica, como yo a mis 18 cuando llamaba a casa en mi primer a?o de estudios en Buenos Aires (o quiz¨¢s era peor, no hay que fiarse de los a?os setenta).
Tengo recuerdos de esas llamadas, recuerdos quiz¨¢s inventados de mam¨¢ nerviosa, rechazando ofertas de futuros esplendorosos, dura y muy dolida. Quiz¨¢s ya hab¨ªa decidido que su futuro no estaba al lado de pap¨¢, pero todav¨ªa pasar¨ªan 10 a?os antes de que tomara esa decisi¨®n, no era nada f¨¢cil, ¨¦ramos cuatro, y no se ve¨ªa bien a las divorciadas en un pueblo chico y polvoriento como el m¨ªo.
As¨ª pasaron los d¨ªas, los meses, el a?o.
Recuerdo otras llamadas a principios de los ochenta. Mi hermana Pachi se hab¨ªa ido a la ciudad de M¨¦xico a estudiar enfermer¨ªa. Ella ser¨ªa la encargada de pasar los instrumentos, afilados como armas letales, al doctor de turno en el quir¨®fano.
Pachi viv¨ªa en Ciudad Sat¨¦lite, en la casa de un t¨ªo abuelo que hab¨ªa llegado a M¨¦xico en los a?os cincuenta, para estudiar ingenier¨ªa industrial, y termin¨® qued¨¢ndose. Pens¨¦ que eso ocurr¨ªa con la gente que iba a estudiar a M¨¦xico, se quedaba. Me imagin¨¦ visitando a Pachi 30 a?os en el futuro, en una casa cerca de Coyoac¨¢n con muchos bistur¨ªs en las paredes.
Las llamadas de Pachi eran los domingos por la noche, regulares, previsibles. Pachi lloraba mucho e insist¨ªa que le iba bien en sus estudios. Yo escuchaba a mam¨¢ tratando de tranquilizarla, y a veces a pap¨¢, cuando estaba en casa (pap¨¢ y mam¨¢ se separaban y volv¨ªan con frecuencia, la vez que pap¨¢ se fue y mam¨¢ decidi¨® que no volver¨ªa m¨¢s fue una sorpresa para todos, incluida mam¨¢). De pronto, sin embargo, comenzaron a ocurrir llamadas intempestivas a las dos de la ma?ana de un martes, o a las cuatro de la ma?ana de un jueves. Y mam¨¢, o pap¨¢, tranquilizaban a Pachi. Pero ahora no siempre se trataba de Pachi. A veces llamaba t¨ªo Pepe. Hab¨ªa largos concili¨¢bulos familiares por tel¨¦fono. Algo hab¨ªa ocurrido en M¨¦xico. Coleg¨ª que mi t¨ªo no quer¨ªa seguir aloj¨¢ndola en su casa. Sin ese hogar casi gratuito, Pachi no podr¨ªa quedarse a estudiar en M¨¦xico.
M¨¢s llanto, m¨¢s discusiones. Me fui enterando que a Pachi no le estaba yendo bien en sus estudios, y que, apenas llegada, hab¨ªa comenzado a enamorar con uno de los doctores del hospital donde estudiaba, un m¨¦dico que casi le doblaba en edad. Esc¨¢ndalo familiar.
Pachi volvi¨® a Bolivia en noviembre de ese a?o. Nunca escuch¨¦ a mis pap¨¢s tocar el tema del por qu¨¦ del regreso. Al poco tiempo, Pachi comenz¨® a salir con un chico de Cochabamba. A los dos a?os se cas¨®. Tiene tres hijas y vive en La Paz. Una vez me mostr¨® fotos del doctor mexicano. Era algo gordo y no muy agraciado, pero lo hab¨ªa llegado a querer. Qu¨¦ ser¨¢ de ¨¦l, me dijo, suspirando. Ni siquiera se acordaba de su apellido, pero s¨ª que le gustaba la lucha libre.
M¨¢s llamadas a fines de los ochenta. Yo estaba de vacaciones en Cochabamba despu¨¦s de mi primer a?o de estudios en los Estados Unidos. Mi hermana Roxana sal¨ªa con un italiano, mi hermano Marcelo viv¨ªa en La Paz.
Una noche, yo ve¨ªa televisi¨®n en el cuarto de mam¨¢ cuando son¨® el tel¨¦fono; Roxana agarr¨® el inal¨¢mbrico y sali¨® al jard¨ªn. Hab¨ªa algo misterioso en la forma en que se mov¨ªa, o acaso eran sus nervios los que la traicionaban.
Quer¨ªa seguir las noticias y no me pod¨ªa concentrar. Baj¨¦ el volumen, aguc¨¦ el o¨ªdo. Roxana hab¨ªa ido a sentarse en el suelo, la espalda apoyada en la pared del jard¨ªn que lindaba con la habitaci¨®n de mam¨¢. Se trataba de una charla agitada con su novio, Dino. Dino era parte de un destacamento de italianos llegado a Cochabamba con motivo de la ampliaci¨®n del aeropuerto. Era romano y so?aba con encontrar alg¨²n d¨ªa una mujer que preparara la pasta en casa, como su mamma. Roxana ten¨ªa 19 y era muy atractiva -el cuerpo delgado y firme, la mirada p¨ªcara, la cabellera casta?a inflada como se llevaba en esa ¨¦poca- pero no creo que en esos d¨ªas, Dino, de 21, pensara en casarse.
?De qu¨¦ hablaban? No tard¨¦ en deducirlo. Un accidente, algo imprevisto que emocionaba y asustaba a la vez. ?Qu¨¦ har¨ªan? Los planes se suced¨ªan, sin nada concreto. Hab¨ªa ansiedad en la voz de Roxana.
Cuando mi hermana entr¨® a la casa me acerqu¨¦ a ella y le pregunt¨¦ si ten¨ªa que contarme algo. Al principio, ella lo neg¨®. La puse contra la pared de manera cari?osa, le dije que confiara en m¨ª, quer¨ªa ayudarla. Al final no pudo m¨¢s y se larg¨® a llorar y me lo cont¨® todo. Le dije que yo la acompa?ar¨ªa a hablar con los papis. Por suerte lo tomaron bien.
Roxana y Dino se casaron tres meses despu¨¦s. Ahora viven en Qatar. Dino construye una base militar para los norteamericanos. Nicol, la hija menor, sabe swahili (lo aprendi¨® los dos a?os que vivieron en Uganda). Alfredo, el mayor, ha cumplido 16 a?os y vive en Roma con los abuelos, dedicado al tenis profesional.
Mi familia y las llamadas telef¨®nicas: el melodrama siempre las ha acompa?ado. Cre¨ªa que me las hab¨ªa ingeniado para merodear en torno a ellas, para escuchar, ser un testigo involuntario de esos dramas no tan ajenos. Varias veces me pregunt¨¦ si mi vocaci¨®n de escritor no tendr¨ªa mucho que ver con ese deseo de pasar de puntillas por la vida, el que escucha las llamadas y no el que las hace. ?Es que me hab¨ªa resignado a ser el oyente involuntario y no el actor principal?
Pensaba en esas cosas hace seis a?os, en un viaje que hice a Bolivia para presentar una novela. Mi mujer, Tammy, estaba en Ithaca, Nueva York, esper¨¢ndome. Embarazada de siete meses, me contaba que no pod¨ªa dormir bien por las noches. Tammy fue al doctor un mi¨¦rcoles y le diagnosticaron pre-eclampsia. Pap¨¢ me dijo: "No hay problema si es eso. Preoc¨²pate si es eclampsia". Luego me explic¨® la diferencia entre pre-eclampsia y eclampsia. Lo ¨²nico que entend¨ª era que el 5% de las mujeres con eclampsia terminaban en estado de coma o fallec¨ªan. El dato era brutal y hubiera preferido que pap¨¢ no me alarmara de esa manera. Quise no pensar en ello.
El jueves tomaba t¨¦ con mis abuelos cuando son¨® el tel¨¦fono. Era mam¨¢, acababan de llamar del hospital de Ithaca. Tammy se hab¨ªa desvanecido en una visita al doctor, le hab¨ªan diagnosticado eclampsia y el doctor hab¨ªa decidido operarla. Le pidieron que yo llamara en una hora. Trat¨¦ en vano de no preocuparme.
Llam¨¦ a American Airlines, consegu¨ª un pasaje para el primer vuelo del viernes.
Mi mano temblaba cuando agarr¨¦ el auricular y disqu¨¦ el n¨²mero del hospital de Ithaca. Una enfermera me contest¨®. Le dije qui¨¦n era. Hubo un momento de suspenso, ruidos que me hicieron pensar que ella estaba revisando nombres en una carpeta.
De pronto, sin m¨¢s, me dijo que hab¨ªa sido una experiencia traum¨¢tica...
?Y?
Del trauma, por suerte, uno se recuperaba...
?Y?
Lo importante era que acababa de nacer mi hijo. Tammy segu¨ªa inconsciente, pero lo peor hab¨ªa pasado.
?C¨®mo tranquilizarme?
Me tocaba ser el actor principal. Llam¨¦ a pap¨¢, a mam¨¢, a mis hermanos, a mis abuelos, a mis t¨ªos. Cuando se me acabaron los familiares, comenc¨¦ a llamar a los amigos. No quer¨ªa parar.
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ESMP2WEEA56HPF6YQ5BU5BSQNA.jpg?auth=4dc6990e621a7c16502c9872e9e95f90e7a45d91eb053ab8fa69df1416c17d61&width=414)
Jos¨¦ Edmundo Paz-Sold¨¢n
Naci¨® en Cochabamba, Bolivia, en 1967, y vive en los Estados Unidos desde 1988. Este escritor, que ense?a literatura hispanoamericana en la Universidad de Cornell, acaba de ganar la beca de la fundaci¨®n Guggenheim. Paz-Sold¨¢n es autor de tres libros de cuentos y siete novelas; la ¨²ltima, 'Palacio Quemado', que trata sobre la crisis pol¨ªtica boliviana de los ¨²ltimos a?os, ser¨¢ publicada por Alfaguara en 2007. En este texto, el autor hilvana varias historias dispersas de su familia, unidas en torno a la forma accidental en que uno se entera de noticias dram¨¢ticas de los seres queridos.
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