El principio del fin
El secretismo, rasgo clave de todas las dictaduras y en especial de los Estados totalitarios comunistas, que rodea la crisis que ha llevado a Fidel Castro a delegar de manera "provisional" sus poderes a su hermano Ra¨²l, ha hecho que las conjeturas sobre su estado de salud -"secreto de Estado para no dar armas al imperialismo", seg¨²n uno de los grotescos comunicados redactados por el propio dictador- se disparen en todas direcciones y se lo proclame ya muerto, v¨ªctima de un c¨¢ncer abdominal que lo aniquilar¨¢ muy pronto o san¨ªsimo y protagonizando una mojiganga destinada a tomar el pulso al mecanismo de sucesi¨®n, de la que volver¨¢ pronto a retomar las riendas del poder absoluto y a penalizar a los validos y subordinados que no estuvieron a la altura de lo que esperaba de ellos.
En lugar de seguir fabulando respecto a la enfermedad que aqueja al longevo tirano, de la que sin duda nadie, salvo un grup¨²sculo insignificante de ¨ªntimos, sabe nada, vale la pena sacar algunas conclusiones a partir de ciertas evidencias que la crisis actual ha confirmado de manera rotunda. La primera, que, mientras Fidel Castro conserve un h¨¢lito de vida, nada se mover¨¢ en la isla en el sentido de la democratizaci¨®n. Quienes esperaban -en el exilio de Miami, principalmente- que, con el anuncio de su operaci¨®n y consiguiente delegaci¨®n de poderes, el pueblo cubano se lanzar¨ªa a las calles, entusiasmado con la inminencia de su liberaci¨®n, se quedaron con los crespos hechos. Casi medio siglo de regimentaci¨®n, adoctrinamiento, tutelaje, censura y miedo adormecen el esp¨ªritu cr¨ªtico y hasta la m¨¢s elemental aspiraci¨®n de libertad de un pueblo que, por tres generaciones ya, no conoce otra verdad que las mentiras de la propaganda oficial, ni parece tener ya otros ideales que los m¨ªnimos de la supervivencia cotidiana o la fuga desesperada hacia las playas del infierno capitalista. Penoso y triste espect¨¢culo, en verdad, el de esas masas arreadas a vitorear al dictador octogenario muerto o moribundo que, apenas se alejan sus arreadores, corren a telefonear a sus parientes del exilio a averiguar qu¨¦ se sabe all¨¢, si el hombre se muere por fin, y salen luego, convertidas en turbas revolucionarias, a apedrear y amedrentar a los disidentes que, una vez m¨¢s, pagan los platos rotos de una crisis, ocurrida all¨¢, lej¨ªsimos, en las alturas del poder, en la que no han tenido intervenci¨®n alguna. Es verdad que, una vez desaparecido el super ego que ahora las castra y anula, esas masas saldr¨¢n luego a las calles, como en Polonia o en Ruman¨ªa, a vitorear la democracia, pero lo cierto es que cuando ¨¦sta llegue habr¨¢n hecho tan poco para alcanzarla como los dominicanos a la muerte del general¨ªsimo Trujillo o los rusos al desintegrarse el imperio sovi¨¦tico. Cuba ser¨¢ libre, sin duda, m¨¢s temprano que tarde -¨¦sa es otra certeza indiscutible-, pero no por la presi¨®n de un pueblo sediento de libertad, ni por el hero¨ªsmo de unos grupos de ciudadanos idealistas y temerarios, sino por obra de factores tan poco ideol¨®gicos como una hemorragia intestinal o una proliferaci¨®n incontenible de gl¨®bulos rojos en el vientre del Compa?ero Jefe.
Las dictaduras de derecha no son tan eficientes como las de izquierda aniquilando el esp¨ªritu de resistencia y la aspiraci¨®n libertaria en un pueblo. Franco y Pinochet fueron brutales y se valieron de la censura y el terror para aplastar toda forma de disidencia. Pero nunca consiguieron embotar a la inmensa mayor¨ªa de la sociedad hasta someterla de esa manera tan lastimosa y tan indigna como en Cuba o Corea del Norte, donde parece haberse materializado la pesadilla orwelliana de la dominaci¨®n no s¨®lo de la conducta p¨²blica, sino tambi¨¦n de las conciencias y hasta los sue?os de los ciudadanos. Esto no desmerece en nada el coraje de los disidentes que se pudren en las c¨¢rceles o viven sometidos a la vejaci¨®n y el vituperio cotidianos; m¨¢s bien lo realza y muestra lo admirable que es. Pero, asimismo, destaca la orfandad en que se encuentra y el escaso eco que toda esa inversi¨®n de idealismo y de decencia halla en unas masas en las que el aherrojamiento ideol¨®gico y la minusval¨ªa ciudadana parecen haber reducido todas las aspiraciones c¨ªvicas a s¨®lo dos: comer cada d¨ªa y huir apenas se pueda.
Por eso est¨¢ lleno de involuntaria comicidad el manifiesto de los premios Nobel y amigos intelectuales de la dictadura castrista pidiendo que Estados Unidos no se aproveche de la enfermedad del Jefe M¨¢ximo para atropellar la soberan¨ªa cubana e invadir el pa¨ªs. Basta tener dos dedos de frente para saber que el problema n¨²mero uno que tie-ne actualmente Estados Unidos con Cuba no es el de que Castro muera y llegue por fin la democracia a la isla, sino, m¨¢s bien, el de que si esto ocurre, o aun si no ocurre y hay una m¨ªnima apertura por parte del r¨¦gimen, ello no provoque una emigraci¨®n masiva de cientos de miles o acaso millones de cubanos hacia Estados Unidos. La trist¨ªsima y parad¨®jica verdad es que la democratizaci¨®n de Cuba, en los momentos actuales, a Estados Unidos s¨®lo le significar¨ªa un monumental dolor de cabeza: bregar con esa marea inatajable de cubanos de toda condici¨®n a los que medio siglo de totalitarismo no les ha dejado otra ambici¨®n que la de escapar al pa¨ªs del Norte y la de tener que cargar sobre sus espaldas la monumental tarea de ayudar a resucitar una econom¨ªa a la que casi cincuenta a?os de centralismo, estatismo y dirigismo han puesto en estado de delicuescencia. Contrariamente a las declaraciones grandilocuentes de Bush, la Administraci¨®n norteamericana tiene muy poco inter¨¦s, en estos momentos en que no sabe c¨®mo salir de los atolladeros de Irak y de L¨ªbano, de un nuevo dolor de cabeza y de gigantescos problemas de inmigraci¨®n y presupuesto por un pa¨ªs situado a pocas millas de sus playas. No s¨®lo la peque?a rosca de oligarcas comunistas que rodea a Fidel Castro prende velas en estos d¨ªas a las v¨ªrgenes y santos del cielo marxista porque su vida se prolongue; Bush y compa?¨ªa, tambi¨¦n.
Pero nada de esto impedir¨¢ que Fidel Castro se muera y que con su muerte se ponga en marcha el proceso de transformaci¨®n de un r¨¦gimen que -m¨¢s claro no canta un gallo- jam¨¢s podr¨ªa mantenerse tal cual sin la presencia de quien lo ha modelado de pies a cabeza, le ha impreso su marca en todas sus instituciones y detalles, y es su motor, su aglutinante y su piedra miliar, esa piedra que, seg¨²n las supersticiones medievales, bastaba retirar para que una catedral entera se desplomara. Es muy posible que este proceso haya ya empezado con la delegaci¨®n de poderes a Ra¨²l Castro. Pero s¨®lo se precipitar¨¢ con la desaparici¨®n de Fidel.
?Conseguir¨¢ Ra¨²l Castro imponer en Cuba el modelo chino de una econom¨ªa capitalista bajo un Gobierno comunista del que, seg¨²n rumores, ser¨ªa partidario? No es nada f¨¢cil. Una apertura econ¨®mica tan radical tendr¨ªa en Cuba, a diferencia de China, efectos pol¨ªticos inmediatos y provocar¨ªa una agitaci¨®n social atizada desde Miami que dificultar¨ªa o paralizar¨ªa las inversiones indispensables para asegurar el crecimiento econ¨®mico y la creaci¨®n de empleo. Es una ilusi¨®n imaginar que el modelo chino podr¨ªa funcionar con un formato liliputiense.
Otra posibilidad es la de que se establezca una dictadura militar de corte cl¨¢sico que, prescindiendo de coartadas ideol¨®gicas, busque un acomodo con los Estados Unidos, prometa evitar las migraciones masivas hacia el Norte y, para guardar las apariencias, organice elecciones "democr¨¢ticas" de manera ritual, como las organizaba el PRI en M¨¦xico durante su reinado de setenta a?os. No hay que olvidar que las Fuerzas Armadas son la instituci¨®n m¨¢s poderosa de Cuba, y due?a de un verdadero imperio econ¨®mico, al que los privilegiados miembros de la nomenclatura militar dif¨ªcilmente renunciar¨¢n de buena gana. ?sta es, para m¨ª, la peor desgracia que podr¨ªa sobrevenir al desdichado pueblo cubano: pasar de una dictadura comunista a una dictadura perfecta, capitalista y priista.
La democratizaci¨®n, cuando venga, adoptar¨¢ acaso una trayectoria sinuosa, confusa, poco heroica, y tal vez se d¨¦ la dolorosa circunstancia de que quienes la propicien y administren no sea el pu?ado de resistentes, de limpias y generosas credenciales, sino, principalmente, los propios cachorros de la dictadura, esos hijos de la revoluci¨®n que, con sus trajes endomingados y apariencias de ejecutivos, rivalizan ahora en el servilismo y la abyecci¨®n alrededor de la cama de Fidel Castro. No hay que creerles: dicen lo que dicen para no perder posiciones y ceder cuotas de poder a sus rivales. Pero es seguro que todos ellos ya han comenzado a preparar el relevo y a sentirse, en el fondo de su alma, cada vez menos comunistas, y cada vez m¨¢s modernos y m¨¢s realistas, es decir, socialdem¨®cratas (la manera pol¨ªticamente correcta de decir capitalistas). No es imposible que algunos de ellos ya conspiren y env¨ªen sondas, mensajes, al enemigo, haci¨¦ndole saber que, llegado el momento, habr¨¢ que contar con ellos, pues s¨®lo ellos son capaces de asegurar una transici¨®n pac¨ªfica, ordenada, sin caos y arreglos de cuentas, amistosa y fraternal. Y lo peor de todo es que no es imposible que tengan una buena dosis de raz¨®n y que, como ha ocurrido en Rusia por ejemplo, sean ellos, los Vlad¨ªmir Putin de este mundo, los que terminen enterrando la dictadura castrista y heredando el poder.
Ojal¨¢ me equivoque pero creo que Cuba tiene todav¨ªa un largo camino que recorrer antes de -como dir¨ªa Borges- merecer la democracia.
? Mario Vargas Llosa, 2006. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2006.
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