Tef¨ªa, en la memoria
"Vino sin olor, queso sin sabor, mujeres sin pudor y hombres sin honor". Con estos ripios defini¨® Unamuno Fuerteventura cuando el dictador Primo de Rivera le desterr¨® all¨ª en 1924. Despu¨¦s de la Guerra Civil el aparato represivo del franquismo aprovech¨® las instalaciones de un aer¨®dromo convertido en cuartel de la legi¨®n, en el pueblo majorero de Tef¨ªa, para establecer una Colonia Agr¨ªcola Penitenciaria. All¨ª se "re-educaron" decenas de desafectos, vagos, maleantes e invertidos, individuos socialmente peligrosos para el nuevo r¨¦gimen patriotero. Dadas las caracter¨ªsticas semides¨¦rticas del terreno, lo de Colonia Agr¨ªcola podr¨ªa haberse considerado un chiste, pero se trata del eufemismo que sirvi¨® para designar un campo de concentraci¨®n. En Tef¨ªa la agricultura que practicaban los presos consist¨ªa sobre todo en picar piedras y, tal vez, cultivar la esperanza de no morirse de hambre mientras cumpl¨ªan sus penas.
VIAJE AL CENTRO DE LA INFAMIA
Miguel ?ngel Sosa Mach¨ªn
Anroart. Las Palmas, 2006
179 p¨¢ginas. 14,56 euros
Viaje al centro de la infamia, la segunda novela del historiador Miguel ?ngel Sosa Mach¨ªn, compila las experiencias de varios presos invertidos a mediados de los a?os cincuenta -en este sentido se trata casi de una novela coral-. Octavio Garc¨ªa, condenado a tres a?os en 1955, lleva la voz cantante. Para contrarrestar la ingenuidad de sus lamentos tambi¨¦n accedemos a los mon¨®logos del capell¨¢n, que le sirven de contrapunto y recrean el machac¨®n discurso institucional que se emple¨® para justificar la barbarie. El inter¨¦s del relato descansa sobre todo en esta polifon¨ªa que ayuda a comprender el pasado sin simplificaciones. Ah¨ª est¨¢ el caso conmovedor de un hombre que "pecaba", se confesaba y recib¨ªa la absoluci¨®n del p¨¢rroco de su pueblo... hasta que cambiaron de p¨¢rroco y el que le sustituy¨®, al o¨ªr sus pecados, se neg¨® a darle la absoluci¨®n y encima le denunci¨®.
Tampoco pasa inadvertido
el trabajo de documentaci¨®n, y puede que en esto radique su modernidad, porque si hubiera que buscar un g¨¦nero para encasillar la novela ¨¦ste ser¨ªa el de la narraci¨®n historiogr¨¢fica, esos textos liminares que ni son literatura ni son historia -aunque aqu¨ª hay m¨¢s de la segunda que de la primera-. De hecho el texto se cierra con la voz de un narrador que es historiador y se dice autor verdadero, y que nos informa de que Octavio Garc¨ªa no es un seud¨®nimo. Se trata del nombre real de un hombre que fue testigo de las historias de sus compa?eros de encierro -conmovedoras, terribles, ejemplares-. Tef¨ªa no fue la pesadilla de un aeropuerto reconvertido en cuartel y despu¨¦s en Colonia Agr¨ªcola Penitenciaria, sino una realidad que, como tantas otras, se ha querido extirpar de la memoria.
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