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Querida E:
No puedo decir que no me hubieras avisado. Nueva York, como dec¨ªa Saul Bellow, es Bangkok en verano. O a lo mejor es m¨¢s Nueva York que nunca, esa ciudad asfixiante de Arthur Miller. De pronto te sientes en un verano de otra ¨¦poca, con gente en camiseta en las escalerillas de incendios y familias que toman el fresco baj¨¢ndose la silla a la calle. El mes de agosto se me ha ido volando y no s¨¦ si este tiempo me ha servido para encontrar a alg¨²n tipo de salida. Fue iluso pensar que los viajes nos revelan soluciones a problemas que nos tra¨ªamos en la maleta. La mayor¨ªa de las veces s¨®lo sirven para aparcar lo que te atormenta. Tengo cincuenta a?os, me digo, y al dec¨ªrmelo me sube un escalofr¨ªo por la espalda. Nueva York, t¨² lo sabes, te hace ser muy consciente de que no eres joven. Por un lado, te da vitalidad, por otro, te la resta porque percibes que es una ciudad para aventuras juveniles. Ya no tengo edad. Mi viejo proyecto de venir aqu¨ª y buscarme la vida tendr¨¢ que ser archivado en la carpeta de las ilusiones frustradas. Pienso tambi¨¦n en lo que me espera cuando vuelva. He trabajado toda la vida en la tele, un contrato tras otro. Ahora, una vez m¨¢s, estoy en paro. No me preocupa esa situaci¨®n, tengo suficientes contactos como para reengancharme a algo, el problema es que por primera vez me planteo a qu¨¦. Las cosas que me han ofrecido est¨¢n relacionadas con ese mundo del cotilleo. Sabes que yo siempre he hecho lo que me echaran, que he dicho que s¨ª a cualquier cosa, que no tengo prejuicios en trabajar en concursitos horteras o galas del s¨¢bado, pero no s¨¦ si ser¨ªa soportable, a mi edad, trabajar a favor de la crueldad y de lo m¨¢s reaccionario. Me pregunto si los gays hemos llegado hasta aqu¨ª para contemplar c¨®mo el sacar a los famosos del armario se convierte en una operaci¨®n punitiva que conduce a la burla p¨²blica. Acusar, como si fuera pecado, a las folkl¨®ricas de bolleras; hacer juicios paralelos a los de la justicia; apoyar la codicia de cualquier imb¨¦cil que quiere sacar tajada a costa de difundir secretos de otros; mofarse de los familiares de los que pagan sus pecados en la c¨¢rcel y actuar bajo ese indecente y demag¨®gico pretexto: ?lo hacemos por el pueblo! A¨²n no entiendo c¨®mo nosotros, tan batalladores y siempre alerta para denunciar estereotipos ofensivos, no hemos se?alado el hecho de que las maldades suelen estar en boca de gays que amenazan con una sonrisita en los labios y elevando la ceja, confundiendo el ingenio con la mala hostia. Es como rubricar a diario ese indignante t¨®pico que siempre nos persigui¨®, que somos "malas" por naturaleza (?tienen lo peor de las mujeres, se dec¨ªa antes!). Reconozco que los a?os me han vuelto m¨¢s moralista: ya no creo en el mensaje inocente. Ahora s¨¦ que todo ese lenguaje se alimenta de la vileza y contribuye a envilecer, a crear un clima insano. Ya s¨¦ que la tele tiene un bot¨®n, pero me descorazona pensar que hay tanta gente a la hora de la comida oyendo hablar del "co?o" de la Pantoja, como si tal cosa. ?Era esto la libertad de expresi¨®n?, ?no se puede hacer nada, est¨¢ todo fuera de control? Pero a qui¨¦n le vas a hablar de horarios infantiles. Ya estamos hechos a que lo cruel sea moneda corriente y la intimidad est¨¦ desprotegida. En fin, en estas estoy, deshojando la margarita, porque me temo que tendr¨¦ que elegir entre el dinero o la tranquilidad de conciencia. Por lo dem¨¢s, paseo y vivo alguna situaci¨®n memorable: vi a Julia Roberts comprando muebles en ABC y me duch¨¦ en la calle con una boca de riego. ?Se puede pedir m¨¢s? Besos y perd¨®n por el desahogo.
(Cuando le¨ª esta carta, o una que era muy parecida a ¨¦sta, apagu¨¦ el ordenador y me fui a la cama desolada).
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