En busca de 'sin papeles' en el oc¨¦ano
Cuatro horas de tensi¨®n en un sofisticado buque de Salvamento Mar¨ªtimo que parte de madrugada para rescatar una barcaza
Los cayucos no entienden de horarios. Salvamento Mar¨ªtimo tampoco. A las dos de la ma?ana del s¨¢bado, un aviso desde tierra pone en marcha a Susi, Arturo, Juan y Charli, adem¨¢s de a Silvestre y Juan, buceadores de la Guardia Civil. En cuesti¨®n de diez minutos, todos abandonan sus casas y llegan al puerto de Los Cristianos (Tenerife). Suben al Salvamar Adhara, y se preparan para partir. No hay nada que se deje a la improvisaci¨®n, as¨ª que la tripulaci¨®n conoce perfectamente su papel. Uno de los marineros abre un armario y comienza a sacar enseres. Chaleco salvavidas naranja, monos de pl¨¢stico blancos y un casco con radio para comunicarse entre ellos. Todo listo. A gran velocidad, el barco, un sofisticado buque de color naranja preparado con todo tipo de instrumentos de navegaci¨®n, se dirige a la playa de Confital. El casco del Adhara choca con violencia contra el agua. Para alguien poco acostumbrado a navegar la sensaci¨®n puede resultar mareante. A babor, es decir a la izquierda, la l¨ªnea de costa sube y baja. A la derecha o estribor, el abismo del mar, donde la oscuridad s¨®lo la rompen pesqueros y alguna que otra boya. El rastreo es m¨¢s complicado de noche. Hay que comprobar cualquier indicio. En el aire, un helic¨®ptero de emergencias ilumina el mar con tres focos. Como un chucho olisqueando el suelo, el Adhara se mueve dibujando l¨ªneas paralelas a la costa entre Punta Rasca y Punta Roja, al sur de la isla de Tenerife, alej¨¢ndose poco a poco hasta tres millas de la costa. El helic¨®ptero, dotado de sensores de calor, se mueve perpendicularmente trazando eses. Los ojos del Adhara, bien abiertos. Dentro del barco no se encienden luces. As¨ª se ve mejor. A veces, Susi P¨¦rez, patr¨®n del buque, dirige un potente foco hacia el Atl¨¢ntico. La tensi¨®n es palpable. Cada segundo es importante, pero nadie sabe cu¨¢nto tiempo tardar¨¢n en encontrar a los subsaharianos. Ni siquiera si lo lograr¨¢n, aunque "si los inmigrantes quieren que los veamos los veremos", dice Susi.
Hace poco rescataron a un subsahariano en un improvisado bote hecho con chalecos salvavidas
"Si los inmigrantes quieren que los veamos, los veremos", asegura el patr¨®n del 'Adhara'
Dentro de la cabina del Adhara uno imagina que est¨¢ en una nave espacial. Decenas de botones e indicadores de colores all¨¢ donde mires. En una pantalla, el mapa se?ala la posici¨®n del barco y muestra parte de la isla de Tenerife. El radar arroja la ubicaci¨®n de los obst¨¢culos, aunque localizar cayucos es complicado por este sistema. Porque las barcazas son de madera, adem¨¢s de que navegan al l¨ªmite de su capacidad. "Al venir tanta gente viene muy sumergido y para el radar es m¨¢s dif¨ªcil de detectar", explica Susi, un hombre experimentado que no quita ojo del mar. Asegura que se gu¨ªa poco por los instrumentos de navegaci¨®n, y mucho m¨¢s "por la experiencia y la pericia marinera". Es asturiano, de Puerto de Vega. Sus compa?eros son casi todos del norte de la pen¨ªnsula. Arturo Peixoto, el mec¨¢nico del barco, es de Gondomar (Pontevedra); Juan Menc¨ªa es asturiano, aunque vive en Los Cristianos; y Charli Anasagasti, de Bermeo (Vizcaya). Silvestre Fern¨¢ndez y Juan Alarc¨®n, guardias civiles del Grupo Especial de Actividades Subacu¨¢ticas (GEA), son gallego y valenciano respectivamente. Casi todos forman parte de los refuerzos que ha enviado Salvamento Mar¨ªtimo al archipi¨¦lago canario durante 2006 ante la oleada de cayucos. Hace poco, alguien aseguraba que este a?o alrededor del 80% de los servicios que presta Salvamento tienen que ver con la llegada de subsaharianos.
De repente, una luz en el horizonte parpadea. Creen haber visto algo. La adrenalina se dispara y Charli se asoma a la proa o parte delantera del buque. Desde all¨ª, indica con su brazo la direcci¨®n a seguir. No hay tiempo que perder y Susi imprime velocidad al barco. Las olas salpican y remojan a Charli por completo. Ante el peligro, Susi le dice por radio: "Vente para aqu¨ª, ya la veo". La visibilidad es nula, pero la luz intermitente es el objetivo. Un minuto despu¨¦s, se resuelve el acertijo. No es un cayuco, sino una boya. A seguir buscando.
"Ser¨ªa conveniente asomar la nariz por el puerto de Las Galletas", exclama Menc¨ªa. El Adhara se acerca a la costa. La enfoca con la luz para comprobar que no hay cayucos que hayan chocado contra las rocas o encallado en alguna playa. Tambi¨¦n entra en alg¨²n puerto, con mucho cuidado. "Vamos a llegar hasta ese eco, a ver si los vemos", dice Susi se?alando el radar. El rastreo resulta infructuoso. Tras cuatro horas en el mar, Salvamento Mar¨ªtimo concluye que se trata de una falsa alarma. No pasa nada, "nuestra obligaci¨®n es comprobar
[que nadie pasa apuros en el mar]", explica Susi. El Adhara ha recorrido cuatro millas, gastando como un 5% de combustible. Es una cantidad insignificante, seg¨²n el patr¨®n, que asegura que el barco est¨¢ operativo por si hubiera que realizar otro servicio. En el Adhara, explican que cuando encuentran un cayuco el desembarco es muy peligroso. Uno de los tripulantes dice que en el ¨²ltimo rescate ten¨ªan que caminar por las barandillas del barco para poder desplazarse, de la cantidad de gente que hab¨ªa en cubierta. Al ver las dimensiones del buque, algo m¨¢s de 21 metros de eslora y cinco y medio de manga, resulta incre¨ªble que Susi, Arturo, Juan, Charli, Silvestre y Juan puedan subir a bordo hasta 130 personas. Cuando sucede, la vuelta a puerto en esas condiciones es mucho m¨¢s lenta.
Son las seis de la ma?ana y el Adhara se acerca al puerto de Los Cristianos, punto final al viaje. Silvestre, guardia civil, cuenta una de las experiencias m¨¢s inveros¨ªmiles que ha vivido en el mar. Hace no mucho encontraron de casualidad a un subsahariano subido en un improvisado bote fabricado con chalecos salvavidas. "?De d¨®nde vienes?", le preguntaron. "De ?frica", respondi¨®. No muy lejos, hallaron un cayuco a la deriva, sin combustible y con decenas de inmigrantes a bordo. Sus ocupantes hab¨ªan construido el amasijo de chalecos para que el m¨¢s valiente intentara acercarse a la costa y dar el aviso. "Tuvo mucha fortuna de que lo encontr¨¢semos", explica Silvestre. Las corrientes lo alejaban de la costa. Seguramente hubiera muerto.
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