La estatua de la libertad
Es una experiencia curiosa entrar en la Biblioteca Ar¨²s, en el n¨²mero 26 del paseo de San Juan. Accedemos a un ¨¢mbito luminoso, claro y agradable, pero cargado de elementos simb¨®licos, de alusiones misteriosas y de desproporciones, como un ni?o cabezudo. Ya la escalera de m¨¢rmol de colores, con un Salve de bienvenida en el ¨²ltimo escal¨®n, tiene algo raro: es innecesariamente espaciosa para la t¨ªpica casa de vecinos donde se encuentra; y tambi¨¦n la disposici¨®n de los elementos decorativos del vest¨ªbulo est¨¢ cuidadosamente meditada para que el visitante sienta que el lugar es especial e intencionado.
Intenci¨®n iluminadora de la que avisa ya el r¨®tulo con la linterna en la fachada, y relacionada con un proyecto redentor: el proyecto educativo y humanista que mediado el siglo XIX parec¨ªa al alcance de la mano, y a cuyo fracaso tuvieron el dudoso privilegio de asistir las ¨²ltimas generaciones del siglo XX; fracaso, que tal vez, como suger¨ªa Sloterdijk al final de su pol¨¦mica conferencia de las Normas para el parque humano, a lo mejor se podr¨ªa enmendar, corregir o paliar mediante la manipulaci¨®n gen¨¦tica a gran escala.
La Biblioteca Ar¨²s, cargada de simbolog¨ªa, evoca la utop¨ªa mas¨®nica de redenci¨®n de la humanidad por la v¨ªa de la educaci¨®n
En lo alto de la escalera, despu¨¦s de la placa de reconocimiento a la labor mas¨®nica de Rossend Ar¨²s como gran maestro de la Gran Logia Simb¨®lica Regional Catalana, que descubri¨® en 1995 Llu¨ªs Salat, Gran Maestro de la Gran Logia de Espa?a, vemos cenefas geom¨¦tricas de inspiraci¨®n hel¨¦nica, caras a los art¨ªfices modernistas, y una columnata j¨®nica, al estilo de los peristilos griegos y de los templos que reparti¨® por toda Alemania Leo Von Klenze, cuya arquitectura tanto gustaba al se?or Ar¨²s. Coronando la escalera y presidiendo el abigarrado despliegue iconogr¨¢fico y simb¨®lico que da paso a las salas de la biblioteca propiamente dicha, se alza una reproducci¨®n de aproximadamente dos metros de altura de la estatua m¨¢s famosa de siglo XIX, La libertad iluminando al mundo, de Fr¨¦deric-Auguste Bertholdi. Es oscura, y en la llama de su antorcha brilla una tenue luz el¨¦ctrica de colores.
Es la Estatua de la Libertad neoyorquina, la misma que Francia regal¨® a Estados Unidos, el icono por el que suspiraron tantos emigrantes, del que hay reproducciones esparcidas por todo el mundo: en Inglaterra, por ejemplo, est¨¢ en la base militar estadounidense de Lakenheath, la base Liberty wing. En Estados Unidos destaca entre 200 gemelas la que se alza en Las Vegas como atracci¨®n del Gran Casino New York New York; hay muchas en Jap¨®n, en China, en Tailandia...
Y por supuesto en Francia: en Par¨ªs hay una reproducci¨®n a un cuarto del tama?o de la original en el puente de Grenelle; y la antorcha, a tama?o natural, est¨¢ tambi¨¦n en la plaza de L'Alma, y es all¨ª donde la gente deja coronas de flores en memoria de Diana Spencer, Lady Di, la princesa del pueblo y apoteosis kitsch que muri¨® en accidente de coche en el t¨²nel de L'Alma, entre los flashes de los fot¨®grafos, como un signo de los tiempos; y hubo una cronista que tendi¨® a la princesita ag¨®nica entre los hierros retorcidos el espejo de su polvera, rog¨¢ndole que imprimiese su ¨²ltimo aliento en el azogue, de pr¨®xima subasta en Sotheby's o Christie's...
Es divertido que la estatua de la Libertad de Poitiers se alce en la plaza de la Libertad, antes llamada plaza de la Guillotina porque all¨ª levantaba el verdugo su tinglado, y en el z¨®calo una sentencia dice: "Cuando la inocencia de los ciudadanos no est¨¢ garantizada, la libertad tampoco lo est¨¢".
Sin embargo, la mejor Estatua de la Libertad es la peque?a reproducci¨®n en bronce que el odioso protagonista de Esch o la anarqu¨ªa, de Hermann Broch, deposita en una repisa de la taberna de Mama Hentjen, y luego, en Huguenau o el realismo, tercera parte de la trilog¨ªa novelesca Los son¨¢mbulos, reaparece sobre una alacena del despacho de Esch en la redacci¨®n de El Mensajero, entre algunos peri¨®dicos de ayer y libros.
El libro que sostiene la renegrida estatua de Barcelona dice: "Alma libertas", o sea, 'libertad nutricia'. En la Biblioteca Ar¨²s nos encontramos, pues, en un santuario laico a la libertad, tal como lo define en un ensayo el bibliotecario David Dom¨¦nech. "Si el vest¨ªbulo nos habla de un santuario consagrado a la libertad, la sala de lectura se encarga de explicarnos c¨®mo alcanzarla". ?Mediante la educaci¨®n!
Ar¨²s muri¨® joven (1847-1891) y cre¨ªa en el proyecto humanista que redimir¨ªa a la humanidad a trav¨¦s del conocimiento. Seg¨²n aparece en su retrato, colgado en lugar distinguido de la biblioteca que don¨® a Barcelona, y en el busto que vemos al salir de ella, como si tambi¨¦n ¨¦l saliera de un rec¨®ndito despacho para despedirnos en la escalera, era un hombre calvo, luc¨ªa un bigote optimista, vest¨ªa levita y plastr¨®n, y ten¨ªa la mirada despejada, inteligente y sin miedo. Era el heredero de una familia pr¨®spera, dedicada al comercio, y escribi¨® unas cuantas obras teatrales "educativas", muchas de ellas de exaltaci¨®n o burla pol¨ªtica, adem¨¢s de sainetes y comedias de ambiente barcelon¨¦s. En total, cerca de 40 piezas, de las que da noticia Josep Maria Carandell en Les 7 portes. Els porxos d'en Xifr¨¦, su libro sobre la masoner¨ªa local. De ese y otros testimonios sobre el personaje se desprende la figura de un mecenas generoso y un escritor esforzado, desbordante de convicci¨®n y persona de conmovedor optimismo y fe en el progreso.
Los usuarios de su biblioteca le recuerdan con gratitud cuando se sientan entre armarios atiborrados de libros sobre anarquismo y masoner¨ªa y otras ideas redentoras y fracasadas, bajo la filacteria que luce los nombres en purpurina y las efigies de grandes escritores, desde Esquilo hasta Poe. Al recordar a Ar¨²s, su alma principal o esfera sin ventanas crece y se robustece, como sucede siempre que pensamos en alguien que ya no est¨¢ entre nosotros, de acuerdo con la monadolog¨ªa.
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