Un deporte modesto
En el ajedrez los ancianos desaf¨ªan a los ni?os, y las ni?as retan a hombres hechos y derechos, y la gente de a pie se pone a cavilar junto a catedr¨¢ticos de universidad, y acaso de esta manera el ajedrez sea el m¨¢s democr¨¢tico de los deportes.
En los ¨²ltimos d¨ªas de agosto y ¨¦stos primeros de septiembre, se han juntado 420 ajedrecistas aficionados y profesionales en el centro c¨ªvico de Les Cotxeres de Sants para participar en el VIII Open Internacional de Ajedrez de Sants, Hostafrancs y La Bordeta, que es el m¨¢s concurrido de Espa?a, y que esta vez cuenta con 38 pa¨ªses representados, con 11 grandes maestros y con 40 titulados internacionales. El ganador se llevar¨¢ 1.800 euros de premio, y en esto las aspiraciones de un gran maestro de ajedrez resultan m¨¢s modestas, por ejemplo, que las de un aficionado a los premios literarios. Los jugadores se han distribuido en el centro c¨ªvico de Les Cotxeres a lo largo de hileras de mesas cubiertas con tela negra, y se han acomodado en unas sillas de pl¨¢stico negro, y as¨ª se ha hecho en la sala una especie de eclipse bajito, que es tambi¨¦n un eclipse de palabras, pero no un eclipse que haya dado lugar a un silencio maravilloso, porque al t¨ªmido apuntar de una carraspera, le sigue el ruido m¨¢s recio de una tos, y a ¨¦ste se le solapa un bisbiseo venido de aqu¨ª o de all¨¢, y se oye al mismo tiempo el arrastrarse de una silla, o se oye el ruido de una bolsita de boller¨ªa industrial que se abre, y tambi¨¦n se oye todo el rato el tenue zumbido de la pantalla gigante donde se siguen las partidas, o acaso proceda de los ordenadores donde se lleva el control del torneo, o quiz¨¢ se trate de la instalaci¨®n general.
En una mesa, un hombre de camisa de cuadros y sandalias, que se cubre su pelo blanco con una gorra de b¨¦isbol, se enfrenta a un ni?o repelado, y ahora le lleva al chico un caballo de ventaja, y tambi¨¦n hay un tipo muy concentrado que se golpea los talones sin parar, y m¨¢s lejos un jugador de pelo largo y barba blanca contempla despreocupado al resto de los participantes a la espera de que su rival mueva su pieza, y otro ni?o se le merienda el caballo a un hombre joven y apunta la jugada en su planilla y el hombre tambi¨¦n la anota un poco turbado, y en otra hilera juega enfrascado un comerciante de tebeos de antes, de carteles remotos, de juguetes que uno tuvo. Deambula por la sala, con porte deportivo, Toni Ayza, uno de los organizadores del torneo, presidente de la Federaci¨®n Catalana de Ajedrez y director de este centro c¨ªvico, y tambi¨¦n antiguo campe¨®n de waterpolo. Ayza dice que hay m¨¢s posibilidades de partidas que ¨¢tomos en el universo, y que por eso siempre estar¨¢ vivo el ajedrez. Un se?or pelado al rape con un caramelo en la boca se quita las gafas y se levanta y se lleva las manos a la cabeza y examina el tablero desde lo alto de su estatura y resopla y se sienta y vuelve a ponerse las gafas y contin¨²a examinando sus fichas, y en otra mesa se ha formado un corro creciente que rodea a un chaval que juega contra una muchacha rubia con una blusa de rayas azules, y con una chaqueta blanca entallada, y una falda blanca ajustada, y con las u?as largas pintadas de purpurina blanca, y con dos alfileres para el pelo que son dos flores blancas, y en su letrero dice que la muchacha es de Bielorrusia, claro, una rusa blanca, y cuando acaba la partida, la chica se marcha con su copia de la planilla y se cuelga del hombro su bolso tambi¨¦n blanco, y en una redonda, apartada mesita, en el patio, analiza con su contrincante cada movimiento del juego.
A los grandes maestros les han rodeado con un hermoso cord¨®n, que es tambi¨¦n un cord¨®n de prestigio o quiz¨¢ el cord¨®n que se pone al borde de un precipicio. El gran maestro georgiano Giorgi Giorgadze se ha quedado solo durante un buen rato, cara a cara con el tablero, y se sujeta la cabeza con las dos manos, y en una lleva un anillo y un reloj dorados, y ha cruzado las piernas con fuerza bajo la silla, y clava la vista en su torre que hace guardia en la primera fila, tan solitaria como ¨¦l, y en el silencio del maestro se oye el galopar de su soledad. Pero quien al final va a resultar campe¨®n de este open es Marc Narciso, de 32 a?os, gran maestro desde hace cuatro, miembro de la delegaci¨®n espa?ola en los juegos ol¨ªmpicos por equipos, y ex jugador de balonmano. Narciso vive desde los 18 a?os exclusivamente de los torneos de ajedrez y de ense?arlo en los colegios, y explica que la suya es una vida solitaria de jugar y de viajar, y a?ade que en la vida la gente tiene derecho a dedicarse a lo que le guste de verdad.
Entre quienes se han acercado a ver este torneo, un hombre con bigote y con los faldones de la camisa asomados al mundo muerde un helado de bomb¨®n, y un bibliotecario de la universidad, jugador federado, saluda a sus colegas, y una madre que ha tra¨ªdo a su hijo de 13 a?os cuenta que le acompa?a a las competiciones desde hace dos a?os, y que el chico vale y que lo hace muy bien, pero que ella nunca ha jugado al ajedrez con ¨¦l, si acaso el padre, y luego puntualiza que por nada del mundo quisiera que su hijo Enrique se profesionalizase en esto del ajedrez. Al fondo un hombre se clava los dedos en la frente, y piensa.
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