Adi¨®s melanc¨®lico al orgullo obrero
El italiano Gianni Amelio ofrece un retrato descarnado del monstruo industrial chino
Hay viajes que no terminan con el regreso. Hacen pensar. De esa categor¨ªa forma parte el viaje a China propuesto ayer en la Mostra veneciana por el director Gianni Amelio, uno de los pocos supervivientes del naufragio del cine italiano. La stella che non c'¨¨, traducible como La estrella que no existe o La estrella que falta, es un salto a ciegas en las fauces pavorosas de la nueva hiperpotencia industrial, y un adi¨®s melanc¨®lico a lo que una vez se llam¨® "orgullo obrero". No se trata de una pel¨ªcula f¨¢cil. Pero si el espectador pone un poco de su parte, el resultado es m¨¢s que satisfactorio.
Podr¨ªa ser que La estrella se llevara alguno de los premios importantes. El fracaso de Amelio en su anterior intento de ganar el Le¨®n de Oro, con Las llaves de casa, enfureci¨® a la cr¨ªtica italiana. Quiz¨¢ la Mostra se sienta en deuda con Amelio, que, en cualquier caso, juega en casa. Esos factores pueden ayudar a La estrella. Y al protagonista masculino, Sergio Castellito, que a d¨ªa de hoy parece destinado a hacer pareja con Helen Mirren (La reina) en los galardones a la mejor interpretaci¨®n. A Castellito s¨®lo se le puede plantear una objeci¨®n: se le nota demasiado que busca el premio. En ciertos momentos, el espectador del festival teme que el actor interrumpa la escena para hacerle un gui?o al jurado. Tai Ling, la joven actriz china que da la r¨¦plica a Sergio Castellito, no busca con los ojos al jurado y se limita a actuar muy bien.
Alfred Hitchcock llamaba McGuffin a un elemento superfluo del gui¨®n que le permit¨ªa enredar al p¨²blico y guiarle por un camino inesperado. En La estrella, el McGuffin es una pieza mec¨¢nica. La historia arranca en unos altos hornos italianos que venden toda su maquinaria a una sociedad china. La empresa cierra en Italia y despide a sus trabajadores, pero el jefe de mantenimiento, un tal Vincenzo Buonavolont¨¤ (Castellito), avisa a los compradores de que hay un problema con la seguridad de las m¨¢quinas. Los chinos se hacen los suecos y se largan con el horno. El ingeniero en paro consigue detectar la pieza defectuosa, construye un recambio y viaja hacia China para ofrecer a la nueva propiedad la soluci¨®n al defecto.
A los chinos, y al propio Amelio, no les interesa lo m¨¢s m¨ªnimo la pieza que carga el ingeniero. Se trata s¨®lo de una excusa para retratar al monstruo industrial chino. Vincenzo Buonavolont¨¤ recorre el pa¨ªs en busca de la factor¨ªa que se ha quedado con la maquinaria italiana y descubre un presente que es a la vez pasado y futuro: la China eterna y sumisa suministra combustible humano a unas ciudades y unas factor¨ªas de escala tit¨¢nica, donde la seguridad de un obrero metal¨²rgico es la ¨²ltima de las preocupaciones.
Contra lo que pueda parecer a primera vista, La estrella no est¨¢ pensada para consumo exclusivo de sindicalistas y jefes de personal. En realidad, vale para todos los p¨²blicos. Cualquiera puede identificarse con el obrero especializado al que ya s¨®lo queda el orgullo del trabajo (perdido) bien hecho, y la crisis que sufre en su penoso periplo. El filme rebosa ternura, desamparo e inteligencia. El encuentro de dos mundos distintos e igualmente infelices se narra con elementos sencillos y comprensibles, montados sobre una estructura hermosamente minimalista. No es, en puridad, lo m¨¢s redondo que se ha visto en Venecia (en ese puesto sigue La reina), pero se trata del mejor Amelio en bastantes a?os y de una buena pel¨ªcula.
De otros viajes se recuerdan los aeropuertos, los mosquitos y los grifos defectuosos del hotel. El intocable, de Beno?t Jacquot, tiende a parecerse a esas vacaciones no especialmente desagradables en las que, sin embargo, uno embarca con alivio en el avi¨®n de vuelta. El prop¨®sito de Jacquot se parece mucho al de Amelio. Se lleva al espectador a India en busca de algo que se presume vital y que, finalmente, carece de importancia. La diferencia est¨¢ en que Amelio descubre algo inesperado, mientras el presunto descubrimiento de la protagonista de Jacquot, una joven actriz deseosa de ver por primera vez a su padre (un miembro de la casta de los Intocables, ah¨ª tampoco hay sorpresa), resulta dif¨ªcilmente descifrable.
El intocable busca un p¨²blico que a la salida del cine monta en casa una cena con quesos blandos y vino tinto, eso que se hac¨ªa tanto en los setenta, y discute sobre el significado del final, preferentemente en franc¨¦s. La China de Amelio existe. Los Intocables tambi¨¦n. El p¨²blico de Jacquot, a estas alturas, debe haberse extinguido.
No hay mucho que decir sobre la tercera pel¨ªcula en concurso, Exiliados, de Johnnie To: mafiosos chinos en Macao, honor entre asesinos, balaceras, sangre, un humor particular y un desarrollo tan previsible como un videojuego. Johnnie To s¨ª cuenta con un p¨²blico fiel, joven y tal vez al¨¦rgico al queso franc¨¦s y al vino, que no quedar¨¢ defraudado con su ¨²ltimo trabajo. Formalmente, Exiliados posee una fuerte personalidad. Lo cual no debe ser interpretado necesariamente como un elogio.
LA JORNADA DE HOY
En concurso s¨®lo se presenta la pel¨ªcula rusa Euforia, de Ivan Vyrypaev.
El inter¨¦s de la jornada est¨¢ fuera del concurso.
El d¨ªa comienza con El diablo viste Prada, de David Frankel (director de episodios de Sex and the city y Band of brothers), una s¨¢tira sobre el mundo de la moda protagonizada por Meryl Streep.
M¨¢s tarde, Inland Empire: tres horas de algo (esperemos a verlo para definirlo) de David Lynch, Le¨®n de Oro especial de este a?o, con Laura Dern y Jeremy Irons.
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