De Estados Unidos y de Europa
Europa, en su realidad concreta, es un conjunto de "naciones", sin ning¨²n "centro" ni voluntad pol¨ªtica digna de ese nombre. Nunca Estados Unidos ha estado tan omnipresente en la escena planetaria como en este comienzo de siglo y de milenio. Misi¨®n salvadora en l¨®gica prolongaci¨®n de dos guerras mundiales y de la guerra fr¨ªa que sigui¨® a la segunda, pero tambi¨¦n, despu¨¦s, deseo en apariencia incontrolado e incontrolable, pese al desaire de Vietnam, m¨¢s tarde compensado por las dos guerras de Irak. Esta omnipresencia estadounidense se correspondi¨® con la retirada de Europa, en sus dos expresiones, de la misma escena mundial por ella dominada desde Waterloo, por lo menos. Y con ella, una nueva relaci¨®n entre Europa y Estados Unidos y entre Estados Unidos y Europa, si no de total dependencia, s¨ª de subordinaci¨®n, sin parang¨®n en el pasado.
Como Roma despu¨¦s de la segunda guerra p¨²nica, Estados Unidos, tras el doble desmoronamiento pol¨ªtico de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y de la Europa democr¨¢tica, asumi¨® sin vacilar la funci¨®n hegem¨®nica imperial, hasta entonces de exclusiva representaci¨®n europea. Estamos en plena vor¨¢gine imperial e imperialista de Estados Unidos, pero esta vez bajo el signo y la garant¨ªa de la democracia ejemplar de la que Estados Unidos se jacta y que nosotros mismos, los europeos, aceptamos como paradigm¨¢tica, tal vez porque ¨¦sta empez¨® siendo, fuera de Europa, la hija predilecta de la historia europea.
American Vertigo es el acertado t¨ªtulo que un europeo, hijo de ese mismo entusiasmo por el m¨ªtico Estados Unidos, ha dado a su m¨¢s reciente ensayo, en la estela de la c¨¦lebre Historia de Tocqueville. Como todos los ensayos que tratan de entender a Estados Unidos, incluso en esta fase de hegemon¨ªa planetaria de dicho pa¨ªs, el libro de Bernard Henry-L¨¦vy es, al mismo tiempo, un ensayo sobre Europa, o mejor, sobre el fondo de Europa. A pesar de su pasi¨®n por Estados Unidos, American Vertigo, de resonancias hitchkockianas, es un espejismo. Un doble espejismo: el de la imagen de Estados Unidos en nosotros y la nuestra en Estados Unidos. El ensayo del medi¨¢tico ex nuevo fil¨®sofo es interesante, vivo, apasionado y, en ocasiones, apasionante. Corresponde un poco a lo que esper¨¢bamos de esta recuperaci¨®n de Tocqueville a 170 a?os de distancia. Pero ya no es, porque no pod¨ªa serlo, una lectura y una interpretaci¨®n de Estados Unidos como la que el c¨¦lebre ensayista e historiador hizo en su tiempo. El espejismo es inverso. La Europa de Tocqueville era el centro del mundo, y la innovaci¨®n y el golpe de ingenio del autor fue haber comprendido que esa no Europa en v¨ªas de construcci¨®n no s¨®lo era la "periferia" parad¨®jica de la propia Europa, sino ya otra Europa, una anti-Europa en busca de un futuro que llevara su nombre y fuera el paradigma del futuro.
Hace m¨¢s de siglo y medio, la tentaci¨®n, ya entonces fuerte, de leer a Estados Unidos en el espejo de Europa era de naturaleza no s¨®lo equ¨ªvoca, sino tambi¨¦n asim¨¦trica. Europa era, salvo en la excepci¨®n de Tocqueville, el modelo; y el joven Estados Unidos, que no hab¨ªa llegado al fin de su "frontera", como mucho una Europa futura. Un todo especialmente en su papel de continente "civilizado" y "civilizador". Dos guerras suicidas, el fin de la descolonizaci¨®n que desde fuera siempre daba a Europa su aspecto civilizador e imperialista, convirtieron al continente de la civilizaci¨®n en destrozos primero; despu¨¦s, en un mundo pol¨ªticamente sin centro, y, por fin -de nuevo social y culturalmente a¨²n brillante- en una especie de Grecia que ni espera a Alejandro ni a la futura Roma para ser la realidad pol¨ªtica subalterna en la que se ha convertido.
Aproximar con fines de comprensi¨®n geopol¨ªtica a Estados Unidos y a Europa s¨®lo tiene sentido en relaci¨®n con un pasado reciente en el que uno y otra eran actores de la historia, o con la perspectiva de una Europa, continente unificado o unificable, (in)veros¨ªmil en el futuro. Guste o no, Estados Unidos sigue siendo en estos momentos una fuerza que avanza, una voluntad hist¨®rica y pol¨ªtica con un sujeto propio, y el nuevo C¨¦sar de un imperio romano ficticio, pero que como tal se sue?a a¨²n. Europa en su realidad concreta es s¨®lo un conjunto de "naciones", y lo importante es lo que se vive como "naciones", sin ning¨²n "centro" ni voluntad pol¨ªtica digna de ese nombre.
En el mejor de los casos, en nombre de su fabuloso pasado pol¨ªtico e incluso de una sociedad de resistencia y de protesta ante una sociedad (la misma) hiperliberal como la estadounidense, m¨¢s que como una Naci¨®n.
Pero incluso desde esta perspectiva, la realidad europea es, como m¨ªnimo, la de dos Europas, no la antigua, la de la guerra fr¨ªa, de Oeste y Este, sino una de ideolog¨ªa proestadounidense y semiocupaci¨®n, y otra, m¨¢s contestataria, de tradici¨®n socializante y cr¨ªtica con el paradigma estadounidense dominante. Una paradoja casi burlesca, t¨ªpica de la inversi¨®n de signo de la nueva fase de Occidente, es que son los antiguos pa¨ªses del Este los que han ca¨ªdo en la cesta estadounidense como frutos maduros, y los del Oeste, aliados preferentes de Estados Unidos, los que m¨¢s se oponen a las pretensiones imperialistas del pa¨ªs de Lincoln y Bush.
A pesar de que en el orden pol¨ªtico y militar, Europa est¨¢ reducida a una "otanlandia", la "vieja Europa", tan poco apreciada por Rumsfeld -responsable de la nueva estrategia estadounidense en el mundo-, no es realmente y nunca m¨¢s ser¨¢ un "estado" entre la serie de "estados" del gran Estados Unidos. Hasta se puede decir que esta supremac¨ªa estadounidense tan impresionante en el contexto de un Occidente tan asim¨¦trico como el nuestro es en gran parte ilusoria. Para Estados Unidos sigue siendo importante un buen entendimiento con Europa en todos los planos y, por supuesto, no lo es menos para Europa. ?sta ha demostrado ya que en circunstancias graves es un factor importante para una pol¨ªtica planetaria estadounidense que tiene mucho de "huida hacia delante". Y Europa no est¨¢ sola en el mundo. Sigue siendo un interlocutor v¨¢lido en el nuevo juego mundial en el que China e India han aparecido o reaparecido con presencia espectacular. Por no hablar de la posici¨®n diferente pero complementaria de Estados Unidos y de Europa en relaci¨®n con el islam.
La "impotencia" europea no es s¨®lo un elemento negativo en la perspectiva de las relaciones Estados Unidos-Europa. Esa "impotencia" tambi¨¦n es sabidur¨ªa tard¨ªa pero real de un continente que, despu¨¦s de varias peripecias suicidas, se ha convertido en el continente de la paz por excelencia. Continente de paz activa, enti¨¦ndase, no de espacio ego¨ªstamente protegido de los conflictos o ajeno a los males del mundo y, en particular, a los que afectan a zonas en las que Europa tuvo responsabilidades hist¨®ricas y ahora mantiene deberes ¨¦ticoimperativos. Estados Unidos, que est¨¢ o tiene tendencia a estar en todas partes, principalmente desde el punto de vista tecnol¨®gico, y a intervenir cada vez m¨¢s abiertamente en el destino del planeta en su conjunto, no s¨®lo presume de sus fuerzas, sino que tampoco puede llevar a cabo su "misi¨®n" providencial sin el consentimiento impl¨ªcito y el apoyo de Europa, por m¨¢s subordinada que est¨¦ o parezca. Bien mirado, este Estados Unidos tan desaforado y tan dominador del mundo no est¨¢ seguro de un futuro tan "estadounidense" como ahora lo imagina y nosotros los europeos tenemos tendencia a creer, hipnotizados por el ejemplo de los ejemplos, el del Imperio Romano.
Estados Unidos es un falso Imperio Romano, que se construy¨® en el tiempo lento de otra civilizaci¨®n inm¨®vil por dentro durante casi mil a?os, con cuatro siglos de gloriosa decadencia. En cierto modo, Europa, no s¨®lo como pasado sino tambi¨¦n como realidad futura, no tiene menos garant¨ªa de perennidad (y de ¨ªntima cohesi¨®n de memoria) que este Estados Unidos en continuo proceso de construcci¨®n-destrucci¨®n de su propio modelo. Ni el factor ling¨¹¨ªstico hoy tan homog¨¦neo le asegura el dominio cultural que a¨²n posee. Hay un caos inherente en la sociedad estadounidense actual, derivado hasta cierto punto de su dinamismo, que mina de manera sorda o ya visible la especie de "naci¨®n", mayor que ella misma, que es Estados Unidos. Es dudoso que el nuevo modelo imperial como soluci¨®n de emergencia para canalizar sus elementos centr¨ªpetos le asegure, como en otro tiempo a Roma, una perennidad pol¨ªtica de alcance planetario. M¨¢s f¨¢cil ser¨¢ que esa actuaci¨®n proceda de imperios con memoria milenaria y estructurante, entre ellos China y Jap¨®n.
De cualquier modo, para que el "imperio occidental" de Estados Unidos se consolide, es imperativo que asocie a una nueva utop¨ªa precisamente a esa Europa, hija del Imperio Romano, de donde surgi¨® la idea de imperio mundial. Y que esa Europa no olvide a Rusia, naci¨®n mesi¨¢nica e imperial. Con estos tres lados podr¨¢ reinventar el antiguo tri¨¢ngulo m¨ªtico y m¨ªstico que la religi¨®n dominante en Occidente configur¨® en la Trinidad. Occidente es un todo, y es una ilusi¨®n de naci¨®n adolescente pensar que la mera supremac¨ªa militar, financiera y econ¨®mica asegurar¨¢ al descendiente m¨¢s optimista de la vieja Europa el dominio del mundo. Solo, Estados Unidos no llegar¨¢ al fin de s¨ª mismo.
Eduardo Louren?o es ensayista portugu¨¦s. Acaba de recibir el Premio Extremadura a la Creaci¨®n. Traducci¨®n de News Clips.
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