Racional y supersticiosa
Saig¨®n, primavera de 1974.
Al llegar a la plaza Kennedy me di de bruces con Oriana Fallaci. Una riada de gente hu¨ªa del bombardeo al que unos pilotos disidentes de Vanthieu somet¨ªan al palacio presidencial.
-Vas en direcci¨®n equivocada -le dije a Oriana.
-En la agencia deben saber qui¨¦nes son los que atacan -dijo.
Oriana tom¨® mi mano y nos dirigimos con la mayor rapidez posible a la redacci¨®n de ACP.
La famosa periodista italiana, autora entre otros, del libro Nada y as¨ª sea sobre Vietnam, hab¨ªa sido amante apasionada y apasionante, como todos sus romances, del anterior corresponsal de la agencia francesa Fran?ois Pelou.
Al llegar a ACP, la mirada del nuevo corresponsal se congel¨® en el aire.
-?Oriana! ?Out! ?Out! -fulmin¨® a la enviada especial de L'Europeo.
Oriana reun¨ªa al mismo tiempo la admiraci¨®n y la inquina. As¨ª sucedi¨® desde sus comienzos como reportera al entrar a saco en el mundo de la frivolidad y la jet-set para desenmascararlo.
Luego le lleg¨® el turno a la clase pol¨ªtica. Oriana se hizo temible. Fueron frecuentes sus broncas con los entrevistados, una en particular con Henry Kissinger.
-He dejado las entrevistas a los grandes porque ya no me reciben. Soy una apestada -me dijo.
Se decidi¨® por el reportaje a secas hasta que en uno de sus giros copernicanos entr¨® en defensa de la civilizaci¨®n cristiana y arremeti¨® en ayuda del Papa contra el islam.
Conoc¨ª varias Orianas: la ni?a florentina que pasaba mensajes secretos a los partisanos (antifascistas italianos durante la II Guerra Mundial), la provietnamita que viaj¨® a Saig¨®n y luego se desdijo, la integrista prooccidental, la pronorteamericana, etc¨¦tera.
Era valiente, decidida, apasionada por su trabajo...
Durante una semana, d¨ªa por d¨ªa, la acompa?¨¦ a depositar un ramo de flores en la residencia de Indira Gandhi en Janpath de Nueva Delhi. Ning¨²n obst¨¢culo la disuad¨ªa. Nunca he visto tanta determinaci¨®n en un periodista.
Algunas madres llamaban Oriana a sus hijas. Fue la periodista m¨¢s famosa del mundo. Ayud¨® a la mujer a ocupar un lugar en los medios informativos. Con su desparpajo insufl¨® un aire de frescura a la herm¨¦tica sociedad espa?ola de su tiempo.
Era inmisericorde con ella misma y con sus compa?eros: "Dejadlo ya", sentenci¨® a la tribu, nada m¨¢s entrar en Bangladesh. Era racional y supersticiosa. Como Martha Gellhorn, la tercera esposa de Hemingway, era corresponsal de guerra en abrigo de vis¨®n.
Vino a Espa?a para entrevistar al Cordob¨¦s, a la duquesa de Alba... y a un encarcelado por Franco, Marcelino Camacho. En las primeras elecciones me dijo:
-Quiero entrevistar a Marcelino.
De sus libros han quedado, entre otros, Un hombre, resultado de su pasi¨®n por Alekos Panagulis, o Inshallah.
Un d¨ªa, en el hotel Carrera en Chile, tal vez necesitada de cari?o, me pregunt¨®:
-?Crees que me merezco el Premio Nobel de Literatura?
-Desde luego, Oriana.
Sonri¨® como nunca sol¨ªa hacerlo.
Babelia
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