60 a?os de quinielas
Los que so?amos con retirarnos y vivir de rentas tenemos pocas opciones. Podemos, previa amputaci¨®n de la consciencia, dedicarnos a la estafa del informe doblemente pagado por alg¨²n incompetente financiado con dinero p¨²blico, montar una fundaci¨®n y convencer al Gobierno m¨¢s negligente de que merecemos ser subvencionados (el reciente reparto de subvenciones a distintas fundaciones es un ejemplo de loter¨ªa administrativa) o apostar por los juegos de azar. Para celebrar que La Quiniela cumple 60 a?os (se inici¨® el 22 de septiembre de 1946), salgo a cumplimentar el boleto semanal con la esperanza, erosionada por d¨¦cadas de fracasos, de que me toque. El boleto no es de los que m¨¢s estimula la imaginaci¨®n: empieza con un Mallorca-Espa?ol y termina con un H¨¦rcules-Murcia. En la cabecera, y en letras blancas sobre fondo azul, puede leerse "Loter¨ªas y apuestas del Estado". Que un estado apueste deber¨ªa considerarse una contradicci¨®n en los t¨¦rminos pero como todos lo hacen miramos hacia otra parte esperando llevarnos una parte del pastel. Se trata, que conste, de un sentimiento indigno, que nos rebaja como seres humanos, ya que estimula un tipo de enriquecimiento que desmiente los principios ¨¦ticos de la econom¨ªa productiva. El "ganar¨¢s el pan con el sudor de tu frente" que rige los d¨ªas laborales es dinamitado por la festiva ilusi¨®n de derrochar lo que la quiniela pueda darte. Puede que, como dijo Einstein, Dios no jugara a los dados pero conozco a m¨¢s de un creyente que, adem¨¢s de tener fe, rellena un par de quinielas semanales por si acaso sus oraciones no son debidamente atendidas.
Y es que 60 a?os dan para mucho. Ahora las quinielas ya no gozan de la popularidad que tuvieron cuando, junto con la loter¨ªa, eran el ¨²nico camino de acceso a la riqueza para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Cuando entro a sellar mi boleto, me doy cuenta de que la oferta se ha multiplicado hasta unos l¨ªmites que no podr¨ªa atender ni en mis momentos de mayor furor lud¨®pata. Y eso que, adem¨¢s de las estatales, existen las apuestas auton¨®micas y sus m¨²ltiples variantes. En otras ¨¦pocas, uno entraba en un despacho de apuestas deportivas y s¨®lo pod¨ªa elegir la veterana quiniela. Hoy, en cambio, tenemos a nuestro alcance las siguientes variantes: la Bono Loto, La Primitiva, El Gordo de la Primitiva, Euromillones, Lototurf y Qu¨ªntuple Plus (mi preferida es El Gordo de la Primitiva: suena a zarzuela o a serie de televisi¨®n destinada al fracaso). Todas estas modalidades requieren de nuestra participaci¨®n, que es puramente instrumental ya que, en la pr¨¢ctica, las probabilidades de ganar son casi nulas. Digo casi porque existen empresas que, a cambio de una inversi¨®n potente, te aseguran beneficios considerables, respaldados por intimidatorios programas inform¨¢ticos. Y tambi¨¦n porque, muy de vez en cuando, te llega la noticia de que a alguien le han ca¨ªdo un saco de millones con una quiniela, generalmente casual. La que m¨¢s envidia produjo en un entorno vagamente cercano fue la famosa quiniela que gan¨® el editor Miquel Horta, que comparti¨® los beneficios con el c¨®mico espiritual Carles Flavi¨¤. A estas alturas, dudo de que Flavi¨¤ recuerde en qu¨¦ se los gast¨®, aunque me temo que parte de la inversi¨®n se la llev¨® aquel fugaz y feliz local llamado El Batikano, condenado al infierno por no respetar lo suficiente el descanso -es un decir- de los vecinos.
El perfil psicol¨®gico del quinielista es tan variado que se le podr¨ªa aplicar aquello de tants caps, tants barrets. Los hay que aplican criterios futbol¨ªsticos a los resultados y que creen poder predecir un juego tan absurdo como el f¨²tbol. Otros recurren a los dados o a una aproximaci¨®n instintiva de dudosa fiabilidad. Incluso conoc¨ª a un quinielista que cumplimentaba su boleto frente a las oficinas del Patronato de Apuestas, que estaba entonces en la calle de Ferlandina. Ahora, 60 a?os m¨¢s tarde de su creaci¨®n, las quinielas siguen financiando parte del f¨²tbol y repartiendo premios como los nueve millones de euros que, hace poco, cayeron en Reus. Para los amantes de las perversidades literarias, las oficinas en las que se cumplimentan los boletos ofrecen un Manual del concursante gratuito que no tiene desperdicio. Es una prosa dura, dif¨ªcil, en la que se perciben claras influencias de James Joyce y Juan Benet. El t¨ªtulo es de lo m¨¢s prometedor: Reducidas y condicionadas. Hay frases que dejan huella, como por ejemplo: "Los pron¨®sticos con los que participa cada uno de los seis partidos elegidos para la reducci¨®n son los que establecen las normas teniendo en cuenta los partidos elegidos de doble y de triple". Con la mente m¨¢s reducida que condicionada, visito las cuatro oficinas de quinielas que hay en mi barrio y pregunto si los que ganan alguna vez vuelven a jugar. La respuesta es un¨¢nime: s¨ª. Lo que me confirma que la ambici¨®n por llevarse la pasta es un sentimiento adictivo y un pecado reincidente.
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