Escritores
Julio Cort¨¢zar era de una raza extra?a de escritores. Tan buen tipo como buenos sus libros. Y mira que eran buenos sus libros, haci¨¦ndose y deshaci¨¦ndose los unos a los otros, con ese esp¨ªritu delincuente que quiz¨¢ hab¨ªa aprendido en Roberto Arlt. Quiso hacer la antinovela, una tentativa de romper moldes con la caligraf¨ªa del jazz. El fondo de un hombre, dijo, es el uso que haga de su libertad. Y le sali¨® Rayuela, una libertad redonda. Al escritor, en general, es mejor mantenerlo a raya, alejado de sus libros para que no los maltrate. Existen los derechos de autor, pero tambi¨¦n deber¨ªa haber unos derechos de la obra, una forma de proteger al libro del acoso de quien lo escribe. A Juan Carlos Onetti, que sent¨ªa un justificado pavor ante la proximidad de un colega, le produc¨ªa una inmensa alegr¨ªa o¨ªr el nombre de Julio. S¨®lo con nombrarle a Cort¨¢zar recuperaba una sonrisa antigua, los molares perdidos. ?Qu¨¦ error! Estoy hablando de escritores, yo que quer¨ªa hablar de esa felicidad clandestina que todav¨ªa puede mantenerse con un libro. A Cort¨¢zar, de adulto, le gustaba jugar y contar y escuchar cuentos. En cambio, el mundo literario de hoy se ha infantilizado. La ¨²ltima vanguardia es el cotilleo. Hace poco, y en una velada que promet¨ªa, me presentaron a un estudioso que nos acribill¨® a preguntas sobre asuntos personales de escritores espa?oles. Le confes¨¦ mi ignorancia, y lo que es peor, mi desinter¨¦s, con cierta verg¨¹enza. El del cotilleo tambi¨¦n es un oficio, requiere mucho trabajo, el at¨¢vico y futurista g¨¦nero de saber de qu¨¦ pie cojea el pollo, no hay m¨¢s que ver la Red, el tomate que hay. Fui telegr¨¢fico y algo hip¨®crita: No me interesan nada las vidas privadas de los escritores. El estudioso mir¨® hacia el pescado, que, por cierto, ten¨ªa la mirada de Onetti, y pregunt¨® compungido: Y entonces, ?de qu¨¦ podemos hablar?
Del lobo. La literatura siempre puede hablar del lobo. Seg¨²n Nabokov, el origen est¨¢ en el cuento de Pedro y el lobo. La invenci¨®n de la realidad. Todav¨ªa hay una versi¨®n m¨¢s precisa. La del m¨¦dico orensano Salgado que un d¨ªa de nieve se encontr¨® con el lobo cort¨¢ndole el paso en un sendero.
-?Y que pas¨®, doctor?
-Me comi¨®.
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