Migraciones: las v¨¢lvulas de escape
HUBO UN largo tiempo, hasta 1998, en el que Espa?a tuvo su propia moneda, la peseta, signo de soberan¨ªa nacional. De vez en cuando, los gobernantes de la pol¨ªtica econ¨®mica entend¨ªan que para la buena marcha de ¨¦sta hab¨ªa que ajustar la econom¨ªa. Un plan de ajuste era un mecanismo administrativo, por tanto, al margen de los criterios del mercado, que casi siempre comprend¨ªa una devaluaci¨®n de la peseta. Con la entrada de Espa?a en el euro, se perdi¨® la oportunidad de utilizar la pol¨ªtica cambiaria como m¨¦todo de ajuste.
Cuando corr¨ªan rumores de que la peseta estaba a punto de perder parte de su valor, se le preguntaba al ministro de Hacienda cu¨¢ndo iba a ocurrir y en qu¨¦ porcentaje. El responsable de la econom¨ªa negaba con rotundidad la devaluaci¨®n, aunque ¨¦sta hubiera de suceder cinco minutos despu¨¦s, para evitar la especulaci¨®n con la moneda. Es decir, ese ministro ten¨ªa el deber de "mentir por la ma?ana, por la tarde y por la noche" como ha hecho el actual mandatario h¨²ngaro, aunque por motivaciones contrarias: la mentira no era nociva, sino un arma econ¨®mica m¨¢s, comprendida por todo el mundo. Se trataba de acabar con las consecuencias nefandas del efecto anuncio de la devaluaci¨®n.
Del mismo modo que cuando se deval¨²a una moneda hay que negarlo hasta el minuto antes, con la regularizaci¨®n de inmigrantes hay que proceder igual. Con la condici¨®n de saber que ser¨¢n irremediables
Existe una analog¨ªa entre la devaluaci¨®n de la moneda y la regularizaci¨®n de los inmigrantes sin papeles. Si se conociese que en el futuro iba a producirse una regularizaci¨®n masiva de for¨¢neos en un pa¨ªs receptor, se dar¨ªa un efecto anuncio, efecto llamada, factor de atracci¨®n o como quiera denomin¨¢rsele, que atraer¨ªa a m¨¢s gente con el inter¨¦s de beneficiarse de la medida administrativa. Por ello, los gobiernos deben negar de modo tajante la posibilidad. Pero una cosa es que la nieguen y otra que se lo crean. Si se consideran las migraciones un fen¨®meno estructural, relacionado con la extrema desigualdad y con su visibilidad a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, las regularizaciones actuar¨¢n como v¨¢lvulas de escape para adecuar las condiciones a la realidad.
Si se sabe esto, es poco comprensible -a no ser por c¨¢lculos mediocremente electorales, de corto plazo- que se demande la prohibici¨®n legal de las regularizaciones a trav¨¦s de un cambio de la actual Ley de Extranjer¨ªa. En un momento en el que no se conoce con rigor la evoluci¨®n a medio plazo de los flujos de entradas y salidas, las proyecciones de natalidad y mortalidad de una sociedad crecientemente mestiza de cuya poblaci¨®n total un 9% llega de fuera, los dirigentes del PP quieren quitar al Ejecutivo socialista, pero tambi¨¦n en alg¨²n momento -cuando vuelvan a gobernar- a ellos mismos, una herramienta de actuaci¨®n pol¨ªtica que les pueda ayudar a administrar la coyuntura. Prohibir las regularizaciones por ley significa automutilarse de forma voluntaria.
Otro apunte relacionado con las migraciones, aunque en esta ocasi¨®n con las perversiones del lenguaje utilizado: el presidente de Coalici¨®n Canaria, Paulino Rivero, ha declarado que "lo que [el Gobierno] quiere es convertir Canarias en el campo de concentraci¨®n de ?frica". Ya se ha experimentado un retroceso al calificar a la inmigraci¨®n como un problema, por lo que tiene de culpabilizaci¨®n de los que la padecen, pero hablar de campos de concentraci¨®n es llegar a una banalizaci¨®n intolerable del lenguaje, que recuerda los estudios del fil¨®logo polaco V¨ªctor Klemperer. ?ste, en sus extraordinarios diarios anot¨® la miseria moral cotidiana del nazismo, y en La lengua del Tercer Reich, la tergiversaci¨®n ideol¨®gica del uso de las palabras, el modo en que la sem¨¢ntica sirve para alterar la realidad de los hechos. Rivero ha hecho uso de una especie de autopersuasi¨®n fabricada, proporcionando una imagen de los centros de acogida acorde con sus propias necesidades: se interpreta la actitud del interlocutor -el Gobierno- en funci¨®n de los propios supuestos.
No retrocedamos m¨¢s en el terreno de la demagogia en un asunto en el que si uno de empe?a, aparece enseguida la extrema derecha. Lo dice la historia.
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