El americano apabullante
Jonathan Littell triunfa en Francia con 'Les bienveillantes', una novela sobre la II Guerra Mundial vista a trav¨¦s de un SS
La revelaci¨®n literaria francesa m¨¢s destacada de 2006 es americana. Se trata de Jonathan Littell, un neoyorquino nacido en 1967, hijo del periodista y escritor Robert Littell, que acaba de publicar su primera novela, Les bienveillantes, en Gallimard, un volumen de 900 p¨¢ginas del que ya se han vendido 125.000 ejemplares. Littell, que ahora vive en Barcelona, escribe en franc¨¦s y dice detestar su pa¨ªs de origen por su falta de complejidad. Y no es complejidad lo que le falta al h¨¦roe o, mejor dicho, al protagonista y narrador de Les bienveillantes, Maximilien Aue, un oficial de las SS mitad franc¨¦s, mitad alem¨¢n -es alsaciano-, que va a participar en la primera gran matanza de jud¨ªos, en Ucrania, que asiste a la batalla de Stalingrado y que acaba teniendo grandes responsabilidades en la organizaci¨®n de la llamada soluci¨®n final. De Aue podemos sospechar adem¨¢s que ¨¦l tambi¨¦n es jud¨ªo -su circuncisi¨®n queda inexplicada-, que no s¨®lo se ha acostado con su hermana Una sino que ha tenido gemelos de ella y que ha sido ¨¦l quien ha asesinado a su madre y al segundo esposo de ¨¦sta. Para acabar el retrato hay que a?adir que Aue es homosexual y muy cultivado, con un buen conocimiento de filosof¨ªa griega.
"Quer¨ªa comprender los razonamientos para autojustificar el asesinato de masas"
Si Aue nos cuenta todo lo que hizo durante la Segunda Guerra Mundial, todos sus cr¨ªmenes y todos los problemas que tuvo que afrontar para resolver las dificultades de orden log¨ªstico, t¨¦cnico y psicol¨®gico que planteaba la industrializaci¨®n del asesinato, no lo hace para disculparse o porque necesite liberarse del fardo de sus pecados. No, Aue es un verdugo que habla para defender una vez m¨¢s lo que hizo. Y en eso es un verdugo extraordinario pues, como recuerda Littell en una entrevista, "los verdugos nunca hablan, y si lo hacen emplean el lenguaje del Estado", es decir, se sirven de un lenguaje tecnocr¨¢tico para referirse al horror y convertirlo en mero trabajo.
El libro es, desde un punto de vista hist¨®rico, de una precisi¨®n ejemplar, incluso exagerada. Littell no confunde nunca los grados militares ni se pierde por los laberintos burocr¨¢ticos del nazismo, repletos de siglas -RSHA, OKH, OKHG, OKW, IKL, HSSPF, GFP, WVHA, etc¨¦tera- que esconden detr¨¢s de cada letra miles de muertos. Su libro es una organizada inmersi¨®n en el infierno de la mano de uno de sus m¨¢s distinguidos servidores. En el trayecto quedan litros y litros de alcohol bebidos para inmunizarse contra el fr¨ªo y, sobre todo, la responsabilidad, centenares de retortijones intestinales de un cuerpo que se rebela cuando le proh¨ªben sentir empat¨ªa por las v¨ªctimas, decenas de actos sexuales consumados como una estricta necesidad fisiol¨®gica. Aue s¨®lo era capaz de amar a su hermana y se lo han vetado.
Guerra y paz, Los hermanos Karamazov, Vida y destino, La educaci¨®n sentimental, es decir, Tolst¨®i, Dostoievski, Grossman o Flaubert han sido evocados por una cr¨ªtica sorprendida y que busca precedentes a la ambici¨®n de Les bienveillantes, t¨ªtulo cuya dimensi¨®n mitol¨®gica no se explica hasta la ¨²ltima p¨¢gina. Littell dice "haber trabajado durante cinco a?os para preparar su libro" y que su deseo de ser preciso le ha llevado "a Ucrania, el C¨¢ucaso y Stalingrado, a Polonia para visitar Cracovia y los lugares de los seis campos de exterminio". En Kiev cuenta haberse encontrado "con un superviviente de la masacre de Babi Yar cuando ten¨ªa 13 a?os, un adolescente jud¨ªo que ese 28 de septiembre de 1941 consigui¨® escapar al asesinato de 100.000 correligionarios refugi¨¢ndose en un cementerio cristiano".
La voluntad de saber qu¨¦ inspira a Littell -"quer¨ªa comprender los razonamientos que sirvieron para autojustificarse a esa gente que perpetraba el asesinato pol¨ªtico de masas"- embarca a Aue en apasionantes debates: con un ling¨¹ista que define el racismo como "filosof¨ªa para veterinarios" y demuestra c¨®mo el presunto cientifismo de las teor¨ªas raciales es una inocua transposici¨®n ideol¨®gica de la ciencia ling¨¹¨ªstica; con un comisario pol¨ªtico comunista que le define el nazismo como "una perversi¨®n del marxismo", pues el lugar ocupado por la lucha de clases le corresponde a la lucha de razas. Son dos ideolog¨ªas deterministas pero de distinta naturaleza; con un financiero e industrial nazi que justifica el asesinato de jud¨ªos porque "no hay nada m¨¢s v?lkisch que el sionismo" que asocia el pueblo, la sangre y la tierra. "Los jud¨ªos son los primeros nacionalsocialistas", dice el millonario, y por eso cree que los alemanes han de acabar con ellos; la aristocracia antisemita no soporta la vulgaridad populista del nazismo y quisiera un mundo dirigido por una ¨¦lite cultural, en la que no contar¨ªa ni la raza ni la religi¨®n; Una, la hermana, al final, concluye que "matando a los jud¨ªos nos autoasesinamos", pues "lo que nunca hemos comprendido es que esas cualidades que atribuimos a los jud¨ªos y consideramos como defectos, es decir, la avaricia, avidez, sed de dominio, cobard¨ªa y maldad simple, son cualidades profundamente alemanas, y que si los jud¨ªos las han hecho suyas es porque tambi¨¦n se han hecho alemanes".
Littell, antes de embarcarse en un destino literario, ha dirigido la ONG Action Contre la Faim en Bosnia y Afganist¨¢n. El hecho de haberse encontrado en Sarajevo en plena guerra o en Grozny cuando empez¨® la revuelta chechena le ha llevado a "encontrarse en medio de montones de cad¨¢veres. Te sientes ajeno a todo".
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