?D¨®nde est¨¢ 'Margalida'?
Creo que transcurri¨® por la calle de Arag¨®. La recuerdo como una de mis primeras manifestaciones, y la mezcla de tensi¨®n, desconcierto y emoci¨®n a¨²n sacude la memoria de mi est¨®mago. Ese aleteo pertinaz de la mariposa del miedo. Hab¨ªa muerto -lo hab¨ªan muerto- Oriol Sol¨¦ Sugranyes, y en los c¨ªrculos libertarios en los que me mov¨ªa, el dolor era un compa?ero ansioso de la rabia. La rabia. La rabia se respiraba en el ox¨ªgeno compartido de ese d¨ªa del tardo franquismo, y todos a una llor¨¢bamos a Salvador Puig Antich, llorando a Oriol. La breve historia del MIL rubricaba su final tr¨¢gico con otra muerte, con otra ausencia. Y as¨ª, la muerte de Oriol reproduc¨ªa inevitablemente, en nuestras almas torturadas, el suplicio que vivi¨® Salvador, quiz¨¢s la v¨ªctima m¨¢s paradigm¨¢tica de la maldad del franquismo. Algo hab¨ªa sabido de Puig Antich, a pesar de que la edad me hab¨ªa impedido vivir su condena con la intensa emoci¨®n de las generaciones que me precedieron, pero fue en la manifestaci¨®n por la muerte de Oriol cuando lo incorpor¨¦ a los mitos que jalonar¨ªan mi educaci¨®n sentimental. Despu¨¦s lleg¨® Margalida desde la garganta sensible y casi m¨ªstica de Joan Isaac, y a partir de Margalida, Puig Antich form¨® parte de los mitos de generaciones enteras que, sin haber conocido su vida, aprendieron a llorar su muerte. "Crida el nom del teu amant, bandera negra al cor", y las emociones danzaban en los rincones del alma, como duendes de la memoria tr¨¢gica. Esa canci¨®n, ese amor en los tiempos de la c¨®lera y esa amante que tomaba como un beso la canci¨®n que Joan Isaac le brindaba est¨¢n tan profundamente vinculados a la figura de Puig Antich que son como un abrazo, como un todo. Tantos a?os despu¨¦s a¨²n nos queda, de Salvador, el horror de su condena a muerte, y la delicada belleza de la canci¨®n de Margalida.
Sin embargo, en la pel¨ªcula Salvador, nacida con la gran ambici¨®n de recuperar la memoria, la memoria de Margalida ha sido substra¨ªda. Por supuesto, el I si canto trist, de Llu¨ªs Llach, es un hilo musical delicioso, cuya carga reivindicativa trasciende el momento hist¨®rico para el que fue escrita, pero no es la canci¨®n de Salvador Puig Antich. ?Lo puedo afirmar con esta rotundidad? ?Tienen canciones ¨²nicas, inequ¨ªvocas, los mitos? ?ste la tiene, se llama Margalida y ha formado parte de la v¨ªctima, del luchador y del mito, desde que el mito se construy¨®. Su desaparici¨®n en la pel¨ªcula, es un robo a la memoria sentimental de miles de personas que, con Margalida, aprendimos a amar a Puig Antich. Es, si me permiten, una indecencia. Y m¨¢s all¨¢ de extra?as excusas que no aguantan al primer interrogante, no hay ninguna explicaci¨®n. Por no haberla, la que nos damos por ausencia toma ra¨ªces en el espinoso, ¨¢rido y tremendo territorio del sectarismo ideol¨®gico. Un territorio, no lo olvidemos, que fue el h¨¢bitat natural de muchas de las organizaciones clandestinas de aquellos tiempos. Especialmente feroz fue la inquina que determinada izquierda, con sus m¨²ltiples cabezas trotskistas, demostr¨® contra el movimiento libertario, hasta el punto del puro desprecio y la m¨¢s pura demonizaci¨®n. Esa misma izquierda que, en vida y muerte de Puig Antich, ningune¨® severamente a Salvador, hoy ha producido la pel¨ªcula. Por supuesto, me alegra mucho ver c¨®mo algunos saben superar sus sectarismos adolescentes, a favor de la recuperaci¨®n de la memoria. Pero recuperar la memoria tambi¨¦n incluye recuperar las miserias que el antifranquismo cobij¨®. La pel¨ªcula Salvador no s¨®lo las olvida, sino que algunas de esas miserias la condicionan para mal. Algo de su alma trotskista le debe quedar, pongamos por caso, al bueno de Jaume Roures. ?Ser¨¢ esa alma la que ha olvidado la canci¨®n Margalida? ?O la que casi despoja a Puig Antich de su car¨¢cter libertario? La historia la escriben los que vencen, y ello vale tambi¨¦n cuando se escribe la historia de la resistencia. Por supuesto, el anarquismo no venci¨®. Es cierto que tampoco vencieron algunos de los ismos m¨¢s notorios del izquierdismo radical, pero el paraguas del viejo comunismo ampar¨® a todos los hijos descarriados en una misma ¨¦pica oficial. El anarquismo se qued¨® fuera, a la intemperie, sometido al olvido o, peor a¨²n, al revisionismo. Y su memoria a¨²n resulta una inc¨®moda carga para todas las familias de la izquierda marxista, esas que convirtieron el antifranquismo en su coto privado. Algo de ello, quiz¨¢ mucho, se respira en la pel¨ªcula Salvador.
?Significa todo lo dicho que no me parece una pel¨ªcula importante? Para nada. Como alegato contra la pena de muerte, y como visualizaci¨®n de la maldad del franquismo, me parece una pel¨ªcula impecable, de una gran fuerza narrativa y tambi¨¦n emotiva. Sin duda, hace un servicio a la pedagog¨ªa de la libertad. Adem¨¢s, es una pel¨ªcula bella. Incluso sublime, en la tristeza. Pero precisamente por la materia sensible que trata, y por estar comprometida, seg¨²n asegura, con la restituci¨®n de la memoria, los olvidos que presenta son a¨²n m¨¢s imperdonables. Uno no puede construir un gran homenaje a la memoria tr¨¢gica, y despu¨¦s sufrir unos ataques de amnesia estridentes. Hacerlo contamina el compromiso adquirido.
"No s¨¦ on ets, Margalida, per¨° el cant si t?arriba, pren-lo com un bes...". ?Cu¨¢ntos miles, a lo largo de d¨¦cadas, habremos gritado, con Margalida, el nombre de su amante? Ve¨ªamos la pel¨ªcula, y nos ven¨ªa la cadencia de la canci¨®n de Joan Isaac a los labios, como un efecto Pavlov de los sentimientos. Pero la canci¨®n no estaba, y su ausencia se convert¨ªa, al instante, en una inoportuna protagonista. L¨¢stima. L¨¢stima que incluso aquellos que construyen monumentos a la justicia, se permitan ser tan injustos.
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