La cultura del miedo
Yo suelo ser de los de "la botella est¨¢ medio llena": un optimista. Pero, la verdad, hay d¨ªas en que me cuesta serlo. Quiz¨¢ porque vivimos en una cultura del miedo. Miedos diarios: las hamburguesas engordan, los balcones se caen, los medicamentos tienen efectos indeseados (?c¨®mo podemos atrevernos a tomar una simple aspirina, despu¨¦s de haber le¨ªdo los terror¨ªficos prospectos que acompa?an al envase?), los coches sufren accidentes... Los medios de comunicaci¨®n los traen cada d¨ªa a nuestra vida: mi vecino puede ser un asesino (bueno, seguramente lo es y yo todav¨ªa no me he enterado), alguien puede estar robando el dinero de mi cuenta corriente, mi m¨®vil puede estar mat¨¢ndome sin yo saberlo y mi comida puede ser un veneno mortal (no se pierdan la declaraci¨®n Bioterrorismo en su hamburguesa, del Worldwatch Institute).
Y est¨¢n tambi¨¦n los miedos grandes. Stephen Hawking lo dec¨ªa hace unos meses: "Hay un riesgo siempre creciente de que la vida en la tierra sea destruida por una cat¨¢strofe, como el calentamiento global, la guerra nuclear, un virus transformado gen¨¦ticamente u otros peligros que todav¨ªa no hemos llegado a imaginar". ?Pues vaya!
El terrorismo: ¨¦se s¨ª que es un peligro grave, porque todos podemos sufrirlo en cualquier momento. Pero, seg¨²n el Oxford Research Group, "el terrorismo internacional es, de hecho, una amenaza relativamente peque?a comparada con otros peligros globales", como el cambio clim¨¢tico. Seg¨²n Greenpeace, "las guerras futuras se luchar¨¢n por asuntos de supervivencia, m¨¢s que por temas de religi¨®n, ideolog¨ªa u honor nacional".
La verdad es que, efectivamente, vivir es un riesgo. Pero no me parece que lo sea ahora m¨¢s que, digamos, cuando yo era un ni?o: entonces la tasa de mortalidad era mucho m¨¢s alta y, quiz¨¢ porque eran a?os de penuria, un ni?o gordo era un signo de prestigio para la familia. No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero nos preocupa nuestra vida, y saber que hace 100 a?os viv¨ªamos mucho peor -tambi¨¦n los ricos- no nos depara ning¨²n consuelo.
La cultura del miedo en que vivimos nos la hemos montado, o nos la han montado, y en ella vivimos. ?Por qu¨¦? Hay, seguramente, intereses creados que la provocan. Algunos abogados, sobre todo en la sociedad anglosajona, viven de las reclamaciones por accidentes de tr¨¢fico, fallos de productos o errores m¨¦dicos. Las compa?¨ªas de seguros deben convencernos de que nuestra casa puede quemarse o ser robada, para que contratemos una p¨®liza. Alguna epidemia de vez en cuando viene bien a las compa?¨ªas farmac¨¦uticas, para promover sus investigaciones.
Y tambi¨¦n muchas organizaciones de la llamada sociedad civil viven de eso: los miedos colectivos vienen bien para promover sus agendas. Y los gobiernos tambi¨¦n participan, claro. Las amenazas, cuando se cumplen, les complican la vida: v¨¦ase la reacci¨®n (me parece que hist¨¦rica) de los ciudadanos de una ciudad grande cuando se estropean los sem¨¢foros despu¨¦s de una lluvia torrencial. Pero les dan tambi¨¦n trabajo, un presupuesto que administrar, ocasi¨®n para salir en los medios de comunicaci¨®n...
Porque los medios necesitan noticias que enganchen al lector. La paliza de un hombre a su ex compa?era es un formidable titular: primero por el morbo y segundo porque abre todo un mundo de reflexiones, una l¨ªnea de negocio, en el lenguaje empresarial. Y eso es lo alarmante de esa cultura del miedo. Lo de menos es que se contagie con facilidad. Sobre todo, el problema se convierte en insoluble, debido al car¨¢cter generalizado y difuso de las amenazas. Por ejemplo, el planeta se est¨¢ recalentando. ?De qui¨¦n es la culpa? De los coches, de la industria, del uso de la energ¨ªa..., de la gente que se va de vacaciones, de los que queremos no pasar fr¨ªo en nuestras casas, de los que cortan madera para hacer muebles..., de la actividad de millones de personas: del hombre mismo. Ya no hay amigos o enemigos. Todos contaminamos. Todos agotamos las reservas de petr¨®leo. Paul Ehrlich afirmaba poco despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre que "la gran mayor¨ªa de terroristas son j¨®venes mayores", y en los pa¨ªses islamistas "hay grandes cantidades de chicos por debajo de los 15 a?os". S¨ª: hemos encontrado al enemigo... y somos nosotros mismos: todo joven es un terrorista en espera de encontrar su oportunidad. Lo malo de esta postura es que no se arregla dando una cuota a Greenpeace, practicando el control de la natalidad o comprando productos no tratados gen¨¦ticamente: hay que acabar con nosotros mismos, porque nosotros somos el problema. Pero, si ¨¦se es el punto de vista sobre el ser humano en nuestra sociedad, nuestro miedo no tiene soluci¨®n, sea por la v¨ªa del di¨¢logo o por la de la fuerza. A lo mejor no nos quedar¨¢ otro remedio que cambiar nuestra manera de pensar sobre nosotros mismos...
Antonio Argando?a es profesor de Econom¨ªa del IESE.
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