Tozudez y verdad
"Hay algo de verdad en el olvido y el silencio", afirmaba Ramiro Pinilla en una entrevista realizada por Mar¨ªa Bengoa en enero de este a?o. Un a?o que concluye con el del Premio Nacional de Narrativa concedido a Las cenizas del hierro, la ¨²ltima entrega de un colosal empe?o, y que lleva por t¨ªtulo general Verdes valles, colinas rojas. Una aventura escrita que el autor emprendi¨® con sesenta a?os ("joven a¨²n", recuerda, y que le llevar¨ªa veinte hasta concluir un manuscrito de tres mil folios).
Hay algo de verdad en el silencio y hay algo de verdad en el olvido, porque nadie recuerda si no olvida. Recordamos a Ramiro Pinilla como autor de Las ciegas hormigas, la novela que en 1960 gana el Nadal, una obra sobre la tozudez y la tenacidad de los seres humildes. "La hormiga es ¨¦l", cuentan que coment¨® un compa?ero de trabajo de entonces, cuando ya el escritor hab¨ªa decidido no ejercer su primera profesi¨®n de marino. Los cargueros en cuyas m¨¢quinas trabaj¨® dos a?os le parecieron c¨¢rceles flotantes. La libertad estaba en otra parte. En la casa de campo que acab¨® haciendo en Getxo, el lugar real y m¨ªtico de su vida y su obra narrativa. El lugar que no dice. El lugar que nos cuenta. Porque Ramiro piensa que contar es mejor que decir y no ha parado nunca de contar, aunque le haya rodeado el silencio.
Se enfrent¨® o distanci¨® del circuito editorial comercial y cre¨® una utop¨ªa impresa llamada Libropueblo que acab¨® naufragando. Pero sigui¨® contando su realidad pensada, figurada, transcrita. El cuento existe. Existe lo contado. Los centenares de personajes que Pinilla pone en pie son un mundo que existe porque son la mejor literatura, la verdad misma de la literatura verdadera, callada, clamorosa, da igual. A Ramiro, tributario de Stevenson, Twain o Faulkner, pasado por Dickens le molestan el ruido de moscas del mundo literario y el barullo del llamado negocio editorial. Se ha pasado veinte a?os escribiendo en silencio, en su casa, alejado del ruido y la furia de los escaparates y las ferias, sabi¨¦ndose "con un papel y un boli, due?o del mundo". Capit¨¢n de su mundo fant¨¢stico y real, imaginado y cierto como su propio mundo vasco, donde ha crecido y vive. Para explorar, por cierto, el laberinto vasco, la lectura de la obra de Pinilla no es un mal lazarillo. No pretende contarnos la verdad y cuenta la verdad: "Amo mi tierra porque amo mi infancia. No podemos ultrajar la infancia convirti¨¦ndola en un sentimiento pol¨ªtico". Ning¨²n premio m¨¢s justo que el que acaban de otorgarle.
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