Elogio de un narrador
Hab¨ªa cumplido 60 a?os y, por motivos que no se entretuvo en contarme, de repente se vio libre de ciertas ataduras familiares. Ten¨ªa el resto de la vida por delante, toda para ¨¦l. Adem¨¢s, hab¨ªa escrito un libro de relatos, ?Recuerda, oh recuerda! (inencontrable hoy en d¨ªa), que constitu¨ªa todo un programa literario, el anuncio, el esbozo, de lo que quer¨ªa hacer. All¨ª estaba el comienzo de Verdes prados, colinas rojas. El comienzo y el final.
El plan estaba trazado. Era 1980. En la soledad de su casita de Getxo, Ramiro Pinilla empez¨® a escribir, folio tras folio, a mano. En cierto modo, ya no par¨®. Hasta que lleg¨® el d¨ªa en que aquello que ten¨ªa que hacer ya estaba hecho. Eran 2.200 folios, una novela, y para escribirla hab¨ªa necesitado finalmente 20 a?os.
El editor asegura que no hay soledad comparable a la del escritor
Pero ya estaba terminada. Se llamaba Verdes prados, colinas rojas. Es la gran saga de los vascos y sus mitos, un libro repleto de humor y de acidez, una epopeya literaria, y, adem¨¢s, una proeza humana descomunal: el fruto de un esfuerzo inmenso, de un tes¨®n inigualable.
Pinilla hab¨ªa ganado el Premio Nadal con Las ciegas hormigas all¨¢ por 1960, y unos a?os m¨¢s tarde fue finalista del Premio Planeta con Seno (1971). Luego, se pele¨® con el mundo, empezando por la editorial, y pas¨® una temporada autoedit¨¢ndose, y vendiendo un centenar de ejemplares de sus libros de aquel entonces a trav¨¦s de una escasa distribuci¨®n local.
No hay soledad comparable a la del escritor. Porque adem¨¢s de estar solo a la manera en que lo pueda estar cualquier otra persona, se ve abandonado a sus propios recursos a la hora de juzgar lo que escribe, y esa situaci¨®n es muy peligrosa, conduce f¨¢cilmente al delirio de grandeza ("esto es genial, estoy escribiendo una obra importante") y, una vez en esas alturas vertiginosas, no hay nada m¨¢s f¨¢cil que desplomarse hasta las simas de la depresi¨®n ("esto es una mierda, tendr¨ªas que retirarte"). As¨ª que de s¨®lo imaginar lo que Ramiro Pinilla vivi¨® en su casita durante todos esos a?os, a uno le entran todos los estremecimientos.
El d¨ªa en que termin¨® la novela sinti¨® mucha amargura. Sin darse cuenta, durante 20 a?os hab¨ªa vivido con aquella criatura y, de repente, la criatura se hab¨ªa desprendido de ¨¦l, le hab¨ªa dejado sumido en otra clase de soledad. De la que supo salir sacando un nuevo folio en blanco del caj¨®n, y escribiendo la primera frase de La higuera, la novela que Tusquets le publica este oto?o.
Pero antes de eso hubo de repente una idea nueva, que hab¨ªa dejado de practicar hac¨ªa m¨¢s de treinta a?os cuando mand¨® su novela al Planeta. Se le ocurri¨® que hab¨ªa que buscar alg¨²n lector para esos 2.200 folios. Y se acord¨® del mundo editorial. Pens¨® que tal vez, si ¨¦l hab¨ªa sido lo bastante loco como para dedicar 20 a?os de su vida a escribir todos esos folios, a lo mejor hab¨ªa alguien lo bastante loco como para publicarlos.
Pinilla pens¨® en Fernando Aramburu, narrador tambi¨¦n, y profesor de literatura, que hab¨ªa escrito elogiosamente acerca de aquella novela olvidada por todos y que en su momento gan¨® el Nadal. Le puso una nota en la que le dec¨ªa: "S¨®lo te pido una cosa, diles a Tusquets que hay un se?or que tiene una novela larga y que le gustar¨ªa que la leyeran".
Aramburu inmediatamente llam¨® a su editora, Beatriz de Moura, para recomendar la lectura de aquella obra. La historia sigui¨® con la valiente decisi¨®n editorial. Luego llegaron las cr¨ªticas entusiastas, las reediciones, y un par de premios especialmente dif¨ªciles. Gan¨® el Premio Euskadi de Novela, cuyo jurado dio muestras de ecuanimidad al premiar un libro que tomaba el pelo a los vascos, lo vasco y la invenci¨®n de lo vasco con una sutileza no inferior al cari?o y a la chirigota con la que se tomaba los mitos raciales y patrios. Y despu¨¦s obtuvo el premio m¨¢s independiente de la escena literaria espa?ola, el de la Cr¨ªtica. Ahora le han concedido el nacional, y con todo merecimiento.
El hombre est¨¢ muy emocionado. Tanto como solo estuvo durante tant¨ªsimos a?os. Olvidado por todos (menos por el generoso Aramburu), desaparecida e in¨¦dita su obra, mal comprendido por algunos miembros de su familia, por sus conciudadanos. Lo que m¨¢s le emociona a Pinilla no es el honor literario, sin embargo, sino la esperanza fundada de la reconciliaci¨®n personal. Porque ahora est¨¢ convencido de que sus hijos, todos ellos, van por fin a entender, a perdonar. Cuando habla de eso queda s¨®lo la emoci¨®n. Pinilla habla despacio, en parte por la edad, las fuerzas escasas; en parte tambi¨¦n porque no le gusta decir tonter¨ªas y piensa mucho lo que va diciendo. Pero ahora las pausas tienen otro significado. A este hombre dotado de un sentido del humor singular y extraordinario, se le acaban las ganas de bromear cuando habla como el padre que no ha sabido conquistar la comprensi¨®n de todos los suyos.
Ahora tiene el homenaje de un pa¨ªs entero. Vista en su conjunto, la narrativa de Ramiro Pinilla es una demostraci¨®n m¨¢s de que la gran literatura puede ser, al tiempo que amena, divertida, el mayor entretenimiento del mundo, una pieza clave en la construcci¨®n y comprensi¨®n del universo en el que vivimos. Lejos de ser localista, la obra de Pinilla posee la universalidad de lo literario. La gran proeza de Pinilla es la magnitud art¨ªstica y narrativa de su obra, y lo que hace esa obra con la "realidad" tal como nos viene dada. La operaci¨®n es compleja, y basa su fuerza en la iron¨ªa, virtud inusual en pa¨ªses como el nuestro. Vivimos confundidos por los t¨®picos y las leyendas, nos dice Pinilla, y buena parte del dolor que nos produce la existencia, buena parte de la crueldad que somos capaces de alimentar y lanzar luego contra nuestro pr¨®jimo, deriva de esa confusi¨®n, de esa mentira que se ha establecido entre nosotros como verdad.
Para desmontar la mentira, Pinilla recurre a un procedimiento hilarante y riqu¨ªsimo de matices. En lugar de discutir con el mito, en lugar de hacer como un ensayista, que trata de demostrar su falsedad, lo que hace Pinilla es inventar otros mitos, mucho m¨¢s hiperb¨®licos que los mitos comunes, mucho m¨¢s disparatados. Y por esta simple operaci¨®n pone distancia, permite el an¨¢lisis, y hace re¨ªr sin tasa a sus lectores que, aliviados, descubren que tal vez hab¨ªan comulgado demasiado tiempo con ruedas de molino.
El maestro de Pinilla fue sobre todo William Faulkner. Mediados los a?os cincuenta, lleg¨® a una biblioteca p¨²blica de Bilbao un mont¨®n de libros de los grandes narradores de la que se llam¨® "generaci¨®n perdida". Pinilla ley¨® a Dos Passos, a Steinbeck y sobre todo a Faulkner, y lo ley¨® con provecho extremo. Comprendi¨® enseguida que la llamada "novela" espa?ola carec¨ªa de inter¨¦s, al menos para alguien interesado como ¨¦l en el arte de la narraci¨®n. Narrar no es decir lo que le pasa a un personaje, sino contarlo. Y la novela espa?ola estaba atiborrada de "decidores" de historias, finos estilistas, eso s¨ª, pero incapaces de narrar.
Narrar, esa otra cosa, es lo que aprendi¨® Pinilla leyendo a aquel grupo de escritores que, con provecho semejante, y en lugares lejanos, tambi¨¦n leyeron en esos a?os Juan Benet y Mario Vargas Llosa y Gabo Garc¨ªa M¨¢rquez.
Pinilla es un narrador en el sentido pleno de la expresi¨®n. Y en el pleno dominio de ese don narrativo, en la soledad adicional que supon¨ªa saber que ¨¦l no escrib¨ªa como se suele escribir en Espa?a, que era s¨®lo un contador de historias, en esa situaci¨®n que era condena y privilegio, tuvo el ¨¢nimo y los arrestos para no desfallecer. Ahora ya no est¨¢ solo. Los premios le acercar¨¢n a los lectores, y para un escritor de pura cepa como ¨¦l, no hay mejor compa?¨ªa.
Enrique Murillo, escritor y editor.
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